Sabino Méndez: «Loquillo tiene un gran ego porque no le queda más remedio»
estrellas en mi menor
El compositor, guitarrista y escritor rememora sus andanzas con el ex front-man de Los Trogloditas
La elegancia y el talento no entienden de modas ni de tiempo
Sabino Méndez, durante la gira en la que teloneó a los Rolling Stones por España en 2007
Cuando tenía doce años, allá por 1973, el pequeño Sabino Méndez sintió ese primer cosquilleo en la entrepierna cuando escuchó un afilado rock'n'roll en manos de una chica. Era el '48 Crash' de la gran Suzi Quatro, sacerdotisa de la escena ... musical de Detroit que a sus veintitrés, cantaba con su par de ovarios nada menos que a la menopausia masculina (o al menos así decía interpretarla ella). «You're so young, you could have been the devil's son / You're so young, but like a hang up I'll be sad when you're old and you're gone («Eres tan joven que podrías ser el hijo del diablo / Eres tan joven, pero estaré triste cuando seas viejo y te hayas ido), decía la letra de la canción, cuyo título aludía a la edad a la que presuntamente ocurría el apocalipsis viril. «No me había preocupado mucho hasta entonces por las niñas. Pero la portada y el sonido de '48 Crash' me descubrieron las formas femeninas y la sexualidad», dice Sabino ahora en el verano de 2023, a los 61. «El sexo y la libertad van siempre unidos. La libertad sexual es el mejor indicador del nivel de libertad que llega a practicar y tolerar una sociedad. Para mí, ese descubrimiento de la libertad sexual quedó asociado para siempre al sonido Detroit. No me atrevería a exigir que mis preferencias personales debieran ser canónicas, pero, en mis gustos, la forma más natural y verídica de rock son indudablemente las guitarras saturadas del Detroit de los 60. No soy ni he sido el único que piensa así».
Los Pintalabios y Los Rompecorazones fueron los primeros grupos donde Sabino pudo perpetrar sus primeros guitarrazos, ya siguiendo los evangelios del 'sacred triangle' de Lou Reed, Iggy Pop y David Bowie. Pero en su siguiente banda, Los Intocables, militó un personaje que le cambiaría la vida para siempre, y viceversa: Loquillo. «A él le gustaba Gene Vincent y a mí Lou Reed, pero los dos coincidíamos en ver entre ambos artistas una línea de conexión que los demás no parecían detectar: oscuridad, vulnerabilidad, emoción… Enseguida nos entendimos. Estas coincidencias de modos de ver las cosas unen mucho», explica Sabino, que describe así cómo se trasladó esa complicidad a los escenarios: «En nuestro primer concierto juntos me sentía muy seguro. Había confianza plena. Saber que tenía al lado a aquel tiarrón de front-man me daba una seguridad en mí mismo tremenda, seguridad que ya de por sí no era poca. A él le pasaba lo mismo: saber que tenía a aquel guitarrista detrás le hacía sentir que nada iba a fallar. La verdad es que salíamos y nos comíamos al público. Lo curioso es que no había motivos objetivos para tener esa convicción porque, al principio éramos muy malos. Pero así eran las cosas, y funcionaba».
La 'mili' de Loquillo interrumpió brevemente el escopetazo de salida de su carrera conjunta, pero en 1983, con la orquesta de acompañamiento rebautizada como Los Trogloditas, se lanzaron a zamparse el mundo con patatas a manos llenas. «Lo que intentábamos era explorarlo todo: el sonido, la formas de tocar, de componer, de vivir, de comportarse… Ese es el primer deber de cualquier arte que vaya en serio. Y, claro, cuando una exploración va en serio siempre tiene mucho peligro. Por eso, los exploradores son unas figuras tan emocionantes de las narraciones de aventuras», describe Méndez, que durante la década de los ochenta vivió una suerte de 'Miedo y asco en la piel de toro' repleto de anécdotas loquísimas, nunca mejor dicho. «Algunas preferiría no haberlas vivido, como cuando tuvimos un accidente con el minibús del grupo en una gira de verano. Venían con nosotros varias novias de los músicos y podíamos haber muerto todos. Afortunadamente, el episodio se saldó tan solo con algunos heridos leves. En el lado de las anécdotas divertidas, la mejor es la de un concierto de los de la época del principio, en el que se armó una pelea enorme y tuvo que venir la policía para trasladarnos con sus vehículos de los camerinos a nuestro hotel. El caso es que transportábamos con nosotros, entre instrumentos y bolsas se equipaje, unas cantidades importantes de sustancias que entonces, emh… digamos que estaban fuera de la ley. Resulta cómico pensar que las sirenas de la policía estaban contribuyendo, sin saberlo, a abrir paso para trasladar aquel alijo de una punta a otra de la ciudad. Supongo que, como pasó hace cuarenta años y ya ha prescrito, se puede contar».
