Carmen Maura: «Ahora que me he hecho mayor digo siempre lo que me da la gana»
La actriz, que interpreta en el Teatro Infanta Isabel de Madrid «La golondrina», de Guillem Cluá, sigue ejerciendo su profesión «como cuando jugaba a las casitas»
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Iniciar sesión« Carmen os espera después de la función , aproximadamente a las 21,30». Cara de disgusto. La hora no invita a pensar que Carmen Maura vaya a estar muy comunicativa y habladora; es lógico suponer que se encontrará cansada después de haber coronado el ... día con hora y media sobre el escenario. Pero es todo lo contrario;en vez de monosílabos y actitud desinteresada. Carmen exhibe su mejor sonrisa y se muestra habladora. «¿No os importa hacer la entrevista aquí, en el camerino, verdad? Se está más calentito». Carmen se retoca un poco el maquillaje para las fotos. Rita, su perrita de siete años, reclama su minuto de gloria y ladra: «¡Eh, que es la hora de irnos a casa!», parece querer decir. Pero obedece cuando la actriz le dice que se vaya a su «cuna», y durante toda la entrevista aguarda paciente a que su dueña termine. Carmen Maura interpreta actualmente en el teatro Infanta Isabel de Madrid, junto al actor Dafnis Balduz y la dirección de Josep Maria Mestres, la obra «La golondrina», de Guillem Cluá, en la que lleva más de dos años embarcada, y con la que regresa al teatro después de tres décadas (salvo un paréntesis hace siete años, cuando interpretó «Carlota», de Mihura, en el María Guerrero). De vuelta de casi todo –«digo siempre lo que me da la gana»–, la actriz mantiene sin embargo su mirada infantilmente curiosa, y sus ganas de seguir considerando los escenarios y los platós como un cuarto de juegos donde seguir divirtiéndose jugando «a los personajes».
¿Subirse en estos momentos al escenario es especial?
Es distinto, sí. Siempre termino la función muy emocionada, pero al día siguiente al estreno no podía parar de llorar al final. Es muy emocionante, el público viene con mucha ilusión... Y hace falta mucho valor para venir al teatro. Yo fui un día, y la mascarilla es incomodísima. La gente está muy sensibilizada, algunos se ponen de muy mala leche, y en general todos tenemos la sensibilidad a flor de piel. No se te ocurra pisar a nadie cuando vas por la calle, ni dejes que tu perra se acerque a otro perro, porque enseguida la gente salta. E igual en el teatro. Se nota en el aplauso; en esta función siempre nos han aplaudido bastante, pero ahora se nota que hay algo más, no sé cómo explicarlo. Produce mucha ternura ver a todos los espectadores con su mascarilla.
¿Y cómo influye esa emoción de más a la hora de trabajar? Porque esta función ya va sobrada de emoción.
Cuando la hago me olvido del Covid, de las mascarillas y de todo. Te das cuenta al terminar, que es cuando les veo. Pero durante la función... Es que la situación que estamos viviendo es tan diferente. Yo soy muy positiva y no tengo miedo de contagiarme. He estado rodando ahora durante dos meses y eso ha sido una pica en Flandes... La vida no es igual, ni muchísimo menos. No sé... Le confieso que por una parte me daba mucha pereza volver a hacer esta función porque estaba algo cansada, pero sentía que tenía que hacer algo en estos momentos.
«Los actores hemos de tener cuidado con nuestras opiniones, porque tenemos una influencia en la gente un poco absurda»
¿Eso se llama responsabilidad?
Hay algo de eso, de sentir que si puedo ayudar en algo, aquí estoy. El teatro es uno de los sitios más seguros a los que se puede ir. La gente está con mascarilla, no puede hablar, no puede comer, no puede fumar, y salen y entran despacito, les toman la temperatura, se echan el mejunje... Es mucho menos peligroso que el metro e incluso que la calle. Anoche pasé por la noche por la calle Almagro y estaban las terrazas con las mesas abarrotadas y la gente contenta, sin mascarilla aunque hubieran terminado de comer o de fumar... Me impresionó mucho.
En los rodajes han cambiado mucho las cosas también...
