Del Niágara de los madrileños al 'charco del obrero'
Decíamos ayer
Una campaña de prensa instó en 1930 al Ayuntamiento a convertir el lago del Retiro y el de la Casa de Campo en las primeras piscinas municipales de la ciudad
El verano en que los tiburones acecharon las playas españolas
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Iniciar sesiónTom Ray se vería satisfecho. Su clamor, a la larga, tuvo su recompensa. La ciudad de Madrid cuenta hoy con 30 piscinas municipales para sus más de 3,5 millones de habitantes. ¿Suficiente? Habrá quien eche de menos alguna más, pero cuando el periodista deportivo ... de este periódico escribió su artículo '¡Piscinas! ¡Piscinas!'en 1930 no había «ni una sola piscina pública (municipal o no)» en la capital española. Solo existía una casa de baños públicos y algún que otro establecimiento particular donde refrescar el cuerpo de las elocuentes temperaturas veraniegas. Para el millón de vecinos que poblaban ya la villa, eran recursos a todas luces escasos para sobrellevar el calor. «Está todo por hacer», decía Ray. Y no solo en Madrid, sino en todas las capitales de provincia, salvo en las del litoral y en las bañadas por ríos caudalosos.
Cuentan que las primeras piscinas madrileñas las abrió 'El Niágara' a principios del siglo XX. Esta antigua casa de baños, ubicada en el número 14 del paseo de San Vicente, publicitaba su «piscina de natación» y «de placer» al menos desde 1910 en este periódico. Aunque decía disponer de «cuantos adelantos recomiendan los más exigentes higienistas», se desconoce la afluencia que tuvo en sus inicios.
El miedo al agua estaba muy extendido. Lo contaba Carmen de Burgos. Ya por entonces, en los hogares acomodados, los cuartos de baño se habían convertido en indispensables, pero el resto apenas se lavaba la cara y las manos en su pequeña jofaina de loza. «Y cuando se ven ante una piscina, cuando han de tomar un baño general y refrigerante, es a la entrada de la cárcel o en el asilo, cuando la imposición de la fuerza lo hace odioso a los pobres cuerpos estremecidos por la impresión nerviosa del contacto extraño del agua», decía la pionera 'Colombine' en un artículo firmado, sin embargo, con su nombre y dos apellidos. España era en 1905 el país donde menos piscinas existían, según la periodista, que también animó al alcalde de la época a abrir piscinas gratuitas en cada barrio.
Eduardo Vincenti no llegó a cumplir su propósito porque tres décadas después Ray se seguía quejando en ABC de la falta de lugares para la natación «higiénica y deportiva». La solución 'casi' inmediata requería, a su juicio, de poco esfuerzo. Bastaba con que el Ayuntamiento limpiase el estanque grande del Retiro y lo convirtiese en la piscina que urgentemente reclamaba la urbe caldeada. Sería el lugar idóneo para los aficionados que no supieran nadar y «no se invertirían más de seis y ocho días», consideraba. Para los ya iniciados en el arte de sostenerse en el agua, abogaba por acondicionar el lago de la Casa de Campo.
«Tal vez ninguna vez se haya hecho propaganda tan activa en favor de la natación, como durante la temporada estival» de 1930 en Madrid, aseguraba Ray, pero tampoco este clamor encontró entonces «facilidades» municipales. En cambio, se logró un notorio impulso por parte del Club de Natación Atlético, dueño en esas fechas de la piscina del Niágara, y del Madrid F.C. (hoy Real Madrid), en la de Chamartín. En esta última se organizaron pruebas y exhibiciones de saltos, de las que dio cumplida cuenta el defensor de la natación de esta casa.
Tuvieron que pasar más de 20 años para que la capital inaugurara la popular piscina del Parque Sindical (actual Parque Deportivo Puerta del Hierro). Con sus 12.000 metros cúbicos, el llamado 'charco del obrero' fue en su día la piscina más grande de España y la tercera mayor de Europa. Llegó a recibir algún domingo hasta a 40.000 madrileños. Se ve que el miedo al agua se había superado. Eso sí, como constataba Federico Ayala en estas páginas, se vaciaba cada mediodía y no porque hubiera que comprobar si alguien se había ahogado, como en Japón. La comida y las dos horitas de digestión no se las saltaba ningún Weissmüller español. Y menos si tenía a una madre cerca.
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SuscribeteRedactora especializada en arqueología y patrimonio. Autora de 'España, la historia imaginada' (Espasa) y coautora, junto con Federico Ayala, de 'La Gaceta olvidada' (Libros.com).
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