Muere a los 81 años Sixto Rodríguez, el legendario 'Sugar Man' que fue estrella del rock sin saberlo
El músico de Detroit protagonizó el oscarizado documental 'Searching For Sugar Man'
Rodríguez: «Siempre protesto por la manía del pop de ignorar los temas sociales»
Barcelona
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Iniciar sesiónLa euforia era tal, tan asombroso el impacto del documental, que en algún momento entre 2012 y 2013, justo entre la estatuilla dorada y el desencanto del directo, más de uno se vino arriba y llegó a decir que de Bob Dylan nada; ... que el realmente bueno era él. Rodríguez. Sixto Rodríguez. Sus discos, es cierto, no estaban nada mal, pero su carrera poco o nada tenía que ver con la del bardo de Duluth. Sobre todo porque hasta que el director Malik Bendjelloul no se tropezó con él y rodó 'Searching For Sugar Man' a principios de la década pasada, nadie sabía ni siquiera que existía. ¿Sixto Rodríguez, dice? Ni idea. No consta.
La versión telegráfica nos habla de un prometedor artista que, tras grabar dos discos de nulo impacto comercial a finales de los sesenta, se borró del mapa. Desapareció. La extendida, en cambio, es poco menos que un milagro. El arca perdida del rock. Porque mientras en Detroit y alrededores las copias de 'Coming From Reality' y 'Cold Fact' agonizaban en las cubetas de saldos, Rodríguez, fallecido este martes a los 81 años, se había convertido en todo un fenómeno... ¡en Sudáfrica!
En pleno apartheid, las canciones de este hijo de inmigrantes mexicanos nacido en 1942 calaron hondo y se convirtieron en un bálsamo y en una de las más increíbles carambolas del rock. Sin conciertos ni promoción alguna, sus discos pasaban de mano en mano, se grababan y regrababan, mientras su imagen se agigantaba. Así, mientras Sixto arreglaba tejados en Detroit, familias enteras de Johannesburgo canturreaban 'I'll Slip Away', se apenaban con 'Crucify Your Mind' y estiraban todo lo posible el 'maaaaan' de 'Sugar Man'.
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Él, claro, ni idea. Tan poco vendió 'Coming From Reality', su segundo disco, que su discográfica lo despidió (poco después quebraría: viva la justicia poética) y él renunció a su carrera musical. Adiós al sueño de convertirse en el nuevo Dylan; adiós a ese sueño ardiente de difundir su palabra armado con poco más que una guitarra. Para cualquier otro, la historia hubiese acabado aquí, pero no para Rodríguez. De hecho, lo intentó de nuevo en 1979 y 1981 con un par de giras por Australia que, a falta de un sello discográfico que lo respaldase, no acabaron de cuajar.
Eso sí, se dijo Sixto, era el final. El último vals de una carrera errante y maldita. Y todo, claro, mientras en Sudáfrica alcanzaba el disco de platino y alguien se llenaba los bolsillos sin rendir cuentas al cantante y compositor.
El auténtico giro de guion llegó a finales de los noventa, cuando una de las hijas de Rodríguez descubrió gracias a Internet que su padre, esa sombra que se había resignado a una vida de nostalgia, olvido y más tejados que arreglar, era una celebridad en la otra punta del planeta. Juego, set y partido para la justicia poética. «Lo impactante de veras fue cuando llegué a Sudáfrica en 1998 y toqué para cinco mil personas. Imagínate, nunca lo había hecho antes. Toda esa gente que cantaba mis canciones… Cuando me lo dijeron en Detroit y me mostraron el disco en CD, les pedí uno porque me hacía ilusión. Era un triunfo, pensé que había logrado mi misión», recordaba el propio músico en 2013 en una entrevista con este diario.
Sus canciones, dulces baladas folk-rock salpicadas de conflictos sociales, blues con herrumbre y soul-pop con un piel en la Motown y el otro en los Turtles, renacieron a lo grande y emprendieron la reconquista. Primero desde Sudáfrica, donde viajó a conocer de primera mano a sus fans de Pretoria, Ciudad del Cabo, Durban y Johannesburgo; más tarde desde países como Suiza, Francia, Estados Unidos o Reino Unido.
A Sudáfrica también viajó, aunque años más tarde, el joven cineasta Malik Bendjelloul, quien nada más oír hablar de la asombrosa historia de Rodríguez supo que ahí estaba su primera película. Y, en efecto, ahí estaba 'Searching For Sugar Man', documental que reconstruía el inverosímil periplo del músico estadounidense y con el que el Bendjelloul ganó el Oscar al Mejor Documental en 2012. Dos años después, en 2014, se suicidó.
'Searching For Sugar Man' fue, a la postre, el lubricante que hizo que la carrera de Rodríguez saliese de órbita: sus discos, reeditados en todos los formatos imaginables, fueron reseñados como obras maestras (es más: 'Cold Fact', el primero, ha sido sampleado hasta el aburrimiento) y al músico se le abrieron puertas que ni siquiera sabía que existían.
Tocó en Glastonbury y Coachella; le prestó 'I'll Slip Away' al llorado Charles Bradley; y se embarcó en una gira mundial que, para bien y también para mal, convirtió en músico de carne y hueso lo que hasta entonces solo era fabulosa leyenda. Siguió actuando con cierta regularidad hasta principio de 2020, cuando la pandemia, o la edad, o una combinación de ambas, lo dejaron fuera de juego. Para el recuerdo queda el asombro de una biografía increíble y la duda de qué fue de todo el dinero que, se supone, tendría que haber acompañado a tan sensacional éxito sudafricano.
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