Postales perdidas
¡Perrita al agua, caballero!
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«Las fiestas del muelle rompen el ritmo habitual del verano donostiarra que es de jersey al hombro y mucho paseo»
Artículos de Chapu Apaolaza en ABC
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Iniciar sesiónEspero que estés bien. Te escribo desde San Sebastián. Acaban de ser las Fiestas del Carmen en el muelle y lo hemos pasado muy bien. En esta ciudad, todas las fiestas del verano son para veraneantes, como artificiales, menos estas, que resultan muy ... divertidas. Hay una procesión y después sueltan un poni salvaje y hay que subirse, pero pega unas coces que no veas. También han echado dos vacas de la ganadería de Lástur, pero no nos hemos arrimado, porque sabían latín. Donde los barcos grandes han sacado una cucaña llena de jabón y el que llegue al final se lleva un chorizo o alguna otra cosa. Al caer, uno se ha dado en sus partes un golpe que han tenido que sacarlo del agua medio muerto y se llevaba las manos a la entrepierna.
Las fiestas del muelle rompen el ritmo habitual del verano donostiarra que es de jersey al hombro y mucho paseo. Cuánto pasea la gente aquí; me llama la atención: no sé de dónde sacan tantas ganas de andar. La gente de aquí va, está y se vuelve, siempre paseando, tan tranquilos que diría que se aburren. La ciudad, que atardece en verdes esmeralda sobre la Bahía de la Concha, los tiene hipnotizados y andan por ahí, un poco como zombies.
El muelle es uno de mis sitios preferidos porque siempre suceden cosas. El otro día, de noche, vimos sobre el agua negra una tortuga laúd que se movía por la superficie como el ataúd de 'Queequeeg', el arponero de 'Moby Dick'. Pronto por la mañana ronronean los barcos como gatos y huele a café, a yodo, a sal y a gasolina. Se aparecen entonces las pescadoras sentadas en sus montañas de redes granates, arreglando los agujeros con sus faldas de cuadros. Han salido a entrenar los de la trainera y van hasta la ciaboga a una milla de la barra haga buen tiempo o malo, no importa.
Me gusta venir aquí y me divierto con los amigos que he hecho. Paquito ha saltado al agua desde lo alto de la lonja y casi se da con el bordillo. Está altísimo aquello, pero es buen nadador. Tiene un perro que se llama Xol, que sale con él en la foto, un pastor muy vivo, y sabe bucear. Es de un color canela tan claro… Un perro de nácar. Por la tarde, con la marea alta, cuando pasea la gente de dinero, vamos frente a la estatua de Aita Mari y jugamos a 'Perrita al agua'. Gritamos: «¡Perrita al agua, caballero!», y nos tiran una perra los señores, divertidos con nuestras zambullidas. Como el sol da de lleno a esa hora sobre el agua, los rayos acuchillan el verde en haces dorados y, cuando cae la moneda al fondo, gira y brilla como un pez que se escabulle y así, por los destellos, podemos perseguirla hasta el fondo a brazadas. El perro también se mete; qué listo es.
Después, la guardamos en la boca y echamos la tarde buscando duros que se van al fondo. Nos da para unas carraquelas y unas quisquillas que nos saben muy ricas. El otro día nos comimos media docena de sardinas que ardían como brasas, pero nos supieron a gloria. Nos limpiamos con un trozo de pan y nos fuimos a dormir, cansados.
Por la noche, la ciudad revive en un coro de risas y de canciones en los bares de lo Viejo y en la calle, la gente, venga que pasear. Soy muy feliz aquí. Pronto tendré que regresar. Te quiero mucho.
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