Woodstock 99, cómo el paraíso hippie se convirtió en una orgía de fuego y destrucción
El festival que abrió la veda para tratar al público como ganado lo pagó caro: el caos se apoderó del evento en un fin de semana retratado en dos documentales de Netflix y HBO
El panorama apocalíptico del festival, con los asistentes rodeados de basura y aguas fecales
Un festival de música, sin sus penurias, no sería un festival. A estos sitios se va a estar de fiesta, pero también a sufrir un poquito, no nos engañemos. ¿Por qué si no dejamos de ir cuando tenemos cierta edad? Porque ya no estamos ... para que la tienda de campaña salga volando por los aires por una racha de viento albaceteño en Viña Rock, ni para embarrarnos hasta las rodillas por una riada en el Arenal Sound, ni para aguantar el ritmo infernal de Monegros. Todo eso son penurias asumibles, pero hay otras que no lo son. Como cuando te cobran cinco euros por una botellita de agua y diez por un perrito caliente, cuando te hacen recorrer kilómetros caminando entre basura para ir de un escenario a otro, o cuando llegas a unos baños que hace días que no se limpian.
Del festival de Woodstock 99 se podría decir que fue el que abrió la veda para tratar al público como si fuera un rebaño, un modelo que se ha impuesto con más o menos descaro en todos los macroconciertos de verano. Sus organizadores pusieron precios desorbitados a todo, redujeron costes subcontratando servicios de seguridad y limpieza que luego no se prestaron debidamente, y lo que es peor, no supieron reaccionar cuando sus clientes empezaron a mosquearse. Lo pagaron caro con un fin de semana en el que debieron perder años de vida por el estrés, pero lo sangrante es que ganaron millones con ello.
Los documentales 'Woodstock 99 paz amor y furia' (HBO) y el recién estrenado 'Fiasco total: Woodstock 99' (Netflix) se sumergen en aquel fin de semana de hace veintitrés años analizando las causas del caos que se apoderó del festival. O mejor dicho la causa en singular, ya que todo fue por culpa de una ambición desmedida que antepuso las ganancias a cualquier otra consideración. Lo único que se hizo bien fue cobrar.
Viendo ambas producciones, queda claro que no era necesario hacer más de un documental sobre aquello porque buena parte del minutaje cuenta lo mismo. Pero se complementan bien en ciertos aspectos. Por ejemplo, 'Fiasco total' enfoca mejor el asunto organizativo al contar con numerosas entrevistas con miembros de la empresa promotora que desgranan una por una todas las malas decisiones que se tomaron y los errores flagrantes que se cometieron. Para empezar, los empresarios que financiaron el evento fueron muy ingenuos al pensar que podrían replicar el ambiente del festival original con un cartel moderno, en el que los grupos principales cantaban al individualismo y a la ira generacional en lugar de al amor y la paz. Menos aún en un recinto que era una instalación militar con suelos de asfalto, un sinsentido tratándose de un 'homenaje' a la gran fiesta del hippismo antibelicista y amante de la naturaleza.
La cosa empezó tan mal que estuvo a punto de acabar en desastre nada más empezar. James Brown, el encargado de inaugurar el festival, estuvo a punto de no salir a cantar porque todavía no habían cerrado todos los flecos del pago de su caché. Se solucionó en el último momento y ese primer día salió más o menos bien, aunque muchos ya notaban algo raro en el ambiente: había demasiada agresividad, demasiada testosterona. Al día siguiente, el calor extremo, los precios prohibitivos y los desperdicios que inundaron el recinto porque nadie los recogía empezaron a caldear los ánimos del respetable. Y cuando las letrinas colapsaron contaminando toda la zona con aguas fecales (muchos se embadurnaron en ellas pensando que era barro), decidieron que había llegado el momento de arrasar con todo.
La señal la dio el cantante de Limp Bizkit, cuando al subir al escenario gritó «¡destrozadlo todo!». Buena parte del público comenzó a romper lo que le pillaba más a mano, las avalanchas de gente se hicieron incontrolables y el miedo se apoderó de los organizadores. Se mascaban mil y un tragedias aquí y allá, pero hubo suerte y nadie murió en medio de aquella revuelta espontánea. El domingo, sin embargo, fue aún peor.
En la jornada de clausura, con el público ya agotado, resacoso y harto del maltrato que estaba sufriendo, cualquier cosa podía volver a detonar el caos. Y aquí es donde los promotores se llevaron la palma a la idea más estúpida: para despedir el festival en tono hippioso, repartieron miles de velas entre los asistentes para hacer una vigilia por la paz después de los conciertos. Vamos, que les dieron fuego. Y la gente lo vio como la oportunidad perfecta para decir adiós a aquellos tres días de furia al estilo neandertal.
Justo cuando Red Hot Chili Peppers (los cabezas de cartel del día) abrían su actuación, empezaron a brotar hogueras aquí y allá. Una de ellas se descontroló y acabó incendiando varias estructuras, con lo cual hubo que parar el concierto. Los promotores pidieron calma por megafonía pero de pronto, el grupo regresó al escenario y tocó una versión de 'Fire' de Jimi Hendrix. Otra señal para destruirlo todo pero esta vez a lo grande, con saqueos incluidos.
Los dos documentales cuentan todo esto en detalle, y también muestran los abusos que se cometieron contra las mujeres durante todo el fin de semana. Especialmente el de HBO, 'Woodstock 99 paz amor y furia', que describe una combinación fatal de factores: por un lado, los chicos blancos universitarios que acudieron en masa se comportaron como animales, y por otro, las chicas estaban absorbidas por la cultura 'Girls one wild', un programa de televisión en el que se las animaba a ser sexis y sumisas por encima de todo.
El resumen perfecto lo da uno de los asistentes que aparece entrevistado en 'Fiasco total': «Esto parece 'El Señor de las Moscas'». Hubo docenas de violaciones dentro del festival, pero increíblemente, nadie perdió la vida. En el Woodstock original murieron al menos tres personas.