David de Arahal: «De niño ya tocaba muchos palos con la guitarra, pero aún no les ponía nombre»
El joven tocaor sevillano, uno de los artistas con mayor proyección del flamenco, ganador del premio de la crítica en la última Bienal de Sevilla, publica su segundo disco, 'El callejón del arte'
Reescribir la tradición para revolucionar (de nuevo) la guitarra flamenca
Madrid
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Iniciar sesiónDe niño, a David de Arahal le gustaba más juntarse con los viejos que con los chavales de su edad. Lo cuenta mientras habla con ABC por teléfono desde la casa a la que se mudó su abuela, en la que nació su madre ... y en la que ahora vive el guitarrista considerado, desde hace un par de años, uno de los artistas con más proyección en el mundo del flamenco. Desde la ventana en la que se encuentra, reconoce, ve el antiguo bar de Los Cabales, que fue inaugurado a principios de los 70 por Antonio Mairena y, durante décadas, se convirtió en un punto de encuentro de figuras históricas como Paco Cepero, Rancapino y Pepe Habichuela, entre otros.
Ese fue su patio de recreo. «Allí se reunían para tomarse una copilla y hablar de flamenco todos estos maestros y otros grandes aficionados como José Manuel Gamboa y Manuel Bohórquez. En esas reuniones a las que yo me escapaba de noche cuando era un niño, aprendí tantas cosas que cuando después empecé a asistir a escuelas de música, había cantes y palos que yo ya no tuve que estudiarlos, solo tuve que ponerles nombre. Ya tenía la lección aprendida», cuenta el artista, que a sus 24 años acaba de publicar su segundo disco, 'Callejón del arte', y acaba de recibir el premio de la crítica en la Bienal de Sevilla.
La guitarra con la que empezó a tocar David de Arahal estuvo varias décadas abandonada en un rincón de su casa. «Sí, la tengo aquí enfrente», señala. Se la regaló su bisabuela a su padre cuando este era un niño. No era su cumpleaños ni el día de Reyes, simplemente, tuvo un detalle con él. A los pocos días ella falleció y su progenitor no quiso tocarla, le daba mucha pena. Su hermana y su hermano mayor lo intentaron, pero fue él quien ya no la soltó jamás. Las primeras nociones se las dio precisamente Pepe el de Los Cabales, gerente del citado bar, hoy reivindicado por algunas figuras del flamenco, y a los 16 años le acogió bajo su manto el gran Manolo Sanlúcar, que le dio clases en la última etapa de su vida sin cobrarle «un solo un euro»: «Siempre me decía que la cultura flamenca se lo había dado todo y lo mínimo que podía hacer es devolver tanto como pudiera», recuerda.
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—¿Cuándo empezó a ir a Los Cabales?
—Empecé a escaparme allí por las noches cuando tenía diez años, simplemente a mirar y escuchar. Solo tenía que cruzar la calle. Ni siquiera tenía maestro, pero empecé a tocar la guitarra de mi padre intentando copiar a las figuras que se reunían allí, siempre de manera autodidacta. Luego Pepe me enseñó en el bar los primeros acordes y me corregía la posición de las manos. Esa fue mi infancia y mi entrada en la adolescencia. Ahí he visto pasar a muchos grandes.
—¿Habló alguna vez habló con ellos?
—Aquí mismo tengo una foto con Rancapino y otra con Paco Cepero mientras tocaban en la terraza del bar. Recuerdo que una vez Pepe Habichuela vino al bar solo para ver una guitarra que tenía antigua de Francisco Barbas, uno de los mejores constructores que ha habido. Esa fue la primera noche que le vi, porque fui solo al bar. Al entrar, Pepe se quedó impresionado al verme solo allí, