Obrando el milagro en el santuario de la música
Nos adentramos en las convivencias y ensayos de la Orquesta del Miracle para preparar obras barrocas y un estreno contemporáneo lejos del mundanal ruido
Clásicos estivales: meses que suenan a sonidos eternos

Cae la noche en el Santuario del Miracle y afloran las historias. Un grupo de músicos se reúne alrededor de una mesa para contar anécdotas, como los viejos lobos de mar en las películas, solo que estos son más jóvenes y aquí no hay ... ron a espuertas, sino una sola botella de vino para más de una docena: los marinos, según parece, son más previsores. O tienen más dinero. Estamos en pleno centro de Cataluña, en un lugar tan remoto que la guerra civil, cuando llegó a estos lares, ya no tenía ni energía para quemar el retablo. De ahí que aún se conserve uno de los mejores ejemplos del Barroco en Cataluña.
Este espacio inspiró la creación de la Orquesta del Miracle, el grupo de música antigua que dirige Juan de la Rubia. En solo dos años, se ha presentado en escenarios como el Palau de la Música Catalana y el Auditori de Barcelona. La próxima temporada, se podrá escuchar en Madrid, en el Auditorio Nacional. Son parte de una generación de músicos que crecieron escuchando a los grandes intérpretes de los años 60 y 70 del siglo pasado, y que ahora tienen la mirada puesta en el Barroco, el Renacimiento, el Clasicismo... pero también, y muy especialmente, en el futuro. En España tenemos bastantes ejemplos similares, por fortuna: los estudios de música antigua están presentes en los conservatorios desde hace tiempo, y eso se nota en los escenarios. La Orquesta del Miracle es uno de los frutos que han dado décadas de esfuerzo de los músicos, maestros y programadores que los han precedido.
La peculiaridad de esta orquesta es que cada año ofrece un concierto en la iglesia del santuario —siempre llena, a pesar de lo recóndito de su ubicación— y, aprovechando el desplazamiento, organiza unos días de convivencias y ensayos que permiten a los músicos trabajar de una manera muy especial. Además, participan en proyectos sociales del Festival Espurnes Barroques, que impulsó la creación del conjunto y acoge estos conciertos en lugares tan encantadores como perdidos. «Al crear la orquesta nos propusimos, claro, interpretar música barroca con instrumentos originales y dar a conocer el patrimonio musical ibérico, pero también crear un grupo humano poderoso», explica De la Rubia.



Tanto si se es creyente como si no, el ambiente monacal crea dinámicas especiales. Y si no, que se lo cuenten al grupo organizado de agnósticos con los que este año han compartido hospedería. Han venido a buscar el silencio necesario para reflexionar en un mundo tan ruidoso. En el fondo, buscan lo mismo que los músicos, solo que sin instrumentos como el del concertino Adrián Linares, para quien estas concentraciones previas a un concierto «aportan una conexión enorme entre los miembros de la orquesta, no solo a nivel musical y artístico, sino a nivel personal. Se crea una simbiosis que es realmente bonita de ver y el proceso de trabajo se convierte en algo muy hermoso».
Su violín es de 1703. Estaba ya en este mundo antes de que Händel y Vivaldi compusieran sus obras, antes de que el magnífico retablo abrillantara con sus dorados el altar del Miracle. Lleva 318 años sonando, y ahí sigue, escuchando desde su funda las venturas y desventuras de estos peculiares lobos de mar. En esta ocasión, sirve también para interpretar una partitura recién salida del horno, 'Lilium montis', inspiradísima pieza de Bernat Vivancos inspirada en el milenario de otro santuario, el de Montserrat, de donde procede el grupo de cuatro monjes que pueblan el Miracle. De la Rubia reflexiona sobre el nada habitual estreno: «Normalmente una orquesta barroca se forma para interpretar el repertorio que le resulta propio, con instrumentos de la época en que fue escrito, con violines que, por ejemplo, tienen cuerdas de tripa y no metálicas». En cambio, esta vez saltan al siglo XXI: «Estas orquestas pueden también proporcionar unos timbres diferentes, que son muy interesantes para el compositor actual que busca texturas que todavía no son muy escuchadas en el terreno de la contemporánea».
Vivancos lo corrobora: «Es la primera vez que escribo para una orquesta de instrumentos antiguos. He tenido que ajustar cosas durante los ensayos, porque son muy diferentes». Eso sí, asegura haber tratado de interferir lo mínimo en la labor de los músicos: «Es bueno dejar que los intérpretes hagan su lectura, y respetarlos. Cuando nosotros ya no estemos, no podremos decir nada, así que la música tiene que funcionar sola, a partir de la partitura».
Es una partitura compleja dentro de su aparente sencillez. Cada instrumento tiene una partitura distinta, no hay grupos, sino solamente solistas. No se tienen que lucir en lo técnico, sino en lo espiritual, como explica De la Rubia: «En este caso la música de Vivancos muestra el virtuosismo del timbre, de las texturas. Somos veinte voces diferentes que creamos una textura que conmueve. Es una música que invita a la reflexión, a la serenidad, la paz». Igual que el santuario.
Cae la noche y se cuentan, claro está, historias de músicos. Anécdotas como las de las campanas tubulares que cayeron al suelo en pleno concierto en aquella actuación en los Países Bajos; como la del músico que tenía que salir del escenario cada dos por tres para ir al baño por un problema de salud; como la del coro alemán de aficionados que desafinaban tanto cantando Bach; como la del percusionista que dio la nota a destiempo, justo cuando se suponía que la pieza acababa de terminar. Risas, complicidades y bromas llenan la conversación de estos intérpretes que, apenas una hora antes, estaban trabajando duro en los ensayos para dar vida a obras de Händel, Vivaldi, Arvo Pärt y Bernat Vivancos.
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