SIN NOSTALGIA
Y Madonna montó el cabaré en el Calderón
Al llegar a España ya era el demonio con corsé, la bailona de la lencería de gobernanta. Se fue haciendo rubia conforme se iba haciendo famosa. Ahora es una noticia de señora excéntrica, haga lo que haga
Madonna muestra los resultados de su lenta recuperación
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Iniciar sesiónMadonna ya era Madonna cuando dio el primer concierto en España. Fue en el Vicente Calderón. Aquella gira era la gira, y venía bautizada como «rubia ambición», que es una acuñación aupada, briosa y pujante, o sea, casi priápica, que es adjetivo que seguro ... no iba a desagradar demasiado a Madonna. Ni entonces, ni ahora. Madonna estaba en la cumbre mejor de Madonna. Aquí casi nos llegó tarde, yo diría, porque ya había aupado en el panorama temas de gloria como 'Like a virgin', que son repertorio de karaoke, o sea, cancionero de la eternidad. De modo que aquella visita resultó un acontecimiento, porque Madonna era la copa planetaria del gran cabaré del sexypop, jugando siempre al escándalo de escaparate. Estoy hablando de la noche del 27 de julio del 1990. Para aquel concierto, vistió liguero por encima del pantalón negro, ciñó un corpiño en punta y sacó al escenario a unos bailarines altos, negros, en puro tanga de nada, siervos de sus coreografías exactas, que eran un kamasutra sin kamasutra. Yo creo que ahí está la estampa que mejor encierra a Madonna, a la que no es fácil ponerle encierro alguno.
Luego siguió muchas temporadas en el mismo plan, más o menos, sólo que en aquel mes de julio la cosa nos pillaba con mayor curiosidad, y ella era joven de melena Marilyn, todavía. En los ochenta, y todavía a principios de los noventa, Madonna resultaba una garantía de provocación, e incluso de fácil escándalo, pero luego ya fuimos viendo que el escándalo no existe. Porque Madonna se empeñó en fiar el nuevo susto a quitarse o ponerse otro corpiño, pero llega un momento en que todo corpiño aburre, incluso. Nunca defraudó su propuesta, que era un nudo de vampiresa de gimnasio y pornomística de estrategia.
En las entrevistas, por ir calentando el tinglado, deslizaba titulares así: «Soy un peligro para hombres y mujeres». Yo estuve en aquel concierto que hoy recordamos, y comprobé lo que ya sabía: que Madonna era un éxtasis del estrellato. Eso sí. Más que un concierto, descorchó un videoclip. Un videoclip de dos horas, ante 50.000 asistentes. Presentó lo que prometía, un trajín provocador que iba y venía desde la procacidad verbal a la desinhibición gestual, apuntalado todo por una sastrería futurista, invención de Jean Paul Gaultier, por lo general. No me gusta recordarla en rachas recientes, como cuando cumplió de friki internacional del confinamiento, porque se hacía fotos en el baño, porque cantaba en el baño, porque casi no salía del baño, y desde ahí visitaba el mundo.
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Mejor olvidar la lujuria última, o penúltima, que se trae con la cirugía estética, donde visita tanto el quirófano que no sé yo si la foto del deneí se parece a Madonna o a quién. Últimamente, cada vez que repercute de noticia casi nos mete en un susto. Pero inauguró el género del vídeo de autopromoción bajo una coreografía de poca ropa. Aprendió a fumar con mirada de diabla dorada. Ya digo que ahora es una noticia de señora excéntrica, haga lo que haga. Cuando llegó a España ya era el demonio con corsé, la bailona de la lencería de gobernanta. Ya lo era todo, cuando vino. Se fue haciendo rubia conforme se iba haciendo famosa. Y al Calderón nos llegó en mecha color platino, casi. Inolvidable.
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