EL JUKEBOX DE LA HISTORIA

Pena, penita, pena

La balada, un género imprescindible en la historia de la música popular

Pena, penita, pena AP

MANUEL DE LA FUENTE

No todo ha de ser fiesta, juerga y baile en el planeta de la música popular. Qué sería del cancionero tradicional (y del de hoy mismito) sin las baladas, esas piezas centenarias donde desde hace siglos encuentran asilo y cobijo los corazones rotos, las almas ... malheridas. Melancólicas, nostálgicas, angustiosas, despechadas, en las baladas el cantor y su público hayan consuelo, se explayan a sus anchas recordando el terruño lejano, la patria chica remota o el más adolescente y sentimental de los desamores.

El rock también ha tenido grandes baladistas. ¿Alguien puede superar el «Love me tender» o el «I’falling in love tonight» de Elvis, o el «Yesterday» de los Beatles, o «The river», de Springsteen o incluso la memorial «Escalera al cielo» de Led Zeppelin? El origen y las raíces como en casi todo lo que huele a rock and roll hay que buscarlo en Gran Bretaña y en Irlanda, desde donde baladas inmemoriales se incrustaron en el alma de los emigrantes y colonos, que luego le fueron añadiendo y cambiando sucesivamente la letra, adaptándolas a sus propias cuitas y preocupaciones.

Algunas de las más memorables baladas del siglo XX tienen aroma campero, huelen a ternero y a frontera, viajaron a lomos de un caballo camino del Lejanísimo Oeste. Y de ahí, la historia es sabida, hasta la explosión rockanrrolera de los 50, aunque antes tipos como Sinatra o Dean Martin también supieron a la perfección lo que era cantarle a las entretelas de un corazón dolorido por el desconsuelo o la nostalgia.

La balada, ese género imprescindible que nos da pena, penita, pena. Como la pieza que adjuntamos, «The boys from County Mayo» , en la desgarradora versión de Pete Seeger: «Han pasado muchos años desde entonces, cuando con el corazón roto por la tristeza dejamos la tierra del trébol. Cómo nos gustaría regresar allí mañana mismo y revivir los días de nuestra juventud y de nuestra infancia, esos recuerdos que nos persiguen allá donde vayamos. Pero ahora, nosotros y nuestros viejos amigos, lloramos ahora exiliados, lejos del Condado de Mayo».

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