Miguel Poveda: «La Navidad tiene que ser una tregua de todo lo malo que hemos acumulado durante el año»
El cantaor barcelonés publica su primer disco de villancicos, 'El Árbol de la Alegría'
La noche jonda de Lorca y Miguel Poveda
El cantaor Miguel Poveda
Hay dos tipos de discos de villancicos. Los perezosos, que cogen canciones clásicas de la Navidad sin darles la menor vuelta de tuerca, y los aventureros, en los que el músico de turno se atreve a crear nuevos hits turroneros midiendo cada ... verso y cada melodía para no pasarse de azúcar en la receta.
Miguel Poveda, escoltado por Jesús Guerrero a la guitarra, arreglos y producción, ha tirado por la segunda opción en 'El Árbol de la Alegría', un compendio de bulerías, rumbas y fandangos navideños que viajan hasta su infancia humilde en el barrio badalonés de Bufalà, y que ya está presentando en una gira a la que aún le queda por visitar una docena de centelleantes ciudades españolas.
—Siendo la Navidad algo tan flamenco, ¿cómo es que no ha hecho este disco antes?
—Sí que me lo habían propuesto. La familia de Fernando Terremoto, que había compuesto muchos villancicos, me dijo que hiciera algo con ellos. Pero era una responsabilidad, porque Fernando ya no estaba. Pero luego me he dado cuenta de que ya han pasado cincuenta y dos navidades por encima de mí, y como en los últimos años siempre las paso sobre los escenarios y siempre acabo cantando algún villancico, pensé que sería bonito tener mi propio álbum navideño para sacar a relucir cada año. Por eso, y porque ha sido un viaje a mi niñez.
—Además, la paternidad seguro que anima a hacer estas cosas.
—Pues sí, yo creo que sí. Cuando tienes niños conectas con esa cosa de vivir la Navidad desde ese lugar tan bonito e ilusionado. Las calles ponen las luces cada vez más pronto, y cuando les explicas por qué se encienden acabas contagiándote tú también de ilusión. Te dan ganas de ser un niño para ilusionarte igual. Eso no quiero perderlo.
—Será bonito pensar que su infancia fue muy humilde, y ver que gracias a su éxito ahora usted puede pasar unas navidades holgadas con su hijo.
—Sí, sí. Aunque en mi infancia las navidades eran más humildes, pero también más familiares, porque el único motivo que había era compartir, reunirse. Ahora los niños solo piensan en la lista de la compra (risas).
"Ahora me gusta quedarme en casa, ponerme el traje de anfitrión, recibir a toda mi familia y cocinar para todos"
—Imagino que trata de no educar en exceso.
—Exacto. En eso tiene que haber equilibrio. Que no haya ilusión sólo por los regalos y por estar de vacaciones, sino porque ese tiempo nos va a permitir estar juntos, sentarnos a la mesa a celebrar, a brindar por los que no están, y a estar en familia.
—¿Las suele celebrar en casa?
—Antes era más de viajar en estas fechas, ya fuera por trabajo o por celebrarlas en algún lugar bonito. Pero ahora me gusta quedarme en casa, ponerme el traje de anfitrión, recibir a toda mi familia y cocinar para todos.
—¿Tiene plato estrella?
—La sopa de galets, la hago todos los años, con esa pasta, con las pelotitas del caldo, todo bien elaborado... Este año, como tengo gira, le he pedido a mi familia que cuando llegue a casa me la hagan ellos. Que me cuiden y me mimen, y me den fuerza para luego seguir otra vez de gira, porque dura hasta el 4 de enero. Lo bueno es que me acompaña mi hermana Sonia, que va a celebrar la Navidad conmigo sobre el escenario bailando por alegrías. Ella es de una escuela de baile muy sevillana, es parte de la compañía de Eva Yerbabuena y cada vez baila mejor.
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—¿Es de Papá Noel o de Reyes Magos? ¿Decora mucho la casa?
—En mi casa no se celebran los Reyes Magos. Siempre celebramos Papá Noel, aunque fíjate, una cosa tan americana (risas)... Y con la decoración soy muy sobrio. Solo pongo un árbol y con todas las bolas del mismo color. Cuando voy a ciudades como Nueva York, donde se vuelven locos en Navidad, me quedo alucinado con el culto al exceso decorativo. Me encanta verlo, pero no me gusta para mí.
Cantando villancicos a cuarenta grados
—¿Cómo fue la creación del disco? Imagino que tuvo que meterse en el papel de compositor de villancicos en pleno verano...
—Así fue. Estuve dos meses yendo y viniendo a un estudio en San Fernando, en plena gira. Cuando tenía días libres iba para allá a escribir y cantar villancicos con cuarenta grados en la calle (risas). Ya que hacía mi primer disco de villancicos, tenía que involucrarme, poner parte de mí, asumir retos. He querido ofrecer una lectura muy personal de lo que estas fiestas significan para mí.
—Puede parecer fácil componer un villancico, porque hay varios elementos a los que agarrarse. Pero quizá es al contrario, y en este contexto sea más difícil que nunca ser original.
—Exactamente. Yo quería proponer un árbol de Navidad vacío, en el que el oyente pueda ir poniendo los deseos que quiera, y olvidar todas las malas noticias que hemos ido acumulando, o las vivencias desagradables a las que nos han sometido a lo largo del año. Hay que permitirse un poco la alegría. La Navidad tiene que ser una tregua para nuestro corazón, un refugio donde olvidarse por unos días de todo lo malo que ocurre en el mundo.
—¿No hay nada que odie de la Navidad?
—Odiar no, pero los sitios con mucha, mucha gente, me agobian. Pero vamos, igual que una calle de Sevilla en Semana Santa. Me entra claustrofobia.
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—Si pudiera pedirle un deseo a estas navidades, ¿cuál sería?
—Que todos los niños del mundo tengan herramientas para desarrollar la empatía, el compromiso y el amor por la cultura. Es lo que más se necesita para construir un buen futuro para la sociedad.