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La extrañeza de vivir

Juan Ceacero, en un momento de a obra ABC

Diego Doncel

Se está representando en Madrid, en el Patio Sur del Centro Conde Duque, «La noche justo antes de los bosques», de Bernard- Marie Koltès. Setenta y cinco minutos para adentrarnos en ese universo de perturbaciones, de emociones, en ese juego de otredades que cualquier amante del teatro calificará como una de las obras fundamentales de nuestro tiempo. Koltès es un dramaturgo tanto como un poeta, sabe expresar el misterio de la realidad, las relaciones simples y oscuras que se establecen entre los hombres, entre esas identidades borrosas a las que llamamos seres humanos. En la biografía de Koltès nunca se despreció vivir en los límites, en su teatro tampoco. Los límites están ahí, en un encuentro inesperado, en una calle cualquiera. «La noche justo antes de los bosques» habla de ese encuentro, y de cómo el encuentro con el otro dibuja el mapa de una profunda soledad, de un profundo desequilibrio y de una profunda aspiración a la esperanza. En un sitio cualquiera, como decimos, una voz monodialoga con alguien. Lo que ese alguien le responde está fundido en negro, ha sido silenciado; el texto, por tanto, es una larga oración, unas comillas que sirven para dar cabida a los laberintos de una existencia, a la extrañeza de vivir, de relacionarse. El fraseo, el ritmo, el universo que despliega la obra es bellísimo, hipnótico.

Por eso, verla ahora en este Patio desierto del Conde Duque, con ese enorme espacio vacío, con el ladrillo rojo al fondo, en el claroscuro de la tarde, viene a realzar muy significativamente el espectáculo en el que Koltès convirtió cada palabra, la ruina de este discurso. La voz que habla de la incomunicación, de sus encuentros sexuales, de su precariedad laboral, esa que invita al otro a esa habitación de hotel como el lugar donde todos los dolores pueden calmarse, está soberbiamente interpretada por Juan Ceacero. En sus movimientos, en su dicción de extranjero, en sus encrucijadas mentales, Ceacero sabe ponerse al servicio de esta belleza extraña y lograr una interpretación potente.

Koltès aprendió de la literatura hispanoamericana que la realidad de nuestras ciudades pueden ser un extraño objeto, Fernando Renjifo ha sabido mostrárnoslo con toda la poesía que encierra este montaje tan logrado. Hace bueno aquello que quería el propio Bernard-Marie Koltès: «contar bien, con las palabras más simples, la cosa más importante que yo conozca». Aquí están los deseos y la fractura de esos deseos, el sentimiento del extranjero en un espectáculo lleno de fuerza, de buen hacer. Esa es la actualidad de un clásico que sigue hablándonos desde una esquina de Malasaña.

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