Rushdie, en el espejo de un cuchillo: «¿Sobrevivirá nuestra felicidad a semejante golpe?»
Así es 'Cuchillo', que arranca con un relato del atentado a cámara lenta y resume la lucha por volver a ser un hombre libre
Salman Rushdie charla con ABC: «No quiero ser una víctima; yo quiero ser el protagonista»
Lea aquí la crítica del libro
El libro comienza con el ataque, Rushdie revive aquellos 27 segundos a cámara lenta. «Cuánta sangre –pensé. Y luego–: Me estoy muriendo». Después da un paso atrás, hasta rememorar la feliz víspera del ataque. El autor se mira a sí mismo, horas antes de ... perder aquella inocente felicidad. 'Cuchillo' (Literatura Random House) es el relato de una lucha sin cuartel para poder volver a ser Salman Rushdie, que no puede ser sólo esa víctima, que no quiere ser sólo ese cuchillo hendido en su cuerpo. Y es también un libro atravesado por un humor semisalvaje, que aplica con desprecio al asesino incompetente , también a su propio cuerpo cosido a puñaladas («Oh –pensé yo–, mi bonito traje Ralph Lauren). Y por un amor que decide la partida contra la muerte.
Habla del autor del atentado como A. («no quiero utilizar su nombre aquí»). A de Asno, de Alcornoque, de Asesino potencial, de Agresor… No deja de inventar palabras ni bajo los potentes calmantes que le causan alucinaciones alfabéticas, contempla palacios hechos de palabras flotando en la habitación del hospital. Luego los extrañará, por su belleza. Allí está Eliza, su esposa, que no se separa de él y le dará la fuerza que él aún no sabe que tiene. «¿Sobrevivirá nuestra felicidad a semejante golpe?», se pregunta. Ella ha retirado todos los espejos de la habitación del hospital para que el escritor no pueda verse con su rostro de moribundo. Pero llegará el día. Se mirará en el espejo del baño. Y esa es la escena central del libro.
El escritor no deja de profundizar dentro de su memoria y en su mente convaleciente, recorrerá los libros y las películas donde un cuchillo es protagonista, recordará los tiempos de la fetua, de la clandestinidad («hice de la imaginación mi hogar»), las tres décadas de vida libre en Nueva York («sólo haciendo alarde de mi falta de miedo podría ir convenciendo a los demás de que no tenían por qué asustarse»); no olvidará a los amigos, hallados o perdidos, y sobre todo construirá con el tejido de sus grandes cicatrices un tratado de libertad y de 'felicidad herida', que es felicidad suficiente. «Yo no creo en milagros, pero mis libros sí».
Eliza y Salman miran de frente a este suceso, han grabado audios y vídeos para documentarlo desde el cuarto día, un material con el que harán un documental. «Hay que ir al encuentro de la vida. Uno no puede esperar sentado mientras convalece tras haber rozado la muerte. Uno tiene que encontrar la vida». Pero antes nos hará reír cuando cuente cómo grita cuando le introducen un catéter y pasará por varios trastornos iatrogénicos.
La inteligencia puede mucho más que el odio. Y Rushdie descubrirá que el lenguaje es su cuchillo. ¿Volver a escribir? He aquí la prueba. Libertad bajo palabra, ejercida hasta la médula. Puede que el cuerpo haya quedado tuerto, pero la libertad no. «Si temes las consecuencias de lo que estás diciendo, entonces no eres libre». Aunque haya que acordarse de Beckett, de Mahfuz, de los escritores acuchillados y de quienes fueron masacrados por ejercer su libertad, como los miembros de 'Charlie Hebdo'. «Como cualquier otra idea, las religiones merecen la crítica, la sátira y, sí, nuestra valiente irreverencia».
Volver a ser Salman se lo debe al tiempo, la terapia y la escritura de 'Cuchillo'. «En más de un sentido no soy el mismo», afirma, pero regresa a las fuentes en las que mana su sentido de la libertad. Y por supuesto, tuvo que volver al lugar del atentado, al auditorio de Chautauqua. El libro llega allí para revivir de nuevo la escena. Eso sí, con un nuevo traje Ralph Lauren. ¿Sobrevivirá nuestra felicidad a semejante golpe? Sí, «era una felicidad herida, y había además, quizá para siempre, una sombra en un rincón de esa dicha». Y hay que vivir con ello para ser libres, por mucho que temamos o decidamos combatir el fanatismo.
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