¿Quo vadis, Bayreuth?
Sonoros abucheos, averías técnicas, mediocridades canoras, descalabros escénicos... Se presenta muy turbio el futuro del festival
¿Quo vadis, Bayreuth?
Llegó la canciller Merkel a Bayreuth y aunque su asistencia a la segunda parte de «El anillo del nibelungo» («Siegfried», « Ocaso de los dioses» ) y de «Lohengrin» se había declarado como «visita privada», llevara el mismo vestido azul largo del año pasado y entrara ... por una puerta lateral, evitando las cámaras de la televisión, durante las pausas tuvieron que esconderla de la gente y los fotógrafos para que no se convirtiera en un «acto público» en los noticiarios.
Lo que luego contempló en la representación de «Siegfried» fue un compendio depurado del desmontaje escénico que estila Frank Castorf, con el consiguiente primer gran abucheo del ciclo, agravado por el hecho de que la parte musical no fue plenamente gratificante, pues hubo fallas en la parte canora (salvo el «Mime» de B.Ulrich, que tuvo su día de gracia) y en el foso el maestro Petrenko no contrarrestaba como en 2013 el destrozo escénico.
Perfectos fueron los decorados y el funcionamiento de la tramoya, sin averías. La avería técnica que obligó a suspender la función de la première fue histórica, pero no la primera. Ya en el mismo estreno de «El Anillo», en 1876, falló una escena porque faltaba la cabeza del dragón, que desde Londres habían enviado erróneamente a Beirut en lugar de Bayreuth. El ficticio Mount Rushmore con las cuatro monumentales testas de los corifeos del comunismo (Marx, Lenin, Stalin y Mao), obra de Aleksandar Denić, es como todos los demás realmente espectacular.
Kirill Petrenko mantuvo su tónica experimentalista, priorizó el metal a costa de la cuerda, impuso un ritmo general ligero y una escrupulosa lectura detallista con perjuicio de la línea global. Su «Oro del Rin» duró un cuarto de hora menos de lo usual y en el primer acto del «Ocaso» empleó incluso dos minutos menos que el raudo Pierre Boulez. En la cuarta parte presentó su mejor labor directorial, fluida y dinánicamente plástica con una concepción global que se había resentido en jornadas anteriores.
El Festival arrancó y concluyó con sonoros abucheos. ¿Puntos álgidos de esta 103ª edición? Los hubo, por ejemplo, la «banda sonora» de «El holandés errrante», dirigido por Christian Thielemann; la interpretación de Klaus-Florian Vogt y la contundente y empastada precisión del metal en «Lohengrin», de la mano de Andris Nelsons. Además, momentos mágicos de Petrenko en «Walkyria», el efecto sonoro tridimensional en el preludio del segundo acto de Siegfried y todo el tercero del Ocaso.
El público está siendo muy castigado últimamente con mediocridades canoras y descalabros escénicos, hasta el punto de que la Sociedad de Amigos de Bayreuth (GdF ) atribuye a ello la irrelevancia del Festival como productor de «events» intranscendentes. La edición especial del «Festival Tribune», al tiempo que añoraba los tiempos cuando «todo el mundo lo seguía, envidiaba su calidad canora y le subyugaba el mito del Festspielhaus», lanza una mirada al futuro turbio presagiado por los nuevos montajes que anunció Katharina Wagner hasta 2020, para exclamar a toda plana con este título, angustiado y preocupante: «¿Quo vadis, Bayreuth?».
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