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Juan Tamariz: «Nunca he perdido la pasión, pero claro, solo tengo 74 años»

El popular mago, que presenta espectáculo en Madrid, habla de su relación con la magia

Juan Tamariz, en su casa de Madrid Maya Balanyá
Julio Bravo

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«Coge una carta», dice, mientras extiende el abanico de la baraja sobre el tapete. «No me la enseñes; voy a adivinarla». Unos instantes de espera. «¿Negra?», duda. «Sí»... «¿Tréboles?», se aventura. «Sí» «A ver el número -musita-: uno, dos, tres... Veo un cuatro», dice ya seguro. Se vuelve el naipe oculto y, efectivamente, es el cuatro de trébol. Ahora, a Juan Tamariz (Madrid, 1942), un veterano mago que desde la televisión popularizó este arte ilusionante, le tocaría entonar su célebre «¡Chantatachán!», pero como está en casa y su público se limita a seis o siete personas, esboza únicamente una traviesa sonrisa bajo su negro sombrero mientras prosigue con su incansable manoseo de las cartas. Sentado ante una mesa larga donde se amontonan libros, cuadernos y barajas, muchas barajas, Tamariz escucha sin dejar de jugar con los naipes entre sus dedos. En un par de días volverá al escenario del Teatro de la Luz Philips Gran Vía para ofrecer nuevas funciones de su espectáculo « Magia Potagia »

¿Cuántas barajas puede tener?

No puedo decirle. Yo compro estos cartones de barajas [una docena en cada uno], y suelo comprar uno al mes... No mucho tampoco. Me duran una semana, o tres o cuatro días.

¿Con las cartas es con lo que más disfruta?

¡¡Sí, sí!!

¿Qué tienen de especial para usted?

Juan Tamariz Maya Balanyá

Son todo un mundo, un elemento maravilloso que representan todo el universo. La parte lúdica, la comunicación, la batalla, el azar, la codicia, la riqueza, y también la adivinación... Y en el caso de la magia, no hay nada más completo que una baraja en la que todas las cartas son iguales por detrás, pero todas distintas por delante. Los signos de los palos tienen su importancia. La baraja entró en Europa por España, traída por los árabes, y se representaban los cuatro poderes: el oro es el dinero; la espada es el poder militar; el basto era al principio un bastón, y era el poder político, y la copa el poder eclesiástico. Cuando pasan a Francia, que era más laica, sustituyen la copa por el corazón, la espada por la pica, que era la punta de la lanza, el oro por el diamante... Pero sigue representando los mismos poderes.

La cartomagia es un mundo infinito...

Sus posibilidades son tan grandes... Cada año, desde hace cuarenta y dos, organizo una reunión en El Escorial de los cartomagos más importantes y conocedores del mundo; y allí discutimos nuevos juegos y posibilidades... Es un mundo infinito.

¿Juegos o trucos?

Yo lo llamo juegos, me parece más bonito. Juegos de magia, juegos de manos: mire qué bonito suena, pero también se puede hablar de trucos.

¿Qué es lo más peligroso para un mago: no evolucionar, estancarse?

«Lo peor para un mago es perder la pasión. Que la llama interior que tienes dentro se apague. Si pierdes la pasión lo pierdes todo»

Para mí, lo peor es perder la pasión. Que la llama interior que tienes dentro, y que debe estar encendida abrasando –pasión, no amor–, se apague, y sigas haciendo magia con alegría, sí, pero porque es tú trabajo, para que te admiren o para ganar dinero. Pero eso me parece común a todo artista. Si pierdes la pasión lo has perdido todo.

Usted no la ha perdido nunca.

Nunca... Pero no se sabe, claro. Solo tengo 74 años. En los próximos 74 años, puede que un día la pierda...

Todo empezó cuando le regalaron un juego de magia a los cuatro años.

No recuerdo si fue a los cuatro o a los cinco. Pedí un juego de magia a los Reyes Magos –a quién mejor– y me trajeron una caja, y les hacía juegos a mis amigos. Después, a los once o doce encontré un libro de magia, un libro mágico –aunque es una expresión redundante, porque todos los libros son mágicos–, y ahi ya vi que había todo un mundo de posibilidades.

La suya debe ser una actividad similar a la de un pianista, que tiene que practicar al menos siete u ocho horas al día.

«Yo he tenido varias reencarnaciones;en una de ellas fui el Pato Donald, y me hice muy famoso. Y me he pedido dos más de mago y una de pianista»

Yo he tenido varias reencarnaciones;en una de ellas fui el Pato Donald, y me hice muy famoso. Y me he pedido dos más de mago y una de pianista, o sea que me hace gracia que me pregunte eso. Veo que usted también es adivino... Claro, el aspecto técnico es muy complejo. Hay juegos que duran tres minutos pero que necesitan dos años de preparación, de mejoramiento. Yo estoy con las barajas ocho o diez horas al día siempre... Pero es bueno, porque las cartas te hablan, se comunican contigo, y sientes por ellas más cariño y pasión. Y ésta crece gracias al contacto.

