Fantasmas en el almario
TEATRO«Ante la jubilación»Autor: Thomas Bernhard. Traducción: Miguel Sáenz. Dirección: Carme Portaceli. Espacio escénico e iluminación: Paco Azorín. Vestuario: Antonio Belart. Intérpretes: Teresa
TEATRO
«Ante la jubilación»
Autor: Thomas Bernhard. Traducción: Miguel Sáenz. Dirección: Carme Portaceli. Espacio escénico e iluminación: Paco Azorín. Vestuario: Antonio Belart. Intérpretes: Teresa Lozano, Gloria Muñoz y Walter Vidarte. Lugar: Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán. Madrid
JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN
Bajo las formas de la civilizada sociedad que nos contiene, viene a decir Thomas Bernhard, se agitan monstruos; hay fantasmas del pasado que hacen chirriar los almarios (empleo este sustantivo desusado en un intento de subrayar algo más que un receptáculo físico). El maestro antiguo que es Bernhard derrama el vitriolo entre líneas y en «Ante la jubilación» se sirve de una parábola nada críptica para poner en solfa los espectros del nazismo que, según sus tozudas denuncias, se esconden mullidamente bajo las alfombras del inconsciente social austriaco-germánico. Tres hermanos -Vera, Clara y Rudolf- celebran cada año, como un secreto ritual familiar, el cumpleaños de Heinrich Himmler, siniestro jefe de las fuerzas policiales del Tercer Reich. Son gente respetable que recuerda tiempos para ellos mejores, cuando el hermano, hoy un muy honorable magistrado, formaba parte de la jerarquía hitleriana media y fue destinado a un campo de concentración. Tras un periodo de prudente ocultamiento concluida la guerra, su carrera judicial se desarrolló sin dificultad y ahora espera una próxima y plácida jubilación bien remunerada.
Bernhard dibuja una situación en la que el orden aparente enmascara un nido de tensiones y oscuras bajezas. La silenciosa Clara, atada a una silla de ruedas a consecuencia de un bombardeo, rumia su resentimiento antinazi y su postración familiar, mientras que la parlanchina Vera lleva la casa con mano de hierro y mantiene una relación incestuosa con Rudolf. La celebración del cumpleaños, con éste de uniforme, ocupa la segunda parte de la función y explicita el diagnóstico social bernhardiano al exhibir la locura dipsómana y armada del hermano, subrayar la sumisión de Vera y poner de manifiesto el orgullo insumiso de Clara.
El escritor austriaco tenía voluntad de alertar sobre las raíces enfermas de cierta prosperidad nacional, desvelar ese sustrato donde se pudren ferocidades escondidas, depravaciones privadas, y acechan los monstruos. Probablemente lo habría podido contar en menos de las dos horas que dura este espectáculo de impecable factura y estructura repetitiva que se hace largo, pese a estar bien dirigido por Portaceli. La escenografía de Paco Azorín sugiere una apropiada atmósfera de gélido espacio forense, entre búnker, mausoleo o imponente almacén kafkiano. Gloria Muñoz es una Vera desbordante a cuyo discurso continuo pone contrapunto hasta casi adueñarse de la función el silencio esquinado de Teresa Lozano; junto a ellas, el gran Walter Vidarte sirve una soberbia transmutación de jurista más o menos apacible a fantoche nazi erigido en protagonista del aquelarre.
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