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Lluís Homar: «No quiero de ningún modo que el escenario sea un museo»

Recién llegado a la dirección de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, con críticas por su inexperiencia en este repertorio, Lluís Homar se ha encontrado con el parón de la pandemia

Lluís Homar, en el Teatro de la Comedia José Ramón Ladra
Julio Bravo

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Tiene Lluís Homar (Barcelona, 1957) estampa de director de orquesta antiguo, con su melena nívea y levantisca. Cuando sonríe -siempre en mezzopiano- se achinan sus ojos, mascarón de proa de una expresión habitualmente apacible. Al confinamiento le siguen, estos días, jornadas de semisoledad; apenas un puñado de personas le acompaña en la sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), que dirige desde el pasado 1 de septiembre. Allí prepara su participación en el Festival de Almagro, y allí ha podido volver a saborear la sala de ensayos.

-Nunca se hubiera podido imaginar esta situación...

-Ni yo ni nadie. Supongo que se refiere a asumir la dirección de la CNTC y encontrarse a los pocos meses con esta situación. No lo he pensado hasta que la gente me lo ha comentado. Es lo que hay y no me lamento.

-Para el teatro ha sido una catástrofe, y no solo a nivel económico...

-Es el sentido de nuestro ser, de los actores, y nos lo han cortado de raíz. Hemos tenido que inventarnos fórmulas como el teatro en streaming. Afortunadamente, contamos con la imaginación, y esto nos permite siempre reinventarnos, pero se nos ha robado la esencia -Peter Brook dice que solo con un actor y un espectador ya hay teatro-. Hemos hecho «como si...», pero... Y eso me pone triste. Lo que has decidido ser, más que hacer, no puedes serlo. Pero como eso nos ha pasado a tantos en el mundo entero, hay una especie de consuelo compartido. Pero sí, como ha dicho usted, ha sido una catástrofe.

-¿Y cómo ve el futuro? ¿Cree que el teatro podrá recuperar pronto su normalidad, esa palabra ahora con tanto significado?

-Hoy hablaba con una persona que está en Londres y al contarle que estaba en la oficina casi no se lo podía creer; allí sigue todo cerrado. En el teatro español hemos decidido dar un paso adelante; aunque a mí la expresión «nueva normalidad», que se utiliza en todo el mundo, no me gusta nada. Me cuesta mucho hacerme a ella, no sé qué quiere decir. En cuanto al futuro... Yo sé que ya estamos ensayando. Estuve viendo el otro día un ensayo de La Joven: todo el personal con mascarilla... Sabemos cómo están siendo los rodajes de cine y televisión, hemos visto las imágenes del Teatro Real, con «La traviata» compartimentada... Todo me parece un poco «ortopédico».

-¿Y ver estos «brotes verdes» le produce más tristeza o más alegría?

-Si me da a elegir, me da alegría. Pero no dejo de pensar en la canción de Lluís Llach: «No es esto compañeros, no es esto». Por comparación, estamos mejor que en otros lugares, aunque todos tenemos que hacer como un rol, y está bien, tiene un gran valor... Pero no nos engañemos; estamos todavía lejos de lo que es el hecho teatral.

-El escenario es un espacio de libertad, y ahora mismo los directores de escena y los actores no son libres...

-Hay días en que veo el vaso medio vacío, pero suele ser al revés; soy optimista. Y apelo a nuestra imaginación, porque quiero pensar que esto es temporal. No puedo imaginarme que vayamos para atrás; no sé cómo llevaría otra parada. Podemos imaginar que jugamos con el público a hacer que nos besamos sin hacerlo, pero por un rato. Si esto va a durar mucho... Sería un teatro, ya digo, ortopédico, muy lejos de la esencia. Pero ya le digo, mi ánimo es optimista. Aunque lo que en realidad pienso es: ¡Vaya mierda lo que nos está pasando!

-Ha tenido que variar el rumbo de la Compañía. ¿Se ha encontrado unas mayores ganas de cooperar?