Muchísimo. Para mí lo peor es ver a todo el equipo con mascarilla. Una de las cosas que más me gusta del cine es el equipo. Ellos son mi público cuando rodamos. Y tenerlo con la mascarilla puesta... Cuando hago una escena yo lo controlo todo: veo las caras del cámara, del que lleva el foco, porque te lanzan mensajes, si les gusta, si no... ¡Y no les veía! No sabía quién era quién. Además, en la serie, había dos unidades trabajando para ir más deprisa, porque había terror a que tuviéramos que parar. Y no ver a mi gente no me gustaba nada. He notado más cambio en la forma de hacer cine que en la de hacer teatro, donde al fin y al cabo no los veo hasta el final. ¡Pero en el cine! No sabes quién es quién. Ya es complicado en una película o una serie conocerlos a todos, pero con mascarillas... imposible.
Me decía que se nota al público más entregado. ¿Se nota en el silencio también?
La verdad es que en esta función, como es tan emocionante, llega un momento en que les agarramos y ya no se sueltan. Se lo he dicho al autor: tiene una magia, un truco o un no sé qué que el público se nos queda petrificado. A mí me impresiona mucho, porque hemos hecho gira, hemos paseado por toda España, que hay mucha diferencia entre el Norte y el Sur... Impepinable. Llega un momento en que la gente se calla y solo oímos, de vez en cuanto, algún sollozo o algún llanto. Es un silencio increíble.
«Si hubiera visto entonces la película de lo que iba a pasar, no sé si hubiera tomado la decisión de ser actriz»
Creo recordar que usted dijo que quería hacer comedias y reír en escena. Y sin embargo se encuentra con este texto.
Es la primera vez que, al leer una obra, he sentido la responsabilidad como actriz de lanzar un mensaje; los actores hemos de tener mucho cuidado con nuestras opiniones, porque tenemos una influencia en la gente un poco absurda; nos pueden creer más porque se te dé bien hacer cine o teatro. Pero cuando leí esta función sentí que tenía que dar ese mensaje. He conocido tantísimos casos... Yo misma soy de una generación en la que nuestros padres no nos achuchaban demasiado ni nos decían «te quiero» como ahora, que ves un reality ves a una niña que coge el teléfono llorando y dicendo: «¡Mamá, te quiero!» Yo eso no lo he vivido. La función tiene ese mensaje general: que hay que decir «te quiero» más a menudo. Y aborda también la cuestión de la homosexualidad: ¡Cuántos homosexuales he conocido yo que no se lo podían decir a sus padres! Me pareció que era un mensaje que había que dar; con que haya dos mamás que vengan a darme las gracias después de la función porque han comprendido algo, me doy por satisfecha. Pero es que no sabe usted en la gira, donde nos viene a ver después de la función mucha más gente, las historias que nos han contado... No sabe el gusto que te da que alguien te diga que ha traído a su madre y por fin ha hablado con ella. Nos han contado historias maravillosas, he recibido cartas emocionantísimas...
La sociedad española ha avanzado mucho en esta cuestión...
Pero queda... Hace poco conocí a un chico con ese problema. Una cosa es cierta; yo tengo una nieta con 17 años y esa generación, por lo que yo veo, habla de la homosexualidad con más naturalidad. Y los padres jóvenes están más preparados. Eso sí ha cambiado, pero queda mucho por hacer, y la prueba es que hacemos esta función y los testimonios emocionados que recibimos. Es precioso si consigues que un chico te diga que la obra le ha decidido a hablar con su madre. Es una sensación de ser útil que me da mucha alegría... Hay otra cosa por la que me gustó esta función; yo no quería ser la súperdiva, y en esta obra los dos papeles están muy equilibrados, incluso él se lleva más al público al principio, porque él es el bueno y yo la mala. La gente piensa que porque lleve tanto tiempo sin hacer teatro iba a querer ser la estrella, y a mí eso no me atrae nada. A mi me gusta muchísimo ser actriz, pero lo de la fama no crea que lo llevo muy bien.
Siempre ha sido una actriz discreta...
