Flamenco On Fire de Pamplona: los artistas invaden el espacio
El festival ha reunido a un buen número de figuras, como Rafael Riqueni, Carmen Linares e Israel Fernández, para mostrar el rico patrimonio de esta tierra a lo largo de cinco jornadas de arte en convivencia
Pamplona
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Iniciar sesiónLa última vez que Juanito Villar cantó en Pamplona fue en 1989, con Camarón. Ahora lo he visto subirse al balcón del ayuntamiento de esta ciudad a pregonar un estilo en desuso lleno de fisuras: puramente gaditano, pero entre bellos vestigios, y ... en el lugar en que hace unas semanas acontecía el chupinazo. También, con una camisa de encaje atemporal, pues pocos, en cualquier época, se habrían atrevido, lo he visto explicar cómo sacó el «Qué cara más bonita tiene esta niña…». Fue almorzando en casa con Paco Cepero, quien la compuso. Un rostro hermoso al otro lado de la mesa y a cantar.
He visto el abrazo entre Pepe Habichuela y Carmen Linares al verse de nuevo. Sobre el escenario del Teatro Gaztambide, en Tudela, interpretaron las alegrías que grabaron para la 'Antología de la mujer en el cante' y una granaína quejumbrosa: 'Y doy suspiros al aire'. También he visto a Amparo Bengala, esposa de Pepe, decir, en amable imperativo, que «nos vamos a dormir». «¿A las Tres Mil? ¿A las Tres Mil ahora?», ha respondido el otro, buscando risueño la complicidad de los presentes. He visto a Pepe Habichuela hablar en serio, pero ahí no le gusta extenderse. Luego he visto la pared de la habitación del hotel y he escuchado, de pronto, música. Era su guitarra, a solas, recordando por rondeñas a Manolo Sanlúcar tras recibir la noticia de su fallecimiento. He visto gente llorar en la recepción. También he llorado yo viendo cercenarse el corazón de un festival ante esta pérdida irreparable.
En el mismo hotel
He visto al fotógrafo Pepe Lamarca contando cómo aprovechó la ausencia del padre de Paco de Lucía, Antonio Sánchez Pecino, para realizar los retratos más icónicos del guitarrista junto a Camarón fumando con actitud desenfadada, algo que jamás hubiese permitido Antonio. Lo estaba comentando cuando Rafael Riqueni ha interrumpido la entrevista. Entonces he visto a un genio de la sonanta quebrar lo que estábamos haciendo con la elegancia de su diapasón en el trémolo 'Cogiendo rosas'. Tan por hecho ha dado que él pasaba por allí que no ha molestado a nadie, ni a la cámara, que ha tenido que agachar su lente ante el encuentro: un captor de instantáneas y su preciado modelo. También he visto al de Triana inaugurar un espacio en el que jamás había entrado el público para escuchar música: el Palacio de Navarra, un edificio de estilo neoclásico para el más clásico de los tocaores. He visto a jóvenes al otro lado de la verja del Palacio Ezpeleta, donde también estaba programado, para disfrutarlo: el aforo era libre, pero limitado. 80 minutos han estado suspendidos para aprobar esta prueba de buenos aficionados. Reinan los curiosos por estos empedrados palaciegos.
He visto a niños jugar a las palmas después de ello. Madres intentarlo. Padres obviarlo para no mostrar carencias rítmicas ante sus paisanos. He visto a Blanca del Rey, bailaora y dueña del Corral de la Morería, con dificultad para respirar entre tanta risa mientras atendía a las anécdotas de Arturo Fernández, director del festival, sobre su padre, el más galán de los actores patrios. Después ella ha contado algo sobre Ali, el boxeador, y Lee Van Cleef, el malo de Sergio Leone. Cuando John Lennon salió de madrugada de su tablao después de aprender los acordes de la guitarra flamenca y otras historias.
He visto viandantes partiéndose el cuello para contemplar a Israel Fernández por la calle. Muchos no saben quién es, pero alguien, eso seguro. Alguien conocido. Mira la melena, sobre la que podrían orbitar pequeños astros, la chaqueta, el conjunto… Alguien que no canta ópera, además, aunque 'Ópera flamenca' se llame el espectáculo que presenta. Un viaje a los ecos de los años 20 frente a gente que tiene poco más de 20 años. He visto a Carlos de Jacoba asomar su bajañí por el balcón del Hotel La Perla, donde Hemingway fumaba. Donde pensó, quizá, entre el humo, algunos fragmentos de 'Fiesta'. He visto a un tipo con el codo clavado en una barra recibir con deleite la cartagenera de Antonio Chacón, que dos calles más allá emanaba por un balcón. Los que desconocen y son receptivos, a veces, sin preguntarse nada, disfrutan el doble.
He visto mánagers liantes cambiando horarios de manera aparentemente azarosa y leyendas que te abrazan por los pasillos. La sencillez parece un atributo que no se aprende, pero los grandes suelen nacer con él, según me dicta la experiencia. He visto a todo un vagón de Renfe recitar letras flamencas. Así ha sido el momento: una cámara del festival, que en su novena edición se ha preguntado qué canta el cante, apuntaba a los protagonistas, encargados de decir sus coplas favoritas antes de que estas resonaran en las cabezas del resto de pasajeros. Como papagayos se han reiterado todos al mencionar su palo predilecto: la soleá. Los amagos de sacar las guitarras de sus fundas no han concluido. Pero «¡esto es un cachondeo!», ha espetado ante tal posibilidad un pasajero, al que si no le gustaba el flamenco ahora le tendrá especial manía.
Cante y patrimonio
He visto a José María Velázquez-Gaztelu, decano de la prensa jonda, presumir de maraña: «Con cuatro años oía las saetas de los presos frente a mi casa. Quien cantara mejor podía salir. Ese grito de libertad caló en mí de una forma especial y, desde entonces, en toda reunión, he tratado de resolver el enigma del cante». He visto a Juana la del Pipa, una gitana de Jerez con la voz rota desde el ombligo, conquistar una ciudad desde sus tuétanos. A José Mercé, pañuelo rojo al cuello, llenar la plaza consistorial como si de Sanfermines se tratase. Se ha templado con la soleá de Joaquín el de la Paula, y por alegrías, en las antípodas del compás, le han seguido cientos de manos descuadradas desde los adoquines. Tan mal tocan que está bien su entusiasmo.
He visto artistas histéricos de madrugada, pues «Pamplona no es buena ciudad para cenar a las 12». Calles abarrotadas ante un arte de la máxima calidad ofrecido de forma gratuita. Calles en silencio, manchadas únicamente de respeto. Teatros igualmente poblados. He visto a Manuel Machado, mítico trompetista cubano con nombre de poeta, confundir al productor Marote con José Mercé y cantarle 'Aire' al cuello. Muerto de risa, claro. Después lo he visto triunfar versionando la 'Nana del Caballo Grande' a lo Miles Davis. He visto el salvajismo del Purili de la Línea, un niño con la garganta atávica que se pasea en chanclas durante el día e invoca los duendes en la nocturnidad, y el desconcierto de Mari Peña frente a los Derby Moreta´s Burrito Kachimba, una banda psicodélica que ni en el gran carnaval de Brasil pasaría desapercibida. He visto cosas que vosotros no creeríais, digo con la voz engolada, como Rutger Hauer al término de 'Blade Runner'. Periodistas devoradores de buffets, zapatos imposibles, talentos extraordinarios. Pero la que más impactada está, creo, es Navarra. El cante se le ha metido en los huesos de su patrimonio y la ha puesto mirando al Sur. He visto dos culturas abarcarse.
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