'Road trip' por Estados Unidos: cita con los mitos y la tragedia del Oeste
De Las Vegas al Gran Cañón, de Monument Valley a Zion. Un 'road trip' por la geografía de los sueños americanos
Corresponsal en Nueva York
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Iniciar sesiónSalimos de Las Vegas tratando de no mirar hacia atrás. Pero no por miedo a que volver la vista a esta Sodoma de cartón piedra, donde no hay mayor pecado que su chabacanería, nos convierta en estatuas de sal. Sino para dejar atrás el comienzo ... del viaje.
La noche anterior, yo estoy metido en una furgoneta-limusina ridícula, con luces de neón y música de baile, el fin de fiesta de una cobertura periodística que no viene al caso. En el barullo, suena el teléfono. «Acabo de ver a una persona quitarse la vida». Lo dice mi pareja, recién aterrizada en Las Vegas. «Sí, sí, ahora te llamo», respondo yo, que no oigo o no quiero oír sobre el incidente que sacude el comienzo de nuestro viaje, una semana por parques nacionales del Oeste.
Media hora después nos encontramos en el vestíbulo del Mandalay Bay. Me cuenta cómo vio a un joven subido a una estructura, a varios pisos de altura, en una pasarela que va de la terminal a los aparcamientos. Ella y otro viajero le pidieron que volviera a la pasarela. Él les miró, sonrió, como fuera de sí y se lanzó al vacío.
Al día siguiente alquilamos el coche más barato que encontramos y salimos al desierto. Las Vegas es un espejismo, es sabido. Es un pedregal tapado con las fuentes del Bellagio o los canales 'fake' del Venetian. Pronto el paisaje era un mar de grava, donde flotan montículos, matojos y plantas achicharradas.
Dejamos de lado un mar de verdad, el que encierra la mastodóntica presa Hoover. Vamos a la primera parada, el Gran Cañón del Colorado, que no está en Colorado, ni en Nevada, el estado de Las Vegas. Sino en Arizona, que saluda con desierto y 120 kilómetros de recta hasta un lugar que se llama Kingman. Sin curvas, sin nada, más allá de la piedra amarillenta. Es como meditar al volante, con la mente perdida en las pequeñas modificaciones del paisaje. La colina escarpada que se mueve con lentitud, el movimiento acompasado de las cables de tensión, el parpadeo de la línea discontinua. Durante un rato, avanzamos en paralelo a la mítica ruta 66.
A mi lado, ella solo mira solo de vez en cuando por el cristal. Leyó que jugar al Tetris ayuda para enfrentar situaciones traumáticas, para alejar la imagen del cuerpo del joven contra el suelo, de su rostro antes de saltar.
Avanzamos hacia el Cañón y el paisaje se hace más complejo. Las piezas geométricas se amontonan en su pantalla. El paisaje se sedimenta delante del volante, con una última capa de bosque de pino. Entramos en el Parque Nacional del Gran Cañón del Colorado a última hora de la tarde. Corremos del aparcamiento hacia el mirador más cercano. El sol se acaba de poner y nos cruzamos con visitantes de regreso. Atravesamos la última hilera de árboles, que es como descorrer un enorme telón.
Delante de los ojos, la hendidura más abrumadora que se pueda imaginar, bañada del ocre de la última luz. Es una inmensidad que no captan los sentidos ni las lentes. El tamaño, los relieves, la profundidad se escapan al entendimiento.Intimida por inexplicable. Un precipicio desmesurado que también devuelve el pensamiento a aquel chico de Las Vegas. A ella le duele mirar al vacío.
Nos quedamos hasta que la noche termina de apagar la vista. El día siguiente lo dedicamos a caminatas. Las opciones son incontables. Da igual la que se elija, todas son excepcionales, todas comparten el escenario de fondo del barranco descomunal que perforó gota a gota el río Colorado. Los visitantes recorren los caminos escarpados como hormigas, mientras cada tanto cruzan los 'rangers' sobre mulas que abastecen los refugios lejanos y hacen mantenimiento. Los más animados bajan hasta la orilla del río, un camino agotador, para el que se recomienda hacer noche antes de regresar. Los más cómodos solo caminan hasta los miradores y se comen una chuleta en El Tovar, a ser posible en una mesa con vistas.
Yo camino con esfuerzo por esos caminos de polvo y roca. También con vergüenza, por haber considerado al Gran Cañón poco más que una estampa turística. Cada vez que se levanta la vista reaparece esta maravilla de la naturaleza.
La siguiente mañana, de vuelta en el volante, tomamos rumbo este, bordeando el Cañón por el sur, tratando de no mirar cuando aparece por la ventana izquierda para no estamparnos contra un camión. El paisaje vuelve a ser plano y desértico. Primero, una sábana amarilla de helechos quemados. Después, formaciones escarpadas grises, como cubiertas de ceniza.
Pronto entramos en territorio indio, la Nación Navajo. Es la mayor reserva india del país, con un autogobierno que no maquilla las cicatrices del pasado. Cada muchos kilómetros, aparecen en los márgenes de la carretera puestos destartalados que venden los populares amuletos contra los malos sueños. Por supuesto, compramos uno. Se ven trailers cochambrosos, convertidos en viviendas, desperdigados por la tierra seca y algún 'hogan', la casa tradicional de los navajo, una especie de iglú cubierto de tierra. Repostamos en un pueblo vacío, silencioso, donde los locales miran con desconfianza.
La desolación es el preámbulo de un paisaje asombroso. Vamos camino de Monument Valley y asoman formaciones rocosas extrañas. Una colina de piedra rojiza improbable, una montaña de dos puntas. Bajo un cielo de 'Los Simpson',, en una recta que permite perder atención en el volante, asoman esos monumentos de tierra que dan nombre al lugar. Son como icebergs varados en un mar de arena.
