Izal: el amargo adiós
La banda se despide en un Wizink abarrotado tras 12 años de aventura
Madrid
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Iniciar sesiónEl día que me dijo adiós, ella estaba más entera. Yo tardé muchos años en entender lo que me había dicho en aquella fría habitación de hotel: a veces se está mejor lejos. Ella tenía unos motivos, que yo no entendí, y Mikel Izal ... debe de tener los suyos. Sus fans tampoco los entienden y eso les entristece aunque hayan venido en masa al WiZink para decir adiós. Afortunadamente para banda y público, la inmortalidad es una de las características de la música y quedarán las canciones.
La despedida empieza con 'El pozo' y 'Asuntos delicados', dos rocks semirápidos que son buena muestra del estilo del quinteto: poderosa batería, dos guitarras complementarias, un bajo gordo y el colchón de un ritmo binario. Dicho de otra forma, un grupo de rock de toda la vida. Uno de los nombres que les ha dado la crítica es el de «reyes del indie español», del que Mikel Izal renegaba ligeramente en este diario hace unos días. Y es lógico, pues eso del indie nació por la necesidad de los «teóricos» de clasificar todo aquello que se les escapa.
Tras 'Copacabana', reiteración del estilo, Mikel se emociona hablando de la trayectoria de la banda y el WiZink, lleno hasta la bandera por segunda noche consecutiva, llora un poco con él. Salen entonces los primeros flashes en 'Meiuqèr', que es una balada minimalista llena de colores nuevos (armonizador para la voz, ukelele, guitarra acústica…).
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Nacho SerranoEl grupo que tomó el testigo del 'indie' con más fuerza en la pasada década se despide de los escenarios con un doblete en el WiZink Center este viernes y sábado
Los cinco miembros hablan algún momento. La ciudad triste les aclama, todos lloran un poquito y el concierto continúa imparable hacia el amargo adiós.
El primer gran éxito es 'Pequeña gran revolución', que debería estudiar todo compositor que no sepa tocar la batería. La conduce, dejando mucho espacio al principio y llenándolo poco a poco según engullen compases. La armonía, simple pero creativa, es su gran secreto.
Con cada canción se van soltando un poco más. El WiZink también lo nota y se vuelca, cantándolas casi todas.
Hacia la mitad, suena muy bien 'El hombre del futuro'. A caballo entre el rock y el pop, es quizá una de las canciones que justificaría la necesidad de crear un nuevo término musical. Incorpora un sintetizador para dar color a la armonía y tiene un medio tempo difícil de clasificar. ¿Es indie esto? No sé. ¿Importa? No.
En una onda similar está 'Agujeros de gusano', que suena justo después.
Hay muchos ecos del rock setentero (las guitarras de 'Pánico práctico') en su música. Mezclado con la estética pop y la imagen de hombre sensible y bohemio que proyecta Mikel Izal, la banda (autogestionada e independiente) ha conseguido romper la barrera que separa las salas de noche de los teatros y grandes plazas sin demasiada parafernalia ni polémica, una 'rara avis' en el marketing moderno.
Llegando final suena 'Bill Murray' una de las mejores composiciones del grupo. Se beneficia de una guitarra puntiaguda que toca un sencillo arreglo melódico y tiene un aroma a éxito popero que no tienen las otras. 'Despedida', muy apropiada para ir enfilando los bises, cambia las esporádicas lágrimas de mis vecinas de butaca por sollozos apasionados.
Tras el gambeteo propio de quien no se quiere ir, terminan los bises con 'La mujer de verde', quizá su gran canción. El quinteto saluda en un instante que contiene una eternidad y de nuevo, y como todos los días, se encienden las luces y la vida empieza de nuevo.
El adiós, aunque duela, no mata; incluso enseña. A mí me lo dijeron en una fría habitación de hotel y he tardado muchos años en entenderlo; espero que a mis vecinas de butaca les vaya mejor.
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