Yo empecé a ser actriz porque mi grupo de aficionados, que habíamos empezado en el Colegio Mayor San Pablo, en el CEU, se acabó al terminar los estudios. Y yo necesitaba seguir actuando. Vi un anuncio en el periódico en el que se decía que se buscaban actores para el Ateneo, y para allá me fui. No tenía idea de dedicarme a ello profesionalmente, yo entonces llevaba una galería de arte. Pero desde el primer momento me llevé un «shock», porque allí me di cuenta enseguida de que se me daba muy bien y no me costaba ningún trabajo; mi timidez desaparecía cuando salía al escenario. Y como no había muchas cosas que hiciera realmente bien... Me casé un poco a trompicones, porque... No lo pensé mucho. En esa época, para poder salir de casa y no tener que llegar a las nueve y media... Error, porque luego fue peor. Luego me di cuenta de que libertad, ninguna. Y así fue como empecé. Yo creo que fue mi ángel de la guarda. Lo decidí de una manera tontorrona; fue precisamente el crítico de ABC, Alfredo Marqueríe, el que me vio en una función y me animó: «¡Tú eres una primera actriz, te tienes que dedicar a esto!» Y en el taxi de vuelta a casa, me dije: «Pues voy a intentarlo, ¿por qué no?» Además, y eso me parecía maravilloso, me pagaban por hacer eso. Siempre he sido muy práctica. Y ahí empezó la debacle. Si hubiera visto entonces la película de lo que iba a pasar, no sé si hubiera tomado esa decisión. A veces dudo. No lo sé, porque tampoco era una mujer valiente. Lo decidí y cuando llegué a casa y se lo dije a mi marido, me empezó a decir unas cosas... Y ahí fue cuando me rebelé, porque era la primera vez que me decían que no a algo que yo realmente quería hacer. Pero fue muy complicado. Por eso digo que si hubiera visto la película de lo que iba a pasar, que me iban a quitar a los niños... No sé si lo hubiera hecho, la verdad. Ahora me alegro y creo que no me equivoqué para nada; cuando se te da bien una cosa... Como si a alguien se le da bien pintar; y no me puedo comparar con un pintor ni con un músico. Pero estoy contenta con la decisión que tomé.
Dice que no se puede comparar con un pintor o un músico. ¿Por qué? ¿Cree que la interpretación no es un arte?
Cada uno se lo puede tomar como quiera. Hay compañeros que se quedan con el personaje dentro; yo no. Yo finjo, actúo. Intento hacerlo de verdad, tengo esa facilidad; como cuando de pequeña jugaba a las tiendas y yo hacía de dependienta. Pero creo que esto no se puede comparar con alguien que pinta cuadros o escribe libros, con un cantante o alguien que toca un instrumento. Esto es otra cosa, no lo veo tan... Habrá gente que sí, porque le cueste mucho trabajo. Yo soy muy seria, me lo estudio todo muy bien y le doy muchas vueltas al texto, pero vamos... Cuando me preguntan si con un personaje como el de «La golondrina» no me voy a casa hecha polvo, pues no, la verdad.
¿Y tampoco la han marcado? ¿No le han dejado huella o le han modificado?
A mí me modifica la vida. Igual que a usted, o a cualquiera. Pero los personajes... No creo. Lo que sí hacen es que entienda mejor al ser humano. Yo tengo que disculpar a cada personaje que encarno. En la serie «Alguien tiene que morir», por ejemplo, hacía a la mujer más mala que he hecho en mi vida; y para interpretarla la tuve que entender y que disculpar de alguna manera. Y ese estudio que tenemos que hacer de la psicología del personaje para creértelo y para darle a cada palabra su significado –me gusta mucho el mundo de las palabras, por eso me gusta tanto esta función–, pasa por entenderlo. Y yo sí noto que entiendo mucho mejor a la gente, que sé escuchar mejor. Eres más psicóloga que antes; es normal, has visto tantas personalidades... Pero no creo que me haya modificado ninguno.
«Los personajes no me cambian. Me ha cambiado ser mayor. Lo que sí hacen es que entienda mejor al ser humano»
¿Y hay alguno que no haya querido encarnar?
He rechazado proyectos porque no me parecían buenos, nunca porque el personaje sea una mujer mala, o tonta, o fea...
¿Haría cualquier personaje entonces?
