El caso Roald Dahl: una censura infantil para tiempos hipersensibles

La reescritura de clásicos como 'Matilda' o 'Las brujas' ha puesto sobre el foco una práctica que es legal y en la que trabajan codo con codo editoriales y colectivos de lectores que velan por la corrección política

Dahlcólicos anónimos, una sátira de Edu Galán

CG Simón

Primero fue la censura, después la rectificación. Desde ayer, Roald Dahl es un autor para los adultos y otro para los niños. Tras la polémica desatada por la modificación de sus libros para ser políticamente correctos, la editorial del autor de 'Matilda' o 'Charlie y ... la fábrica de chocolate' anunció que seguiría vendiendo sus textos originales bajo la etiqueta 'Roald Dahl Classic Collection' con su sello Penguin (de adultos), y los textos 'corregidos' con Puffin Books (para niños). Un capítulo más en un caso que empezó el pasado viernes, cuando 'The Telegraph' reveló que Augustus Gloop ya no sería «gordo» sino «enorme», que Agatha Trunchbull ya no sería «fea» sino «bestial» y que Matilda ya no leería a Rudyard Kipling, sino a Jane Austen. Y esto con la aprobación de la Roald Dahl Story Company, la entidad que gestiona sus derechos de autor. ¿El objetivo de esta jugada? Que estas obras pudieran «seguir siendo disfrutadas por todos hoy» sin herir sensibilidades. El estupor corrió como la pólvora, y hasta el primer ministro británico, Rishi Sunak, criticó la decisión.

El caso Dahl va camino de marcar un antes y un después en la censura de la literatura infantil. ¿Cómo se ha podido llegar a este extremo?, ¿es casualidad que se haya producido en la literatura infantil?, ¿por qué se produce ahora, si el racismo, la misoginia y la gordofobia en la obra de Dahl están bien documentados?, ¿por qué ha suscitado una crítica tan unánime?, ¿tienen derecho los herederos a cambiar la obra original de un autor y que esa revisión siga estando firmada con su nombre? Analizamos todos los detalles con abogados, investigadores, escritores y editores.

Una práctica antigua (y legal)

El proceso de eliminación y modificación de los textos siempre ha existido. Los cuentos pasaron de la tradición oral a la escrita y empezaron a dirigirse a un público familiar. En cuanto publicaron 'Cuentos de la infancia y del hogar' en 1812, los hermanos Grimm se dieron cuenta de que los padres no comprarían esos libros para sus retoños a menos que las partes 'ofensivas' se quitaran o fueran suavizadas, así que los revisaron para las ediciones posteriores. Ander Berrojalbiz siguió la pista de esa primera poda para su libro 'Las tres muertes de Blancanieves' (Pepitas de Calabaza), y reveló que en uno de los manuscritos originales de 1808 es la madre de Blancanieves quien la persigue para acabar con ella. De hecho, no es hasta la edición de 1857 cuando esta es sustituida por una madrastra. El propio Roald Dahl suavizó algunos de sus improperios en adaptaciones cinematográficas y teatrales de sus libros, pero ahora son sus herederos quienes lo han corregido. Es muy distinto.

La primera pregunta es evidente. ¿Pero esto es legal? Pues sí, parece que sí. ¿Y se podría hacer en España? Pues también. Javier Díaz de Olarte, director jurídico de Cedro, la asociación encargada de gestionar los derechos de autores y editores en nuestro país, afirma que estas transformaciones en la obra de Dahl se pueden hacer siempre y cuando se tenga el consentimiento de los titulares de sus derechos (muerto el autor, sus herederos). Eso sí: tienen que señalar que lo que presentan es la edición de 2023 y no la original. Es una opinión que comparte Carlos Muñoz, asesor jurídico de la Asociación Colegial de Escritores. Por su parte, Antonio López, abogado especializado en propiedad intelectual, insiste en que «el hecho de modificar una obra literaria para adaptarla a los gustos «políticamente correctos» en cada momento supone un atentado a la integridad de la obra injustificable e inasumible desde el punto de vista del respeto a la creación, al autor y a la cultura». El problema con el caso de Dahl, apunta, es que los herederos deberían ser quienes ejercieran este derecho moral, pero es que son ellos mismos quienes lo están vulnerando. ¿Y por qué lo hacen? Por el negocio, claro.

