La resistencia cultural en Polonia: «Nos acusan de ir contra los intereses del país»
Un teatro de Cracovia, perseguido por representar una obra que ya causó polémica en 1968, se erige en icono contra el férreo control cultural del Gobierno
«No es que no podamos escribir o decir lo que queramos, pero si lo haces lo más probable es que el enemigo te señale»
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Cracovia
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Iniciar sesión«La libertad del arte no la otorgan la política ni el poder. No es de los políticos de donde el arte toma su libertad. La libertad está dentro de nosotros. Debemos luchar por ella y contra nosotros mismos, en lo más íntimo de nuestro ... ser, en nuestra soledad y nuestro dolor». La cita es de Tadeusz Kantor y está estampada junto a la entrada de la Cricoteka, en Cracovia, el primer centro cultural dedicado a un artista en solitario construido en Polonia. Considerado una de las figuras más rompedoras del teatro polaco de mitad del siglo pasado, sus mandamientos hoy, en vísperas de unas elecciones parlamentarias, se tambalean. «Polonia está siguiendo el camino de Hungría», advierte el escritor húngaro Ferenc Czinki, director de la Asociación Húngara de Escritores. «Han entendido que controlar la creación artística es una herramienta poderosa para seguir en el poder».
Czinki pertenece a la Alianza Europea de Academias (European Alliance of Academies), que reúne a setenta asociaciones de toda Europa, entre ellas el Círculo de Bellas Artes, la única española. Representantes de la Alianza se reunieron la semana pasada en Cracovia para conocer de primera mano la salud de la creación artística en Polonia, gobernada por la derecha populista desde hace una década. Y el diagnóstico es preocupante. En las distintas actividades organizadas dentro del ciclo 'Derechos y libertad de cultura', directores de distintas instituciones transmitieron que el control político está cada vez más presente en Polonia. La propia Cricoteka, ese 'santuario' profano erigido en 2014, ha protagonizado recientemente una polémica: la dirección del centro, financiado en gran parte con dinero del Estado, retiró de un festival una serie de fotografías críticas con el Gobierno.
Guerra cultural
El sector de la cultura lamenta que en esta década de gobierno conservador ha habido una regresión en la libertad de creación; esa 'guerra cultural' de la que se empieza a hablar ahora en España comenzó mucho antes en Polonia. Desde las instituciones públicas se promueven prácticas destinadas a la 'polonización' del país, con un regreso a los mitos nacionalistas, sobre todo a la resistencia de la Segunda Guerra Mundial y el anticomunismo. Según Dominika Kasprowicz, directora del centro Villa Decius, desde el Ministerio de Cultura se ejerce un control férreo de las instituciones culturales. El Gobierno ha modificado el rumbo de al menos 45 centros desde 2015, con nuevos programas y cambios de dirección. El del Teatro Nacional Juliusz Slowacki es uno de los casos más destacados. «Pronto saldrá en los libros de texto», aventura Kasprowicz.
El director del teatro, Krzysztof Gluchowski, lleva en el punto de mira desde febrero de 2022, cuando el Gobierno inició un proceso de destitución que aún no ha concluido. Ya van más de 600 días. Oficialmente, las autoridades lo acusan de haber incumplido las normas de contratación pública en una licitación para la limpieza del teatro, así como de no cuidar el «buen nombre del teatro». Pero a nadie en Cracovia se le escapa que este señalamiento tiene que ver con la representación en 2021 de 'Dziady' ('Víspera de los antepasados'), un drama poético de Adam Mickiewicz escrito en la década de 1820 que, de manera velada, criticaba a la Rusia de entonces.
La obra fue representada en 1968 en Varsovia y las autoridades la censuraron por considerarla antisoviética y antigubernamental. Y, medio siglo después, es un Gobierno de derechas el que se ha revuelto contra ella. La nueva puesta en escena de la obra juega con los lenguajes a los que acostumbra el Juliusz Slowacki, un teatro experimental: el texto es el mismo, pero cambia el sexo del protagonista, ahora una mujer excluida y discapacitada, y la ambigüedad del poema de Mickiewicz adquiere en este montaje una dimensión crítica ante los problemas actuales, tanto políticos como sociales. La censura no tiene matices.
El director de un teatro de Cracovia lleva en el punto de mira desde febrero de 2022
El director del teatro, enfermo, no pudo atender a ABC, pero sí su número dos, Edyta Sotowska-Smilek. «Las autoridades, el entorno del Gobierno y la Iglesia católica nos acusan de ir contra los intereses de Polonia. Este procedimiento no solo busca acabar con Gluchowski, van a por el teatro», afirma la vicedirectora. «El Gobierno ha reducido la asignación económica que teníamos y nos está resultando muy difícil conseguir financiación para sacar adelante nuestro programa. La última temporada, el dinero que recibimos no fue suficiente para pagar los salarios de nuestros trabajadores». La parte positiva es que el público respondió, y allá donde va la obra agota las entradas: «Los espectadores y los medios independientes nos están apoyando. Es nuestra fortaleza».
Cracovia, segunda ciudad más poblada de Polonia, se ha erigido en la resistencia cultural. En un país marcadamente rural, «las ciudades se están convirtiendo en islas cada vez más importantes para la libertad de expresión y de cultura», señala el vicealcalde de Cracovia, Robert Piaskowski, de un partido de izquierdas. De su departamento depende el funcionamiento del Museo de Arte Contemporáneo (Mocak) de la ciudad, construida en el terreno donde Oskar Schindler tenía su fábrica. Su directora es Maria Anna Potocka, una coleccionista que durante cuatro décadas ha dirigido galerías de arte y no oculta su enfrentamiento con el Gobierno. «Me gusta el escándalo. Es la mejor promoción», bromea, pero la realidad es que lleva dos años sin poder comprar obra nueva porque le han secado la financiación estatal.
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«Estamos sometidos a la censura nacionalista», denuncia el periodista, escritor y productor polaco Witold Beres. «No es que no podamos escribir o decir lo que queramos; lo podemos hacer, pero entonces es muy probable que el enemigo te ponga en la diana. Esta es la situación más estresante». El caso de la película de Agnieszka Holland, acusada de «hacer propaganda nazi», es un ejemplo. Beres también ha sufrido esta persecución en sus carnes: «Estuve un tiempo hospitalizado por una operación muy delicada. Lo único que podía hacer era ver la televisión gubernamental; 24 horas al día de odio contando la situación de los refugiados. Así que escribí un libro que se publicó mientras estaba en el hospital. Cuando volví a casa después de cuatro meses me encontré con que habían pintando una esvástica en la puerta de mi casa con pintura negra. Me asusté mucho», recuerda. «El Gobierno sabe que la cultura es un arma muy afilada. Todos necesitamos cultura, y ellos han decidido llenarla de valores populares. Organizan la cultura como Alemania en los años 30».
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SuscribetePeriodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la UCM y Máster ABC
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