-Yo me defino como un hombre de equipo. Cuando llegué a esta casa dije que quería trabajar con alegría y teniendo en cuenta a las personas; esto no va reñido con la exigencia ni con la conciencia de la importancia del lugar en el que estamos. Y este tiempo tan difícil ha servido para crecer como equipo y para atender a las personas, que es nuestro objetivo; nos ha dado horas de vuelo que seguramente no hubiéramos podido reunir tan pronto. Me siento orgulloso, satisfecho, no era fácil llegar al punto al que hemos llegado. Sin olvidar que hemos tenido el paraguas de la Administración, mientras muchos de nuestros compañeros han estado sin ningún tipo de protección durante la tormenta; eso es un privilegio y somos conscientes de ello.

-Una vez más se ha demostrado la fragilidad del sector... Y lo necesario que es.

-Indispensable. La cultura es un bien de primera necesidad, y en eso hay otros países que nos llevan un poco de ventaja. Lo es igual que la sanidad o la educación; y también con ánimo positivo quiero pensar que lo ocurrido nos sirva, como país, para darnos cuenta de ello. La cultura es el alimento del alma. Es fundamental para mantener el ánimo y para comprender las cosas, porque nos puede dar las herramientas para acoger nuestra desazón, nuestro dolor... Es un espacio de consuelo y de mirar más allá. Esa ha sido, es y será nuestra ocupación. Hay que tener en cuenta que lo único que hemos hecho ha sido parar el golpe. Pero habrá que ver cuánto nos ha costado, y no hablo solo de dinero. Todavía nos tiene que llegar la factura, y ahí las gentes de la cultura tenemos una responsabilidad grande y también una oportunidad de regenerar el valor de lo que hacemos.

-Volviendo a la Compañía: cuando se le nombró, se le criticó su escasa experiencia en el repertorio de nuestro Siglo de Oro.

-Me podía haber explicado mejor, eso es cierto. Aunque yo pienso que la mejor manera de explicarme es haciendo. Yo tengo el teatro clásico en mi ADN desde que empecé. Si algo me ha caracterizado -y yo con 19 años fui uno de los fundadores del Teatre Lliure- es una mirada contemporánea sobre los clásicos. Después he acudido a ellos: «Terra Baixa», de Guimerá; «Hamlet», «Cyrano»... Es un mundo que lo siento mío. Yo hice un acto de sinceridad en mi presentación diciendo que había hecho menos recorrido en el repertorio clásico español; pequé tal vez de inocencia. Pero decir que venga a aprender no quiere decir que no sepa, y estoy muy tranquilo. No he trabajado el repertorio clásico español pero soy un enamorado de ese material: Cervantes, Lope, Calderón. Y ahora que he entrado de una forma más profunda, he comprobado que nuestro patrimonio es inconmensurable. Estoy felicísimo; en este momento me importan muy poco Shakespeare o Molière... Es verdad que nuestros referentes, la Royal Shakespeare Company o la Comédie Française, nos llevan una ventaja de varios siglos; pero la labor que se ha hecho en esta Compañía en estos treinta y tres años es maravillosa. Y todavía hay mucho por hacer; si los ingleses, los franceses o los alemanes tuvieran nuestro patrimonio, hubieran construido ya otro edificio al lado de éste solo para la dramaturgia, para los textos, las versiones... Es tan grande, tan único, que todo lo que podamos aportar es muy poco; debemos ir muy juntos. Soy consciente de que yo estaré un rato, y luego vendrá otra persona. Me apasiona la idea de servir a esto, soy un hombre criado en el servicio público; soy «hijo» de Strehler: un teatro de arte para todo el mundo... Volviendo a su cuestión: si me preguntan si soy un especialista en teatro clásico español, no, no lo soy. Pero sí soy un hombre de equipo; donde yo no llegue habrá una persona que hará esa labor. No vengo a traer mi visión ni mi solución; prefiero la palabra nuestra.

-Montar «La vida es sueño» es igual que montar cualquier texto de hoy...

-Para mí solo hay un teatro: contemporáneo. Y los clásicos son más contemporáneos que nosotros. Tengo algo muy claro: no quiero de ningún modo que el escenario sea un museo. No estaríamos haciendo justicia con ese material, porque lo estaríamos tratando como algo del pasado, y no solo es presente, sino futuro, que seguirán hablando a muchas generaciones.

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