Los padres pagan, los padres deciden

No es extraño que el celo con el que se juzga la corrección de la literatura infantil sea tan estricto, pues son los padres los que compran los libros de los niños más pequeños, es decir, son los que tienen la sartén por el mango: ellos no leen, pero pagan. Por eso, a pesar de que esta clase de modificaciones se han dado también en la literatura adulta históricamente, siempre se ha pensado que en la infantil se puede y se debe cambiar más. «Se entiende que los niños y las niñas son lectores pasivos que no tienen capacidad crítica ni de resistir el texto que leen», afirma Macarena García, investigadora de cultura infantil en la Universidad de Glasgow.

Esto ha propiciado que las obras de autores fallecidos se revisen para adaptarlas a las sensibilidades de cada época y también ha influido en lo que se publicaba y lo que no de los escritores vivos. Cada cultura y cada tiempo tiene un umbral acerca de lo que considera ofensivo y ahora, en Estados Unidos, está muy, pero muy bajo. De ahí que los 'trigger warnings', las advertencias sobre posibles heridas a la sensibilidad, se encuentren actualmente en su punto álgido: es una política que han adoptado las principales plataformas de 'streaming'. Lo nuevo y lo viejo, ya saben.

Alta sensibilidad

Estados Unidos es también la cuna de los denominados lectores de sensibilidad. ¿Qué es esto? Grupos que se han incorporado a las editoriales y cuya función es «analizar las obras por si tuvieran tanto giros como términos ofensivos» y proponer «reescrituras que, generalmente, se hacen de forma consensuada con quien sea que tenga los derechos», tal y como señala Macarena García. La editorial Puffin Books recurrió a uno de ellos, Inclusive Minds, para que examinara la obra de Dahl. Centrado en la inclusividad y diversidad, el colectivo presentó sus modificaciones a la editorial y estas fueron aprobadas por la Roald Dahl Story Company.

«Ciertamente, si fuésemos a publicar las obras de Dahl hoy en día, con el tipo de cosas en literatura infantil que están llegando a las librerías, recibiría algo de crítica. Algún editor le pediría cambiar algo. Presenta a una serie de personajes adultos que podríamos calificar de sádicos, y niños y niñas que tienen capacidad de desafiar ese autoritarismo. Es una narrativa que aparece quizá en el sector juvenil, pero no en el infantil, que es el campo donde sus libros se siguen leyendo muchísimo», asevera García.

En 1990, el escritor estadounidense James Finn Garner se mofó de estos remilgos del género con sus 'Cuentos infantiles políticamente correctos', que en España publicó la editorial Circe. Su versión de Caperucita Roja es ya un clásico. Empezaba así: «Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad». «Lo que ha ocurrido ahora con Roald Dahl no es más que una continuación de lo que yo satirizaba hace treinta años. Ya se ha convertido en canon esa idea de que hay que proteger a la gente de las cosas que les ofenden», lamenta el autor. Su libro, recuerda, aún se sigue reeditando hoy. Por algo será.

Una estrategia comercial

Puffin Books justificó los cambios en los libros de Dahl argumentando que era la forma en que estos pudieran «seguir siendo disfrutados por todos hoy». En otras palabras: es una estrategia comercial. «El objetivo es mantener a Dahl vigente, su obra vive mucho actualmente de las adaptaciones, de las películas de Netflix, de los musicales….», señala García. Sus títulos suponen además una venta constante, por lo que es lógico (económicamente) que se busque que el ritmo no pare en el mercado anglosajón. Es algo que parece no amenazar a los mercados europeos, ya que tanto Algafuara y Santillana en España, como Gallimard en Francia, han asegurado que no modificarán los textos originales. La directora de la división infantil de Gallimard, Hedwige Pasquet, señaló en una entrevista en 'Le Figaro' que la Roald Dahl Stort Company había manifestado que deseaba respetar la cultura de cada país.