La de Sabino Méndez y José María Sanz Beltrán fue, es, y probablemente será para siempre, una de las tres duplas más fascinantes de la historia del rock español. El lector podrá completar la trinidad a su gusto, pero que ahí deben estar ellos dos, es algo que atestiguan sus resultados artísticos (por su legado de innumerables clásicos), biológicos (su invulnerabilidad ante los excesos resulta casi epatante) y también psicológicos. «Nos conocemos hace tantos años que para mí no es difícil lidiar con el ego de Loquillo. Él tiene un gran ego porque no le queda más remedio que tenerlo, dada la profesión que ha escogido. Pero al menos no es hipócrita y lo muestra sin disimulo, no como otros», asegura el guitarrista, que reconoce que no le va a la zaga en esa cuestión. «Mi ego -reconoce- también es importante, menos visualizable físicamente, pero también implacable; que es el del artista que tiene clarísima su visión del arte y se atreve a enmendarle la plana hasta a un premio Nobel si hace falta. Para tratar con nosotros solo hace falta tener eso clarísimo. Pero no es fácil».
El trato con ellos, dicho queda por una parte contratante, puede resultar delicado. Y como es natural, también el trato entre ellos. «¿Que si alguna vez he tenido una discusión fuerte con él? ¡Ja, ja, ja!», ríe Sabino como si estuviera ante un alumno de primero de rock. «El Loco tiene una gran ventaja y es que, con su envergadura, si te cae encima, te aplasta. Eso le da una seguridad en las discusiones que hace que las cosas nunca se lleguen a poner drásticas del todo». Ese calibre físico que le da ventaja a la hora de los manotazos y seguramente a la de no dejarse embaucar en despachos de compañías discográficas, también ha ayudado considerablemente a la construcción de la imagen totémica, robusta y prominente del personaje mítico. «Sí, El Loco tiene un innato carácter legendario. Y muy europeo», asiente su cómplice. «Yo lo veo como esas figuras de leyenda tipo Johnny Hallyday o Adriano Celentano que son multigeneracionales y multiformes. Iggy Pop, al que adoro, practicaba un género. Chuck Berry, que es mi referente como compositor, practicaba otro. Pero en Loquillo el género que practica es él mismo. Tiene ese carácter icónico del tipo Elvis, Sinatra o Tom Jones. No solo por la pinta, sino por las inquietudes artísticas en general».
Sabino (segundo por la izquierda), en sus años gloriosos con Los Trogloditas
'La mataré', 'Todo el mundo ama a Isabel', 'Carne para Linda', 'Cadillac solitario', 'El rompeolas', 'Autopista', 'Cantores', 'El ritmo del garaje' o 'Rock 'n' Roll Star', es decir, un trozo bien gordo del cancionero básico del rock nacional, no existirían si estos dos seres humanos no se hubieran conocido. Y aunque dejaron de hablarse temporalmente con el cambio de siglo por asuntos que no vienen al caso, en estos veinte últimos años han vuelto a colaborar innumerables veces. En ocasiones especiales, como la gira en la que telonearon a los Rolling Stones en 2007, o con motivo de un acercamiento decididamente reconciliador, como los álbumes 'Balmoral' (2009), donde Sabino contribuyó con algunas composiciones; 'La nave de los locos' (2012), la reunión definitiva de dos viejos amigos; y de nuevo más puntualmente en 'Viento del este' (2016) y 'El último clásico' (2020). Pero con el mundo revuelto y trasquilado después de un suceso tan desquiciado como fue la pandemia, resulta más que pertinente preguntar si volverán a trabajar juntos. «No te quepa duda. Nos gusta hacerlo cuando podemos y siempre estamos en contacto. Yo ahora voy muy liado y nos cuesta cuadrar agendas. Pero en cuanto tengamos una época un poco tranquila los dos, seguro que sale algo», afirma con rotundidad.
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Mientras tanto, Sabino seguirá componiendo y escribiendo canciones y textos que continúan gravitando acerca de las mismas «materias de trabajo», que «siempre han sido la exploración de las conductas humanas y la experimentación con ellas. Lo que pasa es que, al igual que sucede en el laboratorio, los experimentos a veces salen y a veces no. Puro método científico», dice el autor de libros como 'Corre Rocker' (Espasa, 2000), 'Limusinas y Estrellas' (Espasa, 2003), 'Hotel Tierra' (Anagrama, 2006), 'Historia del Hambre y la Sed' (Espasa, 2006) o 'Literatura universal' (Anagrama, 2017). «Ahora, lo que toca es ponerse con toneladas de manuscritos desordenados que espero ponerme a decantar dentro de año y medio», concluye este renacentista eléctrico, cuya obra, ya añejada en barricas de roble durante décadas, sabe cada vez mejor con el paso del tiempo. Y así, madurando y mejorando, seguirá hasta que los tiempos se vuelvan a volver locos.