Si me gusta la historia, sí. Y además no tengo por qué ser la principal. A veces he dicho que sí a una película porque me gusta el director, más que porque me guste mi papel. O por los compañeros. O porque me dé ternura un chico joven que va a hacer su primera película; de hecho hago cortos. Y me da igual si el director es famoso o no; los famosos tienen la pega de que sus películas se ven en todas partes, pero si la de alguien no famoso se ve es porque está bien la película. Ahí no me ha cambiado el trabajo; me ha cambiado ser mayor. Cada vez digo más lo que me da la gana. Nunca he tenido preocupación por lo que se llama «la carrera»; es algo que no se puede controlar. Cuando me pregunta alguien que empieza siempre intento decírselo. Puedes tener ambiciones, pero más vale que no las tengas porque si no te vas a pasar toda tu vida frustrada. En este trabajo dependes mucho de la suerte. Hay gente con muchísimo talento a quien nunca le dan una oportunidad como Dios manda; y si te pasas toda tu vida haciendo partecitas, nadie se va a enterar del talento que tienes. Ahora hay mucha gente joven que dice que se quiere dedicar a esta profesión pero en realidad lo que quieren es ser famosos, llegar a Hollywood... Y Hollywood es un coñazo, no sé si se dan cuenta. Cuando empecé, mucha gente me decía: «¡No hagas eso!» Como cuando empecé a hacer cosas con Almodóvar. Mientras hacía «Pepi, Luci, Bom, y otras chicas del montón», que duró dos años, estaba ya de primera actriz en el María Guerrero, y la gente me decía que estaba loca, que me iba a cargar mi carrera. A mí me daba exactamente igual. Yo con ese chico me divertía muchísimo, encontraba que tenía muchísimo talento y aquel era un mundo totalmente alejado de lo que yo había vivido en casa. Eran todos tan libres, tan modernos, y yo me lo pasaba tan bien con ellos... He hecho cosas terribles también; algunas funciones al principio. Siempre he pensado que es mejor trabajar que estar parada. Tengo títulos alucinantes, como «Un sereno debajo de la cama», «Mi chica, la minifaldera», «Papá tiene un desliz», «Golpe en Torremolinos»... Pero fue como dar clases. Ahí me di cuenta de lo que se podía o no se podía hacer, de lo que me gustaba o no... Pero yo intentaba ser natural, y si tenía que decir cosas muy raras –que las había en estas funciones–, me imaginaba otra cosa para que al menos me saliera natural. Era mi obsesión. Por eso nunca me aplaudían un mutis y en mis primeras críticas solo decían de mí: «muy natural». Me daba completamente igual, mi obsesión es que todo fuera de verdad.
Da la sensación de que siempre le ha importado muy poco lo que digan de usted, ni la idea que tengan...
Es que no se puede controlar. Soy positiva, y las cosas morroñas que no llevan a ningún lado, ¿para qué?... Y eso ha ido aumentando. Ahora yo no leo una crítica, ni una entrevista de las que hago. ¿Para qué? ¿Para ponerte contenta o triste? No, me da igual.
¿No tiene vanidad?
En esto no. Soy súperdefectuosa. Soy demasiado solitaria, poco sociable. Y ahora que me hecho mayor digo siempre lo que da la gana. Pero no soy muy creída, no.
«Yo finjo, actúo. Intento hacerlo de verdad, pero la interpretación no se puede comparar con pintar, escribir o cantar bien»
Y sigue considerando esto un juego...
Completamente. Yo soy capaz de estar de chanza con Dafnis dos minutos antes de empezar. Esto es un juego. Y se parece muchísimo a cuando jugaba a las casitas de pequeña, con la ventaja de que aquí te lo dan todo: el piso, la familia... Es más divertido por eso, pero es un juego igual. Lo que no lo es tanto es tener que madrugar; en esta última serie que he hecho me levantaba muchos días a las cuatro de la mañana, algo que me jode profundamente. Eso no me parece un juego. Es que, claro, si me recogen a las seis me tengo que levantar a las cuatro: tengo que desayunar tranquilamente, ducharme y, sobre todo, llegar espabilada, porque no sabes si lo que te toca rodar es una fiesta de las ocho de la tarde. En ese sentido, el teatro es mejor.
Sin embargo, estuvo muchos años sin hacer teatro.
