Auster y el cine: cuando una moneda al aire cae de canto
Casi nadie tiene un universo y una película dentro, pero Auster sí los tenía y les dio salida
Muere Paul Auster, gigante de las letras de EE.UU.
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Iniciar sesiónSi la literatura de Auster es una moneda al aire que, mientras cae, te anima a comprender el mundo, su cine es esa misma moneda cuando cae de canto, ese suceso fortuito que a él le ocurrió en 1995 y en dos ocasiones, como guionista ... de sí mismo y en dos películas que dirigió Wayne Wang, 'Smoke' y 'Blue in the face', un fresco humeante de una esquina de Brooklyn en la que hay un estanco, tiempo y un personaje, todo ello sacado de su relato 'El cuento de Navidad de Auggie Wren'. Y la moneda cayó excepcionalmente de canto porque no se volvió a dar esa conjunción copulativa, al menos con tal acierto, entre Auster y el cine (igual le ocurrió a Wayne Wang, aunque ganara después una Concha de Oro en San Sebastián por 'Mil años de oración'…, con Paul Auster de presidente del jurado). En fin, no es que 'Smoke' y sobre todo 'Blue in the face' fueran el canto del cisne de Auster con el cine, pues hizo algunas otras películas, pero sí puede verse ahora como un aclarado de garganta.
Dirigió después 'Lulu on the bridge', con enormes pretensiones estéticas y líricas además de mucha excentricidad romántica, y 'La vida interior de Martin Frost', con no menos pretenciosidad y lirismo pero aún más lejos de la diana. Y no le había quedado mal su guion para Philip Haas de 'La música del azar', su primer encuentro con el cine; en su despedida, en 2020, como guionista de 'El país de las últimas cosas', dirigida por Alejandro Chomski, se dejó su propia historia algo envasada al vacío.
Casi nadie tiene un universo y una película dentro, pero Auster sí los tenía y les dio salida. 'Smoke' le cayó de canto porque consiguió amontonar el mundo (un mundo en extinción) en una esquina, en unas conversaciones, en un aroma a tabaco, en una colección de fotografías y en unos sentimientos de pérdida y encuentros profundos y fugaces como el humo, tan desprestigiado como fascinante. Tenía ya peinado Brooklyn con miles de palabras, pero le faltaba vestirlo con algunas imágenes, y especialmente una, la misma fotografía, a la misma hora y durante cada día de una vida, tal y como hace Auggie Wren, el estanquero que le vendía puros y regalaba historias a Auster.
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