La RAE ya sabe perrear, pero no sale del chundachunda
La nueva actualización del Diccionario suma más de cuatro mil novedades, de los machirulos al peronismo, pasando por el sexting y el sinhogarismo, entre otras voces
Por primera vez se incluye en el Diccionario una herramienta para consultar sinónimos y antónimos
Sexting, machirulo, chundachunda y VAR, nuevas palabras del Diccionario de la RAE
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Iniciar sesiónEs una tradición reciente, igual que eso de celebrar el encendido de luces navideño como si fuera fin de año, y del mismo modo dice mucho de nosotros: es un retrato no tanto de frente como de perfil, no de la actualidad sino del presente, ... que es un tiempo más elástico y va del chundachunda (sí, sí, la Movida) al perreo, pasando por el sexting y los machirulos. Hablamos, claro, de las nuevas palabras que entran al Diccionario de la RAE (DLE) en su versión 23.7 (ríete, Apple), y que la institución presentó ayer en un acto que puede entenderse como la antesala de la Lotería, pero sin el soniquete de los niños de San Ildefonso. Santiago Muñoz Machado, director de la Academia, y Elena Zamora, responsable del Instituto de Lexicografía, ejercieron de maestros de ceremonia. Entre los dos fijaron los datos de la actualización: hay un total de 4.381 novedades, si sumamos nuevos términos, nuevas acepciones a voces que ya estaban recogidas, enmiendas y otras modificaciones lingüísticas. Además, señalaron dos noticias relevantes: por primera vez podremos consultar sinónimos y antónimos en el Diccionario, una obra inacabable que a partir de ahora coordinará Dolores Corbella, ya que Paz Battaner deja el cargo por motivos de edad. Pero volvamos a la fiesta de la palabra.
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Es la de 2023 una cosecha curiosa, tan variada que solo puede leerse por partes. Por ejemplo, la sexualidad. Entran en el DLE las formas complejas no binario («persona que no percibe su identidad de género en términos de binarios de hombre y mujer») y disforia de género («angustia o malestar persistente en una persona causados por la falta de correspondencia entre su sexo biológico y su identidad de género»). También, por lo que sea, han entrado hormonar y hormonación, entre otros palabros médicos como cardiocirculatorio, implantología o inflamatorio. Y por seguir con la ciencia, el cambio climático suma verbos y sustantivos a la lucha: biocapacidad («capacidad que tiene la naturaleza para producir recursos renovables»), descarbonizar, corredor ecológico («vía que facilita la conexión entre espacios naturales con el fin de conservar hábitats y especies») y las huellas que deja la humanidad a su paso (de carbono, hídrica y ecológica). Ganamos, por si fuera poco, un adjetivo para paladear: melánico («perteneciente o relativo a la melanina»). Y un sustantivo útil pero poco lírico: enchufable (esto es, el coche eléctrico). Y un verbo que lleva mucho entre nosotros: ficcionar.
La política se hace fuerte con más ismos, algunos nuevos y otros renovados, pero todos serios y de sobra conocidos: peronismo, intervencionismo, neoconservadurismo, universalismo. ¡Y llega la línea roja! Aunque a estas alturas ya hablamos de muros… En fin, en lo social tenemos el sinhogarismo (de los creadores, suponemos, de sin techo, que la RAE aún escribe separado), la pobreza energética (ahí está, aunque no la griten) y el verbo posturear (el postureo ya estaba, como el selfi). Machirulo, al fin, se hace definición, aunque es sosa y le faltan ironías y matices («dicho de una persona, especialmente de un hombre: que exhibe una actitud machista»). Y eso que han tenido cinco años para pensarla. Fue en 2018 cuando Soledad Puértolas contó en estas páginas que estaban discutiendo su entrada. ¿Pero cuánto se tarda en meter una palabra en el Diccionario? «Fácilmente dos años», aseguró Muñoz Machado.
La música, como siempre, nos deja unas paradojas temporales divertidas. En 2019 la Docta Casa accedió a definir beatlemanía, y ahora redobla la apuesta con chundachunda, que se puede escribir así o con guion, pero que significa en cualquier caso «música fuerte y machacona» y subraya una ruptura generacional. No lleva marca de uso despectivo, ni falta que hace. Ha entrado antes que el tecno, la electrónica o el EDM: con eso ya está todo dicho. Al menos con el perreo han estado rápidos, aunque más que una definición parece un manual de instrucciones, y no se han andado con preocupaciones de género: «Baile que se ejecuta generalmente a ritmo de reguetón, con eróticos movimientos de caderas, y en el que, cuando se baila por parejas, el hombre se coloca habitualmente detrás de la mujer con los cuerpos muy juntos». Kriptonita (con el sentido de «eres mi kriptonita», o con el de «esto es mi kriptonita») también estrena entrada. Teoría y práctica de la relatividad temporal.
La comida, claro, viene con sus palabras gastro, que son armas de deconstrucción masiva. A saber, retrogusto: «Conjunto de sensaciones gustativas que quedan después de haber probado un alimento o una bebida». Para compensar la RAE ha dignificado las formas complejas de plato combinado y plato del día. Y da dignidad de Diccionario a cochifrito: «Cabrito, cordero o cochinillo cortado en tajadas, que se cuecen y después se fríen». Y ampliamos el vocabulario del mojar, que es el vocabulario sobre el que se levanta un país: pico, regañá, palitroque, grisín, colín… El viudo se polisemiza (este verbo no está, no se asusten) y ahora es un alimento que se guisa. Y la viuda negra ya tiene su habitación propia.
Los anglicismos siguen con sus niveles de natalidad en verde. La RAE da la bienvenida a balconing, banner, big data, cookie y bulldog, entre otros. El más sonado es sexting: «Envío o intercambio de imágenes o mensajes de texto con un contenido sexual explícito a través de un dispositivo electrónico». Y en el rincón miscelánea encontramos risoterapia: «Empleo de la risa como medio para mejorar el estado anímico». Es la evolución del reír por no llorar. Pero cobrando.
Muchas de las palabras, comentó Muñoz Machado, las proponen ciudadanos o colectivos. Aunque algunas, muchos años después, descubrimos que las pensó un filósofo en la soledad del escritorio. Es el caso de vivencia, una palabra bella en su simplicidad. Se la debemos a Ortega y Gasset, que en 1913 la propuso como traducción de la voz alemana 'erlebnis'. Más de un siglo después el Diccionario le reconoce la autoría.
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