Últimos días con María Asquerino
Defendió su libertad hasta el final. Deja a su perrita Rosita y a Cristina, su fiel asistenta
Su primera noche en el cielo la pasó desde el Instituto Anatómico Forense de Madrid. Porque María Asquerino murió en una ambulancia. Y falleció como vivió: libre. Porque la actriz de los ojos más bonitos del cine -así hablaba de ellos Paco Umbral- eligió la independencia por encima de su deseo de tener una familia: «Por no tener hijos me he quedado solísima», me contaba en junio. Desde el miércoles, los que la acompañaron en su soledad luchan por dejar claro que no era así. Así es cómo pasaron sus últimos días los ojos verdes del teatro.
María Asquerino nació en Madrid hace 87 años y en la capital permaneció hasta su muerte. Su lugar lo encontró entrados los 30: un pequeño apartamento con vistas al Retiro. «Esta casa la tengo en propiedad, llevo más de 40 años viviendo aquí», me explicó una calurosa tarde del pasado junio. Junto a ella, Rosita, una perra vieja y gorda que ladraba a todo aquel que tocaba el timbre. «No muerde... me da pena el día que yo falte qué pasará con ella».
María hablaba de dictadores y de censura: «Era muy difícil trabajar en aquellos años»; hablaba del destape: «Fue una liberación del coco»; y hablaba de soledad: «yo me he quedado un poco sola, un poco no... ¡muchísimo!». Pero, por encima de todo, esa calurosa tarde María habló sobre ella. Sobre lo que había sido: «Yo he hecho de todo, ya no anhelo nada».
Retirada
Desde el escenario del teatro Español se adivina una impresionante lámpara y mucho color granate, el tono de la tapicería de los asientos. Pero cuando uno ha pisado sus tablas durante décadas, en el proscenio ve su casa. Por eso, María decidió que sus tardes como jubilada las pasaría en la cafetería del coliseo.
El bar tiene siete mesas de mármol. Asquerino escogía la del fondo. La misma en la que Juan la recuerda: «Siempre se sentaba aquí -narra el encargado del establecimiento- pedía un café y un cruasán con jamón y decía ‘‘¡Hay que ver lo que me cuesta venir y lo que lo echo de menos cuando no estoy!’’». Cristina, su asistenta, y el portero de su casa la cuidaban. El encargado de la finca recibió una llamada de María durante el puente del Pilar: «Me llamaba todos los días para que subiera y yo iba encantado, pero ese día se había caído». Era octubre y la intérprete estaba sola y en el suelo. «Fuimos a urgencias y después dos semanas ingresada, tenía una herida, se le infectó...», relata el portero con tristeza. «Entendimos que María ya no podía estar sola, y a ella le daba miedo, y la llevamos a la residencia».
Y entonces María dejó a Rosita en su casa, y cambió su pisito con vistas al Retiro por una habitación en un centro de mayores en El Plantío. «En la residencia estaba bastante bien, yo la iba a ver cada diez días», comenta el productor teatral Paco Pena, quien la conocía desde hacía catorce años. Paco y ella se entendían, porque había que entenderla: «No tenía carácter difícil, es que siempre dijo lo que pensaba», bromea. Lo mismo sostiene el director Ángel Fernández Montesinos: «Había que encontrarle el punto exacto y yo siempre la adivinaba». Montesinos la trataba desde 1965 y asegura que esta semana tenía previsto ir a verla a la residencia.
Pero a María el corazón se le paró la madrugada del miércoles. El último viaje de su vida lo hizo en ambulancia. Su cuerpo inerte permaneció un día en la Jiménez Díaz y esa noche descansó en el Instituto Anatómico Forense. Desde su fallecimiento su portero, Cristina, Paco y la Aisge han trabajado para que Asquerino cumpliera su último deseo: que la velaran en el Español, en su casa. Lo consiguieron.
El homenaje
A las siete menos cinco de ayer, el coche con el feretro de la actriz llegaba al Español. Medio centenar de personas aguardaban en la puerta y ovacionaban a María. Dentro, cuatro coronas de flores la custodiaban. Asquerino estuvo cinco horas representando su última función, horas de lleno absoluto. Porque no ha muerto sola, hasta la capilla ardiente se han acercado decenas de compañeros.
José Sacristán la recordaba como una mujer «valiente» y Marisol Ayuso desmentía los rumores: «A María la hemos reclamado todos sus compañeros». Gema Cuervo, Marisa Paredes, Emilio Gutierrez Caba o Silvia Marsó tambiénestuvieron presentes. Las cenizas de María ya descansa en la Aisge, los premios que acumuló durante su carrera continúan en su casa, apilados encima de un armario, y Rosita, su perra gorda y vieja, busca dueño ¿razón?, preguntar en portería.
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