Rigoberta Bandini reclama el foco
La cantante seduce a un Wizink saltarín en uno de los conciertos del año.
Rigoberta Bandini, durante su concierto en el Wizink
Entre tangos y petardos, cantos de una justicia futbolera que casi nunca es justa, se va llenando el Wizink. Hoy lo fue, a varios desiertos de distancia, y para Rigoberta Bandini también es día para celebrar la música, y la vida. Ha sido una de ... las artistas del año en el panorama nacional gracias a «Emperatriz», su esperado álbum de debut, un trabajo amplio dentro un estilo de electrónica muy bailable; a ratos ochentero, a ratos vanguardista.
Arranca el concierto con «In Spain we call it soledad», una canción compuesta para prender mechas frías de Diciembre. El beat y la sencilla puesta en escena parecen suficientes para el respetable.
Sigue «Fiesta», que suena como sonaría Mecano si siguiera trabajando. Sobre esa plantilla del primer pop «electrónico» patrio, Rigoberta construye una canción de eso, de fiesta, para hacerse con la ciudad en apenas cinco minutos.
«Canciones de amor a ti», también en la introducción, es de las mejores. Dinámico arreglo, un parón efectista, estribillo pegadizo y efectivo, ¿no descoloca un poco el número impar de frases? Manías.
La mejor composición de todas, y pelearé a muerte por esta frase, es «Julio Iglesias». Creatividad en estado puro, desde la letra hasta la coreografía, pasando por las tensiones de la melodía y lo redondo del arreglo. La mejor del concierto, del disco y, por qué no, del año 2022 en la categoría de pop nacional (ya saben, es época de listas).
Hay un breve receso por necesidades médicas en las primeras filas y Rigoberta aprovecha para mostrar su lado más cercano. Tras un rato de conversación, acaba subiendo al escenario a Sara, una niña de 10 años que ha traído un collar para su «cantante favorita». Bonito gesto de una artista que parece genuinamente conmovida.
La primera, y única, acústica es «A todos mis amantes», que tiene una armonía eólica/flamenca. Su final electrónico, remontando la síntesis digital hasta su origen de ruidos mecánicos, pone sobre la mesa la influencia de Battiato a la que tanto alude en entrevistas y coloquios.
En «Perra», otra gran canción, temo por mi vida. Nunca he visto moverse así el suelo del Wizink (y eso que está cerrada la parte de arriba) pero la gente salta más, o por lo menos igual, que los argentinos que a esta hora siguen botando en Qatar. Qué dos situaciones tan iguales… y a la vez tan diferentes.
Tras «Perra», sigue «Ay mamá», su gran hit. La canción lleva en el ADN una fuerza y una rabia que yo conozco sólo de oídas. Mi abuela la entendería, mi madre… yo no. En pleno éxtasis musical, Rigoberta se descubre los pechos como reforzando el eslogan: «¿por qué dan tanto miedo nuestras tetas?».
Desde mi posición de humilde aficionado a la materia me pregunto: «¿miedo?».
Un popurrí maravilloso de canciones de amor prepara el final. El Wizink sigue vibrando cual estadio Qatari y «Así bailaba», que es la primera de las últimas, resulta sencillamente genial. Rigoberta recupera fragmentos del imaginario popular para, con mente de artesana, darles nueva vida electrónica en un mundo muy diferente a aquel en el que nacieron.
El concierto tiene de todo: cambios de vestuario, luces, coreografías sobre las rimas, una comba gigante… es completo y, aunque no haya banda tocando, el escenario está siempre lleno de bailarines o un coro. A Rigoberta también la acompaña un tecladista, un percusionista y una bailarina/cantante que convence. Es música, sí, y también danza. Pero es mucho más que eso: es una reivindicación, un «statement», que diría el otrora prestigioso New York Times. Es el signo inequívoco de un cambio de Era y, mientras a mi espalda suena la última, pienso que el día del Diego, Lionel y los pibes de Malvinas, quedará grabado en mi memoria como el día de Rigoberta Bandini.
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