Monument Valley no es un parque nacional. Está operado por los navajo y se hacen las cosas a su manera. La infraestructuras, los horarios, los caminos son limitados. Dentro del parque solo hay un hotel, regentado por ellos. También son los dueños desde 2023 de Goulding's, que fue y sigue siendo una parada de camino. Era un lugar donde abrevar caballos, comprar suministro, encontrar posada y comer algo. Y lo sigue siendo: tiene gasolinera, tienda, motel y restaurante.
Harry Goulding era un aventurero que compró tierra en este páramo asombroso y perdido a comienzos del siglo XX.. Él fue quien mandó fotografías del paisaje incomparable a John Ford, que buscaba localizaciones para sus películas.
Aquí cimentó Ford los mitos del Oeste en'La diligencia' o 'Fort Apache'. Goulding's fue su cuartel general para el rodaje. La salida y la puesta de sol desde los balcones del hotel son impagables. El pan frito tradicional que sirve con displicencia el navajo del restaurante, no tanto.
Un paseo entre las formaciones insólitas de Monument Valley es un encuentro con esos mitos. La aventura, la soledad, lo desconocido, la belleza, la violencia. El Oeste es crudeza y muerte, también libertad y posibilidad. Es la tensión entre lo salvaje y lo civil de 'El hombre que mató a Liberty Valance', es el final de 'Thelma & Louise'. Es el espíritu de EE.UU., donde tantos triunfan, donde tantos sufren. De nuevo aparece el episodio del aeropuerto de Las Vegas.
De vuelta en la carretera, la siguiente parada es Antelope Canyon, una maravilla natural estropeada en la era Instagram. Es un cañón perforado en la roca, donde el curso de las riadas han esculpido formaciones onduladas, teñidas en miles de tonos naranja con la luz que se filtra. Sería una experiencia lisérgica si no fuera en una visita en grupo donde la prioridad es el teléfono.
Muy cerca de allí también es espectacular Horseshoe Bend, un meandro monumental, excavado por el Colorado, con la forma de herradura que le nombre. Una maravilla, pero muy accesible, así que hay que volver a soportar a la tropa del 'selfie'.
'Road Trip'
Tomamos rumbo noroeste, hacia Utah, rodeando el Gran Cañón, en busca de sus grandes parques nacionales. Las opciones son abundantes: Canyonlands, Arches, Capitol Reef… Nuestra intención es ir a Bryce y Zion, que nos colocan rumbo de vuelta a Las Vegas, para completar un círculo rodeando al Gran Cañón. Una nevada -esto es el mes de marzo, un gran momento para evitar las masas de visitantes- nos desaconseja llegar a Bryce y disfrutar de sus rarezas geológicas. Nos queda Zion, la joya de los parques de Utah.
Después de varios días al volante, cala la sensación de 'road trip' y la carretera no deja de dar alegrías. Sobre todo cuando se salva un túnel estrecho que te mete en los valles de Zion. Sobre un pavimento morado, se suceden los picos en escorzo, apuntillados por vegetación, con laderas erosionadas como si las hubiera atusado un cíclope con un peine gigante, con franjas de todos los colores que puede tener una roca.
El parque, muy poblado incluso en temporada baja, es un sueño para el excursionista. Desde una foz alucinante en la que caminar por el agua hasta 'treks' de exigencia y belleza. Y de tragedia, como el que acaba Angel's Landing, un promontorio escarpado donde no es raro que se despeñen los descuidados.
Me castigo por haber tardado en venir a estos territorios, después de tantos años en EE.UU
Una ascensión de una hora, llena de vistas impresionantes, te coloca al pie de Angel's Landing. El último tramo es de escalada, con cadenas y escaleras metálicas para avanzar por las rocas. Pero los 'rangers' impiden el paso. Había que hacer una reserva el día anterior, un sistema para evitar la aglomeración y los accidentes. La alternativa es mejor. Seguir ascendiendo, sin nadie alrededor, por donde se pierden los caminos, hasta un paisaje fabuloso, en el que se sobreponen los planos de montañas de diferentes tonos y resisten las últimas nieves del invierno. Sentado en una roca, me castigo por haber tardado en venir a estos territorios, después de tantos años en EE.UU. Y, por mucho que me guste Nueva York, me compadezco de todos los turistas haciendo cola para subir al Empire State.
Zion invita a pegarse una semana zigzagueando entre barrancos, arroyos, bosques y montañas de fábula. Pero se impone volver al volante y al desierto, el que hay que atravesar para regresar a Las Vegas.
Entre lo poco que hay con verdad en la ciudad está el viejo 'downtown', el de los hoteles de gloria pasada, como el Plaza, que un día fue lujoso y hoy es de saldo. Es la última oportunidad para perder un puñado de dólares en las mesas de 'blackjack' de los casinos populares, absorber la depresión de los viejos que pierden la jubilación en las tragaperras con un cigarrillo en la boca y disfrutar de la legión de buscavidas y turistas en la calle.
Pero este viaje en círculo no se cierra de verdad hasta que no llegamos al aeropuerto de Las Vegas. Podemos ir directos a la puerta de embarque. Elegimos visitar la pasarela trágica y mirar al vacío. Para procesar y entender lo ocurrido. Y para celebrar, pese a toda la tristeza y el dolor, a aquel joven. Y al Oeste que crea y rompe sueños.
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SuscribeteCorresponsal de ABC en Nueva York desde 2014. Licenciado en Derecho por la Universidad Pública de Navarra y master en Periodismo de ABC-UCM. Becario Fulbright por la Universidad de Nueva York.
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