Treinta. No paré de hacer películas que estaban muy bien; y me divierte mucho la cámara. Te hace la mitad del trabajo. Para muchas cosas es una maravilla; es súpergenerosa. Con ella no haces nada; y si pega la música, el barco se va y la luz está bien puesta, estás genial. ¡He leído cada cosa! Un ejemplo es «¿Qué he hecho yo para merecer esto?», la película de Pedro. Hay un momento en que el autobús se va con la abuela y el niño y yo tengo un travelling muy largo llorando desconsolada. Pues eso no era así. Pedro, cuando le gustaba una cosa, te decía que siguieras. E hizo todo el travelling . Yo en ese momento estaba hasta las narices, porque me dolía la tripa, llevábamos no sé cuántas horas, eran las tres y pico, hacía frío, un ambiente horrible... Y estaba llorando porque estaba deseando irme a mi casa y encima Pedro me decía que siguiera. La idea original era que me volviera y decían ¡Corten! Pues no sabe las cosas que me han llegado a decir de ese travelling . O el famoso «¡Riégueme!» de «La ley del deseo», que ha recorrido el mundo entero. Pues lo rodamos por la noche; el día anterior me dice Pedro: «en vez del monólogo que tienes que decir, te vamos a regar». Yo encantada, porque los tochos no me gustan nada. Así que allí estamos a las cuatro de la mañana, en un rodaje en el que no había un duro; no teníamos ni roulottes ni nada. Y no se les ocurre otra cosa que coger a uno de los basureros de la calle, con su manguera. «¡Motor! ¡Acción!», y yo al suelo, porque la fuerza con la que sale el agua, imagínese. Me caí y todo el equipo soltó una carcajada. Me fui a un bar, me peinaron y me maquillaron otra vez... Secaron el traje con un secador. Y como no se podía hacer la escena con sonido por el ruido que hacía el agua, Pedro me decía que repitiera lo que él dijera. Así que yo, regándome, Pedro diciéndome: «¡Riégueme, riégueme!», y yo repitiendo: «¡Riégueme, riégueme! ¡Ay qué gusto! ¡Ay qué gusto!» Lo que Pedro me decía. Luego lo repetimos en el doblaje. Ahí es donde me gusta el cine... Es que la cámara te hace la mitad del trabajo; lo único que no le gusta es que estés nerviosa o que te pongas chula. La cámara es mucho más que un aparato, de eso estoy convencida. Y como la cámara va rodeada de un grupo de gente, eso hace que se convierta en otra cosa. A la cámara no le gusta que seas borde; quiere que se la respete. Y no hay que hacer como que la cámara no existe; claro que existe. Cuando me piden consejo, siempre se lo digo. Hay que respetar a la cámara. Lo he dicho muchas veces; es como si vas a una fiesta y te gusta un chico; lo haces todo para él pero no le miras: pues así es la cámara. No puedes hacer como si no existiera, porque no le sienta nada bien. Es importantísima y hay que trabajar para ella. Pero no lo puede notar el público.
¿Y en el teatro?
El teatro tiene esa cosa de que no hay tu tía. Lo tienes que hacer tú, y eso a veces acojona un poquito, tampoco demasiado. Y además tienes alguien al lado que te puede ayudar, yo tengo mucha confianza en él. Si te da la tos o te da un mareo, en el cine se corta y se acabó. En el teatro es más fastidiado.
¿Y ahora sabría decir si quiere más a papá o a mamá?
Es que son diferentes. Hoy, por ejemplo, me ha dado mucha pereza venir al teatro, pero pensaba que no me tengo que levantar a las cuatro de la mañana. Y eso es genial. Cada medio tiene sus cosas, lo que me gusta es ir cambiando. Seguramente vuelva a hacer teatro; me gustaría que la próxima vez sea una comedia, aunque tampoco me obsesiona, porque mucha gente se ríe conmigo en las películas. Es que hacer reír da mucho gusto. Y cuando alguien te ve por la calle y te dice: «Mi padre tenía una depresión de caballo, y de repente vio tal película tuya y se le pasó». Eso es algo que me encanta. Hacer reír es fantástico, y yo sé hacerlo. Eso se tiene o no se tiene.
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