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«El honor de los Prizzi», el interior de la mafia visto a través de la mirada ácida de John Huston

«El honor de los Prizzi», el interior de la mafia visto a través de la mirada ácida de John Huston

John Huston fue un cineasta completo, o todoterreno, que se avalanzó sobre todos los géneros y casi siempre con una notable puntería y garra, del western a la aventura, del drama a la comedia, del negro al musical o al romántico. En «El honor de los Prizzi» su mirada burlona y ácida se posa en las películas de la mafia, al rebufo de un cine que había reinaugurado Coppola con «El Padrino» y del que él recoge el molde y lo rellena con un notable sentido del humor.

El resultado es una comedia romántica y negra en la que los personajes principales trenzan unas magníficas creaciones, y especialmente Jack Nicholson, que interpreta a Charlie Partanna, el mejor «operario» de la familia, con la misma generosidad y desenfreno que de costumbre. Su composición del mafioso tiene especial gracia al usar el mismo recurso que Marlon Brando en «El Padrino», que es ése de colocarse unos algodones en el labio superior, lo que, junto a una levísima caída de párpados, le proporcionan un aire alelado. Anjelica Huston y Kathleen Turner tiran de tal modo de las mangas del lelo y letal Charlie Partanna, que la comedia y la tragedia pugnan constantemente por tomar las riendas de la trama.

Los Prizzi es una familia que responde por completo al cliché, con un patriarca (el genial William Hickey) que no habla, sentencia, y en ocasiones sentencia en el peor sentido del término; con unos hijos de dudosa personalidad y eficacia y con una tercera generación desesperante, cuya oveja negra es precisamente Maerose Prizzi (Anjelica Huston), caprichosa y maliciosa como una madrastra de cuento, papel que le haría ganar un Oscar secundario. La aparición ahí de la exuberante y frondosa Kathleen Turner, una profesional del asesinato desapercibido, producirá dos efectos magníficos: que la familia parezca un enjambre y que Charlie Partanna abra sus ojos de par en par.

«El honor de los Prizzi» tiene uno de esos arranques que luego ocupan páginas y páginas en las enciclopedias de cine. Tras un par de elocuentes imágenes entre los títulos de crédito (el bebé Charlie Partanna es adoptado por la familia), la historia arranca en una iglesia durante la celebración de una boda; la cámara se para momentáneamente en los personajes cruciales (el patriarca, Corrado Prizzi, dormita) hasta que llega a Nicholson y éste descubre en uno de los palcos a Kathleen Turner. La mezcla de seriedad en la imagen y en la música (el Ave María de Schubert) con la picardía y el coqueteo entre las miradas de ellos, anuncia el tono de toda la historia.

Hay escenas memorables, aunque ninguna tanto como ésa que precede al amoral desenlace, cuando los dos amantes y asesinos se «arman» para su encuentro sexual tras arreglar sus desavenencias con la familia. En fin, «El honor de los Prizzi» es la más divertida de las películas de Huston, pero también la más «hustoniana» de las películas divertidas.

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