«Yo siempre he defendido la necesidad de publicar los textos originales, lo que el escritor quería contar. Por mucho que los herederos tengan derecho a hacerlo es algo cuestionable», subraya Diego Moreno, editor y fundador de Nórdica, que ha publicado con este sello varios relatos de Dahl. «Al cambiar estas expresiones estás alterando al escritor. Nosotros, incluso cuando publicamos 'Tarzán de los monos', que tiene visiones sobre el racismo y la mujer que hoy nos parecen difíciles de soportar, decidimos publicar el original. Es el lector el que tiene que contextualizar. O el profesor o los padres en el caso del niño. Si no pudiéramos leer estas cosas no podríamos leer ninguna obra». «Yo creo que tienes que ofenderte dos o tres veces al día, y si no es así tienes que ampliar tus lecturas», apostilla Finn Garner.

La indignación por el caso Dahl no tiene que ver solo con las modificaciones, sino con el hecho estas se han hecho sin su autorización y los libros siguen llevando su firma («seguramente él se revolvería en su tumba», afirma Macarena García). Hablamos de una obra que forma parte de la infancia de millones de personas, y buena parte de ellas son ahora padres que leen estos libros a sus hijos. «Me parece celebrable que tengamos tan claro que esto es censura –prosigue García–, pero no estamos pensando en todas las otras censuras. Si el argumento es que hay que adaptar a Dahl para la sensibilidad de los niños y las niñas de hoy, miremos lo que se está publicando para ellos. El noventa y cinco por ciento son obras que reproducen una idea de la infancia inocente y un buenismo en el que casi no hay adversario, en el que apenas hay conflicto, en el que el sentido del humor es cuanto menos soso, en el que los problemas sociales que aparecen son muy delimitados y se habla de ellos de forma muy delimitada».

El próximo paso: a por los vivos

La cosa no parece que se vaya a quedar aquí. El próximo paso que se vislumbra en el horizonte de este revisionismo a costa de no ofender las sensibilidades actuales es forzar a un autor vivo a modificar su obra publicada. Ya han surgido las voces en el Reino Unido que apuntan quién puede ser la víctima: David Walliams. Irreverente es también el adjetivo que suele acompañar al humor que aparece en los libros de este escritor británico, que ha vendido millones de copias en todo el mundo de 'La abuela gánster' o 'La increíble historia del chico del millón'. Y los parecidos continúan, la obra del autor se publica en la misma editorial que Roald Dahl en Reino Unido (en España lo hace Montena). Curiosamente, algunos de sus libros también están ilustrados por Quentin Blake, dibujante de cabecera de la obra del autor de 'Matilda' desde sus inicios (de hecho, llegó un punto en el que no quiso trabajar con nadie más).

El periódico 'The Telegraph', el diario que destapó esta controversia, ha puesto sobre la mesa su nombre. Allí, la autora e ilustradora infantil Sarah McIntyre afirma que a muchos les gustaría que reescribieran los libros de Walliams: «Creo que una de las razones de sus enormes ventas es que a muchos niños les encanta la transgresión. Él puede hacer chistes que a otros escritores no se les permitiría. Se sale con la suya con un humor similar al de Roald Dahl porque es lo suficientemente famoso como para rechazar las objeciones de un editor; si insistieran, podría llevar sus libros a otra editorial». El autor ya tuvo problemas en el pasado a causa de sus personajes, en concreto, con un chico chino que aparecía en 'Los peores niños del mundo'. En 2021, la editorial Harper Collins de Reino Unido eliminó directamente por racista el capítulo dedicado al niño asiático. Eso de momento.

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