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Ajustar cuentas con el pasado

Aitana Sánchez-Gijón y Elena Rivera, en una escena de la obra Laura Ortega

Diego Doncel

Aclamada por el público en su estreno en los Estados Unidos, valorada muy positivamente por la crítica, «La vuelta de Nora», de Lucas Hnath, se plantea como una secuela contemporánea de «Casa de muñecas», de Ibsen. Una mujer que huye por el peso insoportable de la rutina, un marido que tiene que reinventarse para cicatrizar la herida de ese abandono, una hija que crece sin poder pronunciar el nombre de su madre, Hnath crea un paisaje humano convulso en el que los límites entre libertad y responsabilidad están puestos constantemente en cuestión. Construida a partir de intensos diálogos, de cruentos reproches, el espectador es llevado a un ajuste de cuentas entre lo que es la naturaleza y los límites de la familia, la naturaleza y los límites del amor. Nora da un día un portazo a su vida de mujer casada, a su vida de madre, y se marcha, pero regresa quince años después convertida en una escritora feminista de éxito para reclamar a Torvald el divorcio que este nunca formalizó. A partir de aquí se desata esa búsqueda de la identidad entre los fragmentos del infierno, esa construcción de mentiras para crearse una nueva máscara con la que poder vivir, o para salvarse de la opinión de los otros. Hnath construye un territorio moral donde el acierto y la equivocación son las dos caras de una misma moneda, donde la verdad de Nora no sirve para la verdad de su marido, ni la de ambos para la verdad de su hija. Este multiperspectivismo es sin duda uno de los grandes logros de la obra, más allá de los importantes planteamientos de una mujer que, en el camino de su búsqueda personal, renuncia a ser madre.

La escenografía subraya hasta qué punto las paredes de nuestras casas son testigos de la aventura diaria de nuestra vida, de esa caja de recuerdos. Beatriz San Juan idea esas inclinaciones de los muros, esas múltiples ventanas que dan a la nada o a la liberación, ese techo opresivo, y acentúa el color crudo para crear un espacio donde la desnudez, la frialdad incluso, es el símbolo de una enorme perturbación.

La perturbación que interpreta Aitana Sánchez Gijón, más allá del mecanicismo de Nora en algunos momentos, va ganando en complejidad, en mundo, en matices hasta llegar a darle una personalidad verdaderamente sobresaliente. Roberto Enríquez da ese hálito de verdad que necesita Torvald, ese marido que teje una enorme mentira para seguir manteniendo la reputación y el respeto. La desgarrada Elena Rivera y, sobre todo, el talento de María Isabel Díaz Lago completan el elenco.

«La vuelta de Nora», más allá de fases argumentales que rozan lo inverosímil, habla sobre el coste de la felicidad, sobre las víctimas de nuestras decisiones, sobre hasta qué punto nunca dejamos de ser los otros.

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