Rosalía, el fenómeno social que también canta
La artista catalana presenta 'Motomami' ante un WiZink rendido
La cantante Rosalía durante un momento de su actuación de anoche en el WiZink Center
Es más fenómeno social que música, como suelen ser este tipo de bombazos generacionales. Sobre Rosalía están todos los focos y el WiZink amenaza con reventar. Día grande, hay expectación y se vende mucho 'merchandising', señal inequívoca.
La intro es de las nuevas, ... 'Saoko'. Sale Rosalía de rojo total, desde las botas hasta las trenzas. Junto a ella, ocho hombres de negro que bailan arropándola y sus fieles, que cantan desde el comienzo, rendidos. 'Candy', 'Bizcochito' y 'La Fama', una bella bachata editada junto a The Weeknd, abren fuego. El show es más minimalista de lo que esperaba: no hay músicos, apenas el centro del escenario está habilitado y no hay escenografía más allá de las pantallas.
Como leyendo mi mente y para callarme la boca, Rosalía coge una guitarra y canta 'Dolerme'. No le duran las ganas de tocar y pronto toma el control el 'playback' para que ella ¿cante? una buena balada pop-rockera editada durante la pandemia.
He apreciado una mejora muy grande en el último año en el mundo del Autotune, esa herramienta que ayuda a los pseudocantantes. Hasta hace poco era difícil que sonara bien en vivo; ahora es un efecto más. Durante todo el concierto sufro para ver si realmente canta o no. La mayoría del tiempo parece que sí, aunque hay bastantes frases que suenan mucho más fuertes de lo que deberían viendo cómo gesticula y mueve los labios.
Suena después 'Motomami', que ya es parte del léxico urbano. Es una canción corta, algo caótica y buena muestra del reguetón-trap que hace ahora La Rosalía. Sigue con una balada, 'G3 N15', que le queda mucho mejor a su voz que el barullo de las superproducciones enlatadas. Otra muestra es 'Hentai', que interpreta a piano y voz con grandes resultados.
Mirar la cámara
Casi siempre le canta a un cámara, que se mueve tras ella por el escenario captando todos sus gestos. Dirá algún fan que es lógico, pues las gradas altas tienen que poder ver algo y la pantalla es la única forma. A mí me parece demasiado frío cantar en el WiZink mirando a una pantalla móvil en vez de al público.
En 'La noche de anoche' unos de los mejores reguetones de los últimos años, baja a las primeras filas y cede el micrófono a un par de aficionados, menos tímidos que sus parejas. Hacen el ridículo más espantoso de su vida pero se llevan una anécdota viral: rentable.
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Tras la síncopa machacona de un popurrí reguetonero ('Acelera', 'Gasolina', 'Papi Chulo'), suena 'Blinding Lights', probablemente la mejor canción de la noche junto a 'Delirio de grandeza', también del último disco. La más aplaudida fue 'Malamente', ejemplo perfecto de la fusión que creó Rosalía en 'El mal querer': folclore español y pop de Miami. Termina con 'Sakura' y 'CUUuute' y el palacio la vitorea.
Ha habido gente en la previa que me ha dicho que iba a ver el espectáculo del siglo. Si le quitamos la purpurina, las pantallas y el rojo de las botas, queda un show bastante mediocre. Bailarines que hacen pasos de garrulo, música repetitiva y enlatada y una líder que baila bien, aunque sin exagerar, y canta letras de analfabeta, algo que ella no es. Su éxito es el de la industria, no del individuo; y la música, antes original y vanguardista, hoy es otro número en las listas de éxitos. Se podría seguir elucubrando y seguro que los teóricos me aceptarían en su círculo pero, quién tiene razón: ¿El cronista gruñón sentado en la fila dos o las 15.000 personas que saltan a su alrededor? Comprendan que, en alarde de mesura y precaución, dude de mí mismo.
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