Usted trabajó mucho tiempo en la televisión;ahora lo hace en el teatro. ¿Hay algún medio donde se encuentre más cómodo?

Cuando yo empecé, los magos no estábamos trabajando en la televisión. Y me daba rabia que un arte tan hermoso no lo viera un público masivo. E hice una labor de llevar la variedad de estilos de magia al gran público. Pero cuando yo ví que eso ya se había cumplido, en los años noventa, lo dejé, porque la televisión no me entusiasma como medio para la magia. No es lo mismo que tener al público al lado;y además en televisión siempre hay sospechas de trampa –que no es verdad; yo no lo he hecho nunca–. Donde más cómodo me siento es con magia de cerca, que hago mucha, con pequeños grupos de treinta o cuarenta personas, y en el teatro.

¿Cómo son esas pequeñas actuaciones de las que habla?

Son sesiones que se anuncian solo para treinta o treinta y cinco personas. Todos pueden participar y sentir la magia. Son complementarias de los espectáculos teatrales.

Estudió Físicas...

Estudié poco... Estuve dos o tres años yendo a la Facultad, pero estudiando...

¿Pero cuándo decidió dedicarse por completo a la magia?

«Siempre quería ser mago, pero del estilo que yo quería ser no existía como profesión. Yo quería hablar con el público, y no existía dónde hacerlo»

Siempre quería ser mago, pero del estilo que yo quería ser no existía como profesión. Entonces, los magos actuaban en grandes escenarios o salas de fiesta lujosas, rodeados de números musicales, y muy elegante. Yo no es que no lo sea, pero no era lo que yo quería hacer. Yo quería hablar con el público, y no existía dónde hacerlo. Yo estuve también en la escuela de cine, pero me entrenaba y ensayaba juegos de magia. Hasta que un día decidí ser mago e inventarme la profesión si no existía. Los cuatro primeros años no me contrataba nadie, pero luego, poquito a poco...

¿Cómo han influido las tecnologías en la magia? Pienso en magos como David Copperfield...

Nada. Cero. Por suerte. Copperfield no usa prácticamente la tecnología. Lo que él hace lo podría haber hecho hace un siglo. Pero en general, en el arte han influido poco. Jorge Blass, un mago maravilloso que empezó en la escuela de mi hija Ana, utiliza para un juego un ipad para elegir a los participantes, pero vamos... Yo utilizo un teléfono, que hace doscientos años no hubiera podido. Pero no, no influye.

¿Se considera artista o artesano?

No tengo ni idea. Pero creo que la magia es un arte hermosísimo y bellísimo. Pero le ha pasado lo que al cine en su día, cuando se le llamaba arte de barraca de feria. Pero ahora está claro que es una forma de comunicación de tu mundo interior y que es un arte, un lenguaje artístico.

¿Ha habido alguien que le haya marcado especialmente?

Muchos magos. Frakson, Ascanio, Slydini... Y me ha influido mucho Shakespeare, que es un mago de la palabra.

Imagino que está siempre investigando.

«Yo me acuesto siempre a las ocho y media de la mañana, y escribo en unos blocs las ideas que tengo. Es una manera de sentir y hacer sentir el deseo cumplido, el poder de lo imposible»

Siempre, sí. Todos los días. Yo me acuesto siempre a las ocho y media de la mañana, y escribo en unos blocs las ideas que tengo. Es una manera de sentir y hacer sentir el deseo cumplido, el poder de lo imposible. ¿Se puede saber el futuro, saber lo que otro piensa? ¿Se puede volver al pasado, hacer que algo cambie? Son deseos que tenemos todos. Y en la magia decimos: ¡Se puede!... En el ámbito artístico.

¿Juega con la psicología de la gente?

Claro... En el buen sentido, claro. En la magia de cerca, la que yo hago, que es muy comunicativa, muy hablada, la psicología es esencial. Si en el juego de antes, por ejemplo, yo pregunto si es negra, debo captar si voy bien o voy mal por el tiempo que tardas en contestar, por la forma... Es esencial. A veces más que los propios dedos. Y en un espectáculo influye mucho cómo sientes al público. Yo llevo preparados juegos para seis horas de espectáculo, aunque hago dos. Según el público cambias los juegos o cambias uno sobre la marcha. La magia es muy jazzística.

Y en su magia hay mucho espacio para el humor.

Más que humor es alegría. Yo no hago humor, no cuento chistes ni tengo un guión. Yo estoy muy contento y trato de transmitir al público esa alegría, y que se lo pase bien, como si estuviera en una fiesta de cumpleaños. Hay que conseguir la sensación de pasmo, que casa muy bien con la risa.

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