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«Las bicicletas son para el verano»: Humor Amargo

Autor: Fernando Fernán-Gómez. Dirección: Luis Olmos. Escenografía: Daniel Bianco. Iluminación: Quico Gutiérrez. Vestuario: María Luisa Engel. Intérpretes: Gerardo Malla, Gloria Muñoz, Julián González, Lucia Quintana, Sandra Ferrús, Enriqueta Carballeira, Julián Ortega, Charo Soriano, Coté Soler y David Lorente y Luis G. Gámez, entre otros. Lugar: Teatro La Latina. Madrid.

Tras haber asistido al agridulce y desencantado relato de la dura cotidianeidad del Madrid en guerra dibujado por Fernando Fernán-Gómez en «Las bicicletas son para el verano», los letrerilllos antibélicos exhibidos por la mayoría de los actores de la función que recibían los aplausos del público puesto en pie producían una extraña sensación y cobraban especial significación. Por una parte, con la emoción a flor de piel después de una gran representación de rotundo acento civil y libertario, resultaba imposible no sumarse al humanísimo deseo de decir no a todas las guerras, y por otro, también era difícil sustraerse a la convicción desagradable -por lo que pudiera conllevar de referencias frívolas sobre asuntos de la máxima seriedad- de que la repetida pegatina, por encima de compartibles sentimientos humanitarios, se estaba convirtiendo en un indispensable complemento ornamental para estar a la última en la moda de lo políticamente correcto, como en una época pasó con el lazo rojo de solidaridad con los enfermos de sida, cuyo significado llegó a banalizarse y utilizarse de forma odiosa.

Pero, en fin, hablemos de teatro, que es a lo que íbamos. La obra de Fernán-Gómez, que triunfó en su día en un montaje memorable y a partir de la que Jaime Chávarri dirigió una buena película, está construida con la palpitante materia de la vida, sus personajes exhalan sobre el escenario el perfume de lo real; entendámonos: de la poderosa realidad escénica trascendida y perdurable. La postura ideal del autor está clara: al lado de las vencidas utopías del anarquista que fascinan al adolescente a través de cuyos ojos Fernán-Gomez retorna a la patria vulnerada de su infancia; pero la terca dureza de la vida le obliga a enfrentarse a unos hechos que retrata con un estilo de realismo costumbrista fortalecido por un magistral sentido del humor, teñido tanto de amargura como de compromiso moral con una idea de justicia y equidad.

Gerado Malla, como el padre, acierta en el tono de sensata ironía que impregna este sainete ético; y lo mismo el resto del reparto, con Gloria Muñoz, como la madre sacrificada y práctica; Julián González, muy bien en la piel del joven que ve cómo su mundo se desmorona sin perder las ganas de vivir, y seguimos con el fresco dramatismo de Lucía Quintana, la eficacia de Enriqueta Carballeira o la formidable comicidad de Charo Soriano, por citar sólo algunos ejemplos del amplio y estupendo reparto, que Luis Olmos ha dirigido con sentido y sensibilidad, dando atinada y brillantemente a la obra la respiración que exige, en una conseguida atmósfera de época bien remarcada por la escenografía de Bianco y el vestuario de Engel. Un gran montaje.

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