Los siete pecados capitales de...
Pedro Alonso: «Estoy rehabilitando en mí una ira sana»
El inolvidable Berlín de 'La casa de papel' estrena la serie 'En la nave del encanto', un viaje en el que indaga en ritos ancestrales, pero también en su propia naturaleza
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Iniciar sesiónPedro Alonso, inolvidable Berlín de 'La casa de papel', nos sorprende ahora como documentalista con la serie 'En la nave del encanto' que firma para Netflix. A través de tres adictivos capítulos, el actor y director comparte un viaje íntimo en el ... que indaga en tradiciones y ritos ancestrales, pero también en su propia naturaleza. Hablamos con él sobre pecados capitales.
-Le perdono un pecado capital
-La ira. Desde hace años, en mis mecanismos en busca de una vida más saludable y satisfactoria, trabajo mucho en ganarme el sentido de la gentileza que he localizado en muchas de las culturas ancestrales. Eso puede hacer que, en algún momento, retengas impulsos que tienen que ver con la no respuesta a la energía de la violencia. Y ese es uno de mis afanes, lo que no contradice el poder decir un no de una manera rotunda y clara a tiempo, presente y real, porque puede servir para preservar ese bienestar. Trato de distinguir ese primer impulso genuino para no dejar que me colonice lo tóxico y preservar la energía de la gentileza.
-Por lo que veo, no debo perdonárselo: lo mantiene a raya usted solito.
-Bueno, me permito el impulso cuando es genuino, lo reconozco y luego lo controlo, porque no quiero que me eche su grasa encima. A veces, cuando retardamos la expresión de la ira, sale tarde y mal, de una forma torcida. Procuro trabajar esa presencia para evitar que me queme y colonice mi energía. Estoy rehabilitando en mí una ira sana.
-¿Sería pasión, entonces, más que pecado?
-Las palabras no tienen culpa de la basura que le echemos encima. Las palabras tienen un valor, pero el problema es la dosis. Eso nos lleva a un uso torticero y, muchas veces, ideológico de ellas. Al final, es solo cuestión de dosis: un cierto grado de pereza es una maravilla, como un cierto grado de lujuria, incluso cierto grado de ira. Otra cosa es la intoxicación de la energía y la idea neurótica en cuanto a lo que representa la palabra.
-¿Qué pecado es el que le cuesta más disculpar en los demás?
-Me provoca rechazo la gente que dice que se aburre. No sé si eso sería pereza, pero les diría: exponte. La vida no viene a llamar a tu puerta, tienes que tirarte al agua para que te moje. La vida consiste en eso, a veces hay que crujir. Pero ahora hay un síntoma en occidente que es preocupante, esa sobreprotección que genera intolerancia a la frustración. Y, para conseguir una melodía fabulosa, hay que tocar primero durante muchos años y hacerlo mal antes. Solo así se aprende.
-¿En su profesión es más difícil lidiar con pecados como la soberbia, la envidia o la avaricia?
-Todos somos susceptibles de comportarnos como auténticos idiotas en un escenario o en otro, en esta profesión o en el supermercado. Lo que pasa es que, cuando estás expuesto, se ve más. La exposición lo que revela es la naturaleza profunda de las personas, pero no solo del que está expuesto: también del que observa.
-¿Hay un pecado que disculpe fácilmente?
-Yo, cada vez, le digo menos a la gente lo que tiene que hacer, porque lo que quiero es que el jardín de mi vida sea lo más armonioso posible. Veo mucha amargura en el mundo, pero al mismo tiempo no dejo de encontrarme con gente preciosa. He estado en sitios muy humildes donde me ha impactado el sentido de la gentileza de sus gentes. Deberíamos recuperarlo en occidente. La neurosis ensucia y cubre de goma el corazón.
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