Elogio de la belleza triste
Excelente Purcell de William Christie y Blanca Li en Barcelona
Barcelona
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Iniciar sesión'Dido y Eneas' es una joya de apenas cincuenta minutos de duración en la que Purcell condensa una historia de amor, una epopeya extraída de 'La Eneida', las maquinaciones perversas de unas brujas y aún le queda tiempo para insertar alguna escena simpática, ... como la de los marineros levando anclas y despidiéndose de sus conquistas prometiéndoles volver sin intención alguna de hacerlo. Todo un universo hecho música que permite abordajes muy diversos, de entre los que William Christie escoje la búsqueda de la sencillez musical para permitir que el drama aflore por sí solo con toda su belleza triste. Tras seis décadas trabajando sobre la partitura, hoy cristaliza en su interpretación la sabiduría sumada al buen gusto que desde el primer día tuvo.
Ópera
Dido y Eneas, de Purcell
- Música: H. Purcell
- Intérpretes: K. Lindsey, R. Dolcini, A. Vieira. Les Ars Florissants. Blanca Li, dirección escénica y coreografía. William Christie, director.
- Fecha: 16 de junio.
- Lugar: Gran Teatro del Liceo, Barcelona.
Al lado de Christie, Blanca Li firma una coreografía y una dirección escénica que encajan perfectamente con el espíritu de la obra maestra y de lo que en ella subraya Christie. Los personajes principales —Dido, Eneas y Belinda— aparecen como colosales estatuas, que al mismo tiempo están por encima del resto de mortales y tienen los pies atrapados por sus destinos, sus dudas y sus errores. Precioso planteamiento que resta movilidad a los cantates, pero suma potencia dramática a nivel visual, con un delicado juego de claroscuros y una gestualidad estudiada al milímetro.
Veterano de la interpretación con criterios historicistas —aunque no «padre» del movimiento, como el marketing se empeña en señalar—, Christie tiene que lidiar en esta ocasión no solamente con la partitura, que no es de las más complicadas que se pueden abordar, sino también con un entorno que, dentro del mencionado preciosismo, resulta hostil para los músicos. Con la reducida orquesta en un lado, al fondo del escenario, el maestro dirige desde el clave sin tener a la práctica contacto visual con absolutamente nadie del conjunto, y menos aún con coro y cantantes: el trabajo se hace en los ensayos, y en el directo confían los unos en la experiencia e instinto de los otros. Y aún así, el resultado es excelente.
Incluídas en estas complejidades está la propia sala del Liceo y su caja escénica: demasiado grandes para una ópera tan pequeña. Quedan lejísimos del patio de butacas, y se les oye poco. Seguramente, el montaje lució más en otros lugares como los madrileños Teatros del Canal. En estas ocasiones, apetece aún más que el proyecto del Liceu Mar salga adelante y sea una realidad en primavera de 2028, como aseguró hace poco el presidente del Liceo, Salvador Alemany. Una sala más pequeña y con una acústica bien diseñada (este va a ser un requisito imprescindible) es un lugar mucho más idóneo para montajes de este tipo.
Del reparto vocal, destaca la Dido de Kate Lindsey, buscando la introspección donde otras buscan una espectacularidad que la obra de Purcell en realidad no tiene. Aunque en una sala tan grande quedasen muy pequeños, los pianissimi con que cerró el célebre 'Lamento' final fueron de los que cortan la respiración. A su lado, la entregada Belinda de Ana Vieira cumplió perfectamente su papel luciendo una adecuación impecable al estilo. Por lo que respecta a Renato Dolcini, fue un buen Eneas, pero brilló especialmente como Hechicera, desdoblamiento que Blanca Li aprovechó para jugar a la confusión entre esta perversa bruja y la mala conciencia del propio héroe, de modo que se llega a plantear si es verdaderamente un ente diabólico o bien su propia conciencia la que precipita su marcha de Cartago. La gestualidad y los juegos con el color de la voz marcaron una actuación brillante por parte del barítono. Mención aparte merece el coro de Les Arts Florissants, que se lució no solamente en 'Dido y Eneas' sino también y de forma especial en la oda 'Celestial Music did the Gods inspire' del propio Purcell, que Christie colocó, con enorme acierto, como antesala del drama.
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