Estopa: la catarsis de la rumba
El dúo rumbero conquista el WiZink en la primera de dos fechas
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Iniciar sesiónLa crónica musical es la némesis de la objetividad. Son tantas las cosas que pueden pasar en un día que es imposible no recordar la risa de Ildefonso a la hora de comer y la carita de Jesús, el bebé de Gabriela y Arli que ... empieza a andar. La gente salta y vive el momento, ese pilar de la sabiduría universal por el que los gurús occidentales cobran 39,99€.
Para ver a José y David, a quienes ya conozco, caliento con una Alhambra. Salen con dos curiosas camisetas, uno con la caricatura de la difunta Isabel y otro con la gran Lola Flores al pecho. Su previa es «Tu calorro», y aunque empiezan tarde hay asientos vacíos e inconscientes perdiendo el tiempo por los pasillos. Cantan «Vino tinto», continúa el preliminar y observo que la ovación es general: estos dos tipos podrían irse ahora mismo a casa y no tendrían mucho problema.
Dicen algo breve a lo que no presto atención e hilan rápido con «Fuego», una canción comedida que crece y se contrae más que las dos primeras y su dinamita popera.
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En el apartado de grandes composiciones de la noche encontramos «Tragicomedia», que empieza como un lento blues abachatado antes de la rumba. Mucho trabajo para el batería en una buena canción de estribillos.
También «Camiseta de Rokanrol», en la que se nota una pincelada de Fito Cabrales, el Napoleón de los Fitipaldis. A mí me gusta mucho «Hemicraneal», pero se la sabe menos gente que las anteriores y pienso que soy un romántico fuera de época.
Quisiera aprovechar esta crónica para anunciar que he descubierto el por qué de mi fascinación por los baterías. Ningún músico tiene que utilizar cuatro extremidades para su instrumento. Han de sentir la música por dentro en vez de en la cabeza y eso ya no es música, es cosa del alma.
Cantan «El último renglón», que dedican a Ucrania y sus hijos prófugos en el enésimo recordatorio de lo cobarde y estúpido que es la guerra. Siempre. Sin excepciones.
Sin pausa suena «La raja», uno de los himnos del dúo que no es otra cosa que unos acordes estándar de flamenco/rumba con una letra muy juguetona. Como curiosidad, es la misma progresión que explota Paco en «Entre dos aguas». La repiten idéntica en la siguiente, «Penas con Rumba». Juraría que ni cambian de tono; es lo mismo y la gente canta como si el asteroide fuera inminente.
Como vocalistas, y miren que me duele romper la mística zen de esta crónica, van justitos. Cuando la banda no arropa (en las intros lentas de canciones o baladas), se escuchan notas fuera de sitio y unas voces rotas. Sí, es parte del estilo y el WiZink se ha llenando igual, pero mi responsabilidad es dejar constancia.
Varios músicos tienen un solo, que siempre es un detalle por parte de las estrellas. Me gusta mucho el del bajista en «Ya no me acuerdo» aunque todos son fantásticos instrumentistas que tocan por debajo de sus posibilidades.
Es la rumba un estilo universal. Si la música fuera un cuerpo humano, con sus arterias y sus cosas, el ritmo sería el latir del corazón. La rumba, como la mayoría de géneros folclóricos de este planeta, basa su patrón rítmico en el latido del corazón; y claro, así todo es casa.
Tengo el setlist en la mano (gracias Charo) y cuando suena «Paseo», que es temazo, sé que llegamos al final. El micro de David Muñoz grita y perdemos la señal. Nadie parece darse cuenta y de nuevo pienso en lo absurdo de la «crítica» musical; es todo tan arbitrario…
Fingen que se van pero yo, que sé que aún quedan seis temas, tranquilizo a mi compañera de butaca.
No se van, porque no puede ser y además es imposible, y siguen con un «íntimo» acústico. Tocan «Escúchame princesa», que suena a la misma rumba que antes tocaba la banda pero a dos guitarras.
Un par de canciones íntimas relajan al público madrileño antes de la traca, que culmina -lógicamente- con «Como Camarón». El WiZink se vacía tan rápido como un crucero atracado en Venecia y quedo solo, una vez más y feliz, en el silencio post-orgiástico de los Dioses. ¿Hay algo más?
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