Una noche en Lío Mallorca: ¿Quién tiene la bengala más grande?
La fiesta incluye un 'dress code' sexy, comida Michelin y un espectáculo delicatessen hasta que llega la hora de la discoteca
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Palma de Mallorca
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Iniciar sesiónLío es la Cenicienta de la juerga pero al revés. Un restaurante-cabaré con menú de lujo que se convierte en carruaje cuando llega la medianoche. A las nueve, cena y espectáculo. A las once y media, las sillas y las mesas empiezan a desaparecer. ... Los bailarines abandonan el escenario, aparece una cabina de DJ de primer nivel. ¡Ding dong! Y con la duodécima campanada se transforma en discoteca hasta el amanecer. Aquí el baile no acaba a las 12. Continúa a las 12.
Lío desembarcó en Mallorca el año pasado, tras su éxito en Ibiza, Grecia y Londres, y desde entonces se ha convertido en el lugar de moda donde famosos, futbolistas, jeques, VIPS, turistas de hotel boutique y currelas disfrutones pagan desde 200 euros por cubierto para comer de lujo, ver un espectáculo en vivo a la altura del Moulin Rouge parisino y acaban bailando en un club disco como si estuvieran en Ibiza. Es difícil de explicar. Lío es un lío. Hay cuatro Líos y ninguno es igual, cada uno con su show y estética propia.
«Para escribir sobre la vida primero hay que vivirla». Hacemos caso a Ernest Hemingway y reservamos. La primera norma en Lío es vestir sexy y cumplir un 'dress code' adecuado, de modo que están prohibidos los pantalones cortos y las chanclas. Vestido de raso lencero negro, zapatos de tacón alto, perfume y melena al viento. Él, camisa de manga larga -por supuesto-, vaqueros largos -están permitidos- y perfume. Más perfume.
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La noche en Lío empieza a las 20.30 en el número 31 del paseo Gabriel Roca de Palma, en pleno Paseo Marítimo frente a la bahía. Hay una alfombra roja a los pies del edificio negro más emblemático de la zona porque Lío Mallorca nace de las 'cenizas' de la discoteca más famosa de la isla. Tito's fue la sala de fiestas que acogió a personalidades en la década de los 60 y 70 como Grace Kelly, George Sanders, Charles Chaplin y Aristóteles Onassis. Donde actuaron Ella Fitzgerald, Dusty Springfield, Lola Flores, Los Brincos y Camilo Sesto.
Su mítico ascensor todavía regala las mejores vistas al mar. ¿Tenéis reserva? Confirmado. Pasamos el filtro de los porteros y después una azafata pulsa el botón para elevarnos a la sala desde el envolvente vidrio panorámico que refleja la vida nocturna palmesana con el mar descendiendo a nuestros pies. «Sí a todo», evoca el primer cartel de neones rosa nada más salir del ascensor. «No Lío, no Life», reza la primera declaración de intenciones.
Las puertas opacas se abren y la sala está semioscura. Huele a perfume y aroma carnal. Las mesas están dispuestas en forma de abanico alrededor del escenario situado al fondo en una gran fachada de cristal con vistas al puerto y la ciudad. Sus formas orgánicas y remolinos evocan el viento de la sierra mallorquina de la Tramuntana, con plataformas y graderías semicirculares repartidas en siete niveles. Las paredes estucadas en tonos ocres recuerdan a la piedra caliza de la isla. La pensada reforma fue proyectada por el estudio de arquitectura Gras-Reynés. Del diseño de interiores se encargó el estudio de Lázaro Rosa-Violán, conocidos por haber diseñado, entre otros, el restaurante de Dabid Muñoz DiverXo en Madrid.
Aquí dentro caben unos 300 comensales -700 cuando se convierte en club- y hoy está todo lleno. Los sonrientes bailarines con esmoquin de raso azul sin mangas y con bíceps al descubierto dan la bienvenida. Las bailarinas esculturales nos acompañan a la mesa como si fueran gráciles luciérnagas de lentejuelas con chistera negra.
La segunda regla de Lío es tener ganas de bailar: porque en Lío se baila mientras cenas. Los atletas de Dios te enseñan una coreografía sencilla nada más llegar. «Muy bien», miente Pedro poniéndose enfrente como un espejo mientras baila -pero bien- el flashmobe al ritmo de Lunchmoney Lewis: «I got bills I gotta pay…». Ahora parece imposible, pero se aprende después de repetirlo decenas de veces en las próximas dos horas y media.
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A las nueve en punto se apagan las luces y el foco se centra en el escenario alargado que da a la cristalera frente al mar. Los espectáculos de baile se alternan con canciones y solistas que emergen desde otro lugar de la sala, intercalándose con la coreografía que pone en pie a los comensales y destapa las vergüenzas iniciales.
«Lío es una bendita locura», grita Michaela, una austríaca de 35 años que ha venido a Palma con su amiga Mina a celebrar su 35 cumpleaños. Sentada a la mesa justo debajo del escenario hace palmas y repite compulsivamente «olé» animando a los artistas. «Tengo dos hijos y un marido que viaja mucho, pero hoy me olvido de todo», confiesa mientras se hidrata a base de cócteles de gin con soda y naranja y come algo frugal con oro y caviar.
El espectáculo no para ni un segundo: un show erótico que eleva la temperatura, una soprano que corta la respiración con su Nessun Dorma, el divertido pique de bananas entre dos Cármenes Miranda. O las cuatro Barbies vestidas de rosa chicle que dan una lección de empoderamiento a Ken… hasta que él les da calabazas. El show Delicatessen es una acertada creación del director, productor y guionista Joan Gràcia, miembro de El Tricicle.
Competición
«Este espectáculo es un festín para los sentidos. Nunca sabes muy bien qué pasará o a quién conocerás en Lío, pero te garantizo que será una de las mejores noches de tu vida», promete Gràcia sin imaginar que Michaela y Mina se convertirán en amigas del alma y nos intercambiaremos el Instagram como prueba de fuego de esta 'Líofriend'.
Un momento: ¿Qué hace un mono disfrazado danzando con una botella de champán con bengalas entre bailarines? «La explicación hay que buscarla en la carta», sopla alguien con el código QR de bebidas a punto de disparar. Veamos: hay vino blanco desde 75 euros y en champán la referencia más barata son 130 euros aunque las botellas más singulares tienen precios que sobrepasan los miles de euros. Ésas son las que han pedido la mesa siete pero apenas cinco minutos después la mesa ocho pide una botella más cara y, claro, el mono trae más fuego, y se libra así una hercúlea competición en bucle para ver quién tiene la bengala más grande.
Un caviar beluga, ostras, jamón de jabugo, pani puris, croquetas de carabineros, carpaccio de lubina o un Ribeye para degustar. De postre: frutas al champán, lingote de chocolate o torrija a las tres leches, entre otros. La carta diseñada por el famoso chef mallorquín y estrella Michelin Andreu Genestra está a la altura del espectáculo y sus platos artísticos aportan tanto dramatismo a la mesa como los vistosos trajes de los bailarines que se cambian una decena de veces.
Empieza otro show que recuerda a un paso de Semana Santa. Un baile flamenco con la voz de Rosalía y su bestial versión del tema 'Me quedo contigo' de los Chunguitos. El escenario retumba debajo de los tacones del bailarín y hace estremecer el alma.
Experiencia única
De la emoción a la diversión y otra vez el 'flashmobe' levanta a los comensales y empezamos a tirar billetes -imaginarios- como Lunchmoney Lewis. A estas alturas Michaela, que empezó aletargada, se viene arriba agitando el abanico -obsequio de Lío- como si fuera Locomía. A ella le da igual porque se acaba de plantar un Volare con un bailarín ante la divertida mirada de su amiga Mina. «No photos», veta la colega tapando el objetivo del móvil para que lo que suceda en Lío se quede en Lío.
«Somos el negocio de la felicidad», sentencia el empresario Julio Bruno, presidente de Lío, el grupo de restauración especializado en cabaré que ha tomado las riendas de este negocio «dedicado a crear momentos mágicos y memorables que hacen que los clientes disfruten de la experiencia como si fuera la última noche de su vida». No es nuestra última cena -afortunadamente- pero si lo fuera ¡qué gran despedida del mundo terrenal, oiga!
La gente se pone de pie apurando el champán, haciendo palmas, jaleando al elenco de artistas que sale a despedirse al escenario. Antes de que suenen las doce, desaparece la silla, ahora la mesa. Michaela coge al vuelo la copa mientras los operarios trasladan el mobiliario como hormiguitas y la sala se vacía. Es el momento de la transición. Del escenario brota una plataforma central motorizada y aparecen el DJ y su cabina. Que siga el baile, Cenicienta. Bibbidi-bobbidi-boo.
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