Sostres en una boda: La Ramona se casa y de blanco
Un verano perdido
«A la iglesia no voy porque yo sé lo que estos dos han llegado a hacer, juntos y por separado, y me niego a ser cómplice de que se rían de Dios a la cara»
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Iniciar sesiónSe casa un amigo del instituto y es la tercera vez. Los pocos que aún nos vemos de aquellos tiempos le pedimos que por favor nos libere del papelón de tener que ir pero no porque no le queramos, que le queremos, y mucho, sino ... por la pereza infinita de estas celebraciones, que yo entiendo que gusten a los protagonistas, e incluso a un cierto público, pero que para mí son una tortura. Yo no hago estas putadas a mis amigos. No les obligo a ir a lo que me gusta si sé que no les agrada y menos en verano.
Todo esto intento explicárselo al futuro esposo pero usa de tal modo la amistad como chantaje que me da miedo adentrarme en una conversación más dura y que todo salte por los aires. Siempre son intensas y delicadas nuestras conversaciones y siempre hacen referencia a asuntos de los que en algún momento decidimos dejar de hablar.
Además del disgusto por ir a una boda, y de vestirme como para ir, no vemos claro lo de Ramona. No iba a nuestro colegio pero era muy popular en nuestro curso y le llamábamos la Ramona. Sobre todo en COU pasó por la tropa. No era fea como para rechazarla ni guapa como para quedártela. Buena bebedora, nunca se quejaba. Cero rencorosa. Pero ahora, como entonces, tiene algo deprimente, desesperado aunque silencioso, algo de último tren funcional, impersonal, siempre a punto para los que no saben estar solos.
A la iglesia no voy porque yo sé lo que estos dos han llegado a hacer, juntos y por separado, y me niego a ser cómplice de que se rían de Dios a la cara. ¡La Ramona de blanco! Su padre es un viva la virgen millonario que nunca estaba y tenía un piso en Mallorca/Balmes que no había ningún chico en mi clase que no se supiera de memoria. Solíamos ir al cine el domingo por la noche y muchas veces uno traía lo que otro se había olvidado el viernes.
Han sentado a las dos familias por separado y se puede ver enseguida porque a la derecha están los que vienen de parte de la Ramona -que es la pudiente y no sólo el padre, también la familia de la madre posee una importante empresa cárnica- y nadie se ha quitado la chaqueta, y a la izquierda se ve todo de un blanco ofensivo, barato, porque los de mi amigo se han comportado como los descamisados que son y ya ninguno lleva ni la americana ni la corbata.
La boda la sirve un chef muy amigo que había trabajado con mi abuela cuando tenía el mejor cátering de la ciudad. Voy a verlo a la cocina y también conoce a la Ramona y tampoco lo ve claro. «Su padre vino a pagar el martes el convite entero porque los padres del novio no pueden ni con su parte y tampoco entiende por qué su hija siendo como es ha decidido casarse».
Y efectivamente camino del baño veo que el fotógrafo sale de una de las habitaciones de la masía en la que estamos y detrás va la Ramona arreglándose el vestido.
—Menos mal que no he ido a la iglesia-, le digo.
—Hombre, hace siglos que tú y yo no tenemos nuestro momento- empieza a contestar sin ningún reparo.
—Ramona, ¡que te acabas de casar!
Y entonces hace un poco el resumen de su vida, hablando de ella desde fuera, como si se refiriera a otra persona, y dice que su modo de ser no va a cambiarlo, pero que con mi amigo se entiende muy bien y que ya son mayores para no exigirse mutuamente lo que saben que no pueden darse. Y como siempre me pasaba con ella, nada de lo que dice me parece bien ni mal ni suficientemente interesante para que me sienta con ganas de continuar con la conversación, y pasa otro amigo del novio y veo que empiezan a hablar y a reír y los dejo.
Mi amigo está bailando, me siento y me quedo mirándolo. Parece contento. Me ve y viene y me abraza como hacemos cuando no vamos borrachos aún pero hemos bebido bastante. «Salva, yo creo que esta vez he acertado», Salva sólo me llaman los amigos del instituto y mis padres, «con Ramona me siento feliz y acompañado, sin agobios, sin tener que ser el que no soy».
—Pero…
«Pero nada», zanja y yo también lo abrazo como si hubiera bebido bastante. De verdad no entiendo por qué se ha casado, de verdad me ha irritado que no me respetara e insistiera en invitarme. Pero es verdad que lo quiero y lo quiero mucho y este amor me basta desde que seguramente jugando juntos descubrimos que no podíamos cambiar el mundo.
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