flamenco
La resurrección artística de Pepe Marchena
reportaje
La estrella que fue olvidada durante décadas y que hoy recuperan artistas como Sandra Carrasco, quien tuvo una revelación tras la muerte de su padre
Luis Ybarra
Cuando Sandra Carrasco llegó a Madrid apenas había escuchado a Pepe Marchena. Su encuentro con la obra del genial cantaor fue tardío, a eso de los veintiocho años. Llevaba un par de décadas cantando, pero ni rastro en sus oídos de aquel jilguero: «Nunca he ... ido a una discoteca, lo que yo recuerdo son los coches abiertos con Remedios Amaya y El Torta, así como la barra de cemento de mi casa que hizo mi padre, por la que pasaron muchos artistas», dice.
Quien más grabó durante los años 30, la figura de la Ópera Flamenca, el cantaor más imitado en la primera mitad del siglo XX, sufrió hasta hace relativamente poco el rechazo de gran parte de la afición. Hoy hay una generación que lo reivindica. Sandra Carrasco, quien a sus veintisiete apenas lo identificaba como una referencia, anda de gira con un recital en el que revisita este repertorio de colombianas y filigranas junto al guitarrista David de Arahal.
«En mi casa, en Huelva, siempre se escuchó flamenco, pero nunca a Pepe Marchena», explica Carrasco. Y cómo llegó a él, le pregunto: «Pues mucho después. Me aprendí un par de letras de su guajira y la milonga 'Melón sabroso'. En agosto de 2021, en Almonte con mi padre, que siempre fue muy aficionado, amigo de Paco Toronjo y de Los Marismeños, le canté la guajira. Me dijo que de dónde había sacado esa maravilla. Nos pusimos ciegos de vino y no dejamos de cantar. El 7 de octubre de ese año mi padre murió de un infarto. Mi papá, mi amigo de mi alma, mi admirador al que yo tanto admiraba también... Ese fue el punto de partida de este proyecto, aunque yo aún no lo sabía».
Sandra Carrasco carraspea. Su garganta se transformó, durante una semana, en un túnel con capas superpuestas de oscuridad. Negro sobre blanco, como un cuadro de Malévich, y vuelta al negro al despertar. Sin embargo, carraspea de nuevo, tuvo una revelación: «A la mayoría de la gente le dije que fue un sueño, pero se trata de una aparición. Yo lo vi. Me eché en la cama a llorar y apareció mi padre. Lo prometo. Llevaba meses llorando. No podía más. Y me dijo que parara. Que él estaba bien y que debía embarcarme en esto. Que saliera de ahí. Por él. A la mañana siguiente, encendí el ordenador, escuché el polo de Tobalo de Pepe Marchena, llamé a David de Arahal para hacerlo los dos juntos y arrancó esta historia. Toda la música es de David».
Hace unos días presentaron el espectáculo en el teatro Pavón de Madrid. De la gira que desarrollarán durante los meses próximos, se grabará un disco en directo, que se incluirá dentro de un libro: «ha sido tan brutal la experiencia que un joven historiador, Carlos Ruiz, nos va a ayudar a contar lo que hay detrás de cada cante. Un psicólogo me explicó que a diferencia de otra gente yo he tenido un duelo creativo. Y es mucho lo que necesito transmitir, así que lo que en un principio iba a ser un folleto extenso se va a convertir en un libro».
Recuperar a un genio olvidado
En el caso de Sandra Carrasco, un acontecimiento extraordinario ha unido lo que estaba inconexo. Rocío Márquez, otra de las que se ha acercado a Pepe Marchena, descubrió en él otra forma de expresión. Estaba insegura con sus facultades, más líricas, menos castigadas de lo habitual, o afilladas, como se dice en estos lares, hasta que descubrió esta otra manera de doler cantando que decidió plasmar en 'El Niño', como un día le sucedió a la Niña de la Puebla, casi un siglo antes. Otros de los artistas que hoy se acercan a aquel maestro son Arcángel, Segundo Falcón, Gema Caballero o Jeromo Segura. Sin embargo, no siempre gozó de la admiración del tejido artístico, en el que la aproximación de Enrique Morente parece más bien un verso suelto dentro de una generación bajo dominio del llamado mairenismo.
Pepe Marchena nació a principios del siglo XX. Fue discípulo de Antonio Chacón y se llevó el cante a otro sitio. Se vistió a lo Gardel, incorporando a lo jondo el atuendo de esmoquin en los años 30. Llenó, junto a otras figuras como la Niña de los Peines y Manuel Vallejo, las plazas de toros, revolucionando este arte al aportar frescura en cada melisma. Creó nuevas arquitecturas, impuso un sello del que parten obras tan enjundiosas como la de Juanito Valderrama y se proclamó como uno de los más vastos conocedores del género, domeñando una amplísima baraja de estilos. Fue, asimismo, quien más graba en aquella época: casi trescientos cantes registrados, además de protagonizar numerosas películas entre los años 30 y 50, como 'Paloma de mis amores', de Fernando Roldán, y 'La reina mora', en la que compartió plantel con Antoñita Moreno.
Se produjeron, no obstante, dos acontecimientos perfectos para desdibujar su memoria. Primero, que la corriente dominante de los 60 en adelante será el mairenismo con su filosofía del cante gitano andaluz. Segundo, que en los 70 entran en España otros sonidos, como los propios del rock, y esta otra estética se percibe como arcaica por parte de los nuevos públicos, que asocian toda una música con el régimen que se supera. Marchena muere en el 76. Pero a Juanito Valderrama, uno de los grandes artífices en esa línea expresiva, no se le permitió actuar en la Bienal de Flamenco de Sevilla mucho después, como él pidió insistentemente. Relegados a cupleteros, las superestrellas de otro tiempo cayeron en un ostracismo que ahora se vence.
Andrés Marín, último premio Nacional de Danza, tiene un ídolo: Pepe Marchena. «En mi casa siempre se escuchó, porque mi padre trabajó con él. Fue el más largo. Pero los jóvenes estábamos con Camarón, El Lebrijano y otras historias. Él tuvo dos etapas. Como Niño de Marchena me fascina su capacidad creadora: la cantidad de música que es capaz de hacer en cada tercio. Como Pepe Marchena, su poética, siendo un hombre que no sabía leer ni escribir. Si los jóvenes deben quedarse con algo es con el propósito de su obra, su libertad. No copió lo anterior, sino que creó algo radicalmente nuevo. Había toda una intención detrás que es lo más poderoso que podemos emular hoy».
Para que se entienda lo denostado que durante décadas estuvo este ornamentado intérprete, valgan estas líneas del flamencólogo González Climent que recordó el crítico Ángel Álvarez Caballero. Lo hizo en la contraportada de un disco en vinilo en el que se reeditaban cantes de tres de sus discípulos, Niño de la Huerta, Pepe Córdoba y Manolo El Malagueño: «del marchenismo, el único que se salva es Marchena». Una suerte de antisolapa del tipo «No compren este álbum». Pero el gotelé, como recuerda María José Fuenteálamo en sus columnas en ABC, siempre vuelve.
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