Un Mesías memorable

CRÍTICA DE ÓPERA

La versión escenificada por Robert Wilson complace en lo estético, pero naufraga en lo musical y lo dramatúrgico

Robert Wilson: «No hay que tener miedo a repetirse»

Wilson propone una sucesión de bellísimas postales de innegable potencia visual, pero nada más DAVID RUANO

Pep Gorgori

Barcelona

Bastó con escuchar el gallo del barítono Krešimir Stražanac en su aria inicial y la primera intervención del coro para saber que ese 'Mesías' se iba a hacer largo. Larguísimo. Y que se iba a incrustar para siempre, por desgracia, en la memoria del ... respetable. Era una de las apuestas de la temporada del Gran Teatro del Liceo: la versión escenificada del oratorio de Händel, en la versión que revisó Mozart, y con la dirección del artista Robert Wilson y Josep Pons a la batuta. A veces, los buenos ingredientes dan lugar a malas mezclas, y esta es, claramente, una de esas ocasiones. Del reparto, solamente la soprano Julia Lezhneva fue capaz de emprender el vuelo en una sucesión de cuadros que deberían haber sido sostén de una música que no llegó a presentarse nunca y que, por tanto, perdieron buena parte de su sentido, por más voluntad que se quiera poner a la hora de interpretar el lenguaje wilsoniano.

Crítica

'Mesías'

  • Música: Händel, Mozart.
  • Intérpretes: J. Lezhneva, K, Lindsey, R. Croft, K. Strazanak. Orq y coro del Liceo. R. Wilson, escena. J. Pons, director.
  • Fecha: 16 de marzo
  • Lugar Gran Teatre del Liceu.

Vayamos por partes. En los últimos años hemos escuchado una y mil veces esa frase, vacua como pocas, según la cual el Liceo «es un teatro de voces». Jamás he sabido exactamente qué quiere decir, pero sospecho que no se refiere a lo que pudimos escuchar en el estreno de esta producción. Stražanac tuvo evidentes problemas para emitir con corrección las notas de la partitura, como ya se ha mencionado. Kate Lindsey, que ha actuado otras veces en Barcelona con excelentes resultados, fue esta vez prácticamente inaudible. Mejor estuvo el tenor Richard Croft, pero hay que detenerse en el análisis de su interpretación. Resultó obvio que las indicaciones sobre el color, los matices, las dinámicas y el fraseo provinieron no del director musical, Josep Pons, sino del director de escena, Robert Wilson. ¿A qué, si no, esa nasalidad metálica del aria 'Du zerschlägst sie mit dem Eisenszepter', totalmente ajena a la partitura? Cuesta imaginar que Pons estuviese entusiasmado con la idea. Equilibrios difíciles.

Precisamente Pons no parecía especialmente motivado con la producción. No se han ahorrado vítores en otras críticas a su batuta por otros repertorios, y al conjunto de su trabajo al frente de la orquesta del Liceo, pero no estaba nada cómodo con este Händel pasado por el tamiz de Mozart. Quiso subrayar la estética barroca de la partitura, si bien el compositor vienés, en su revisión, quiso adaptarla al gusto de su público, ya inmerso en el clasicismo. El resultado fue algo entre una cosa y la otra que no acabó de convencer.

El coro. Pons ha hecho un gran trabajo en la renovación y estabilización de la plantilla de la orquesta en los últimos años, pero al parecer no ha sido posible lograr lo mismo con el coro. Fuera de estilo, a la vez gritón y falto de decibelios cuando la partitura lo requiere… Conxita García sacó oro de un grupo que ya daba síntomas de agotamiento, y su sucesor, Pablo Assante, tenía la tarea de remozarlo. Años después, parece que el galeón solamente gana en vías de agua.

Finalmente, Robert Wilson. Propone un Mesías estático, una sucesión de bellísimas postales de innegable potencia visual, pero nada más. Seguramente habría sido más fácil dotar de acción cualquier otro oratorio händeliano, pero 'El Mesías' vende más. Lo que según él es una puesta en escena que no entorpece el disfrute de la música sino que la subraya y ahonda en un mensaje profundo acaba distrayendo más que otra cosa. El ruido del hombre de paja dando botes por el escenario llegaba a tapar alguna de las débiles voces, el astronauta giratorio del 'Hallellujah' acercaba más a la risa que al éxtasis del público, y coreografías repetitivas ad nauseam como la del coro 'Ehre sei Gott in der Hohe' aportan bien poco a pesar del buen hacer del bailarín Alexis Fousekis.

En la recepción posterior al estreno, el octogenario artista se dirigió a los presentes tras una larga y solemne pausa dramática para hilvanar un discurso inconexo que terminó citando a Ezra Pound, que siempre queda bien: «En la cuarta dimensión, la quietud es la bestia más poderosa». Una cierta sensación de haber sido engañados, si no directamente atracados, sobrevoló la Sala de los Espejos. Alguien dirá que fue un éxtasis místico. No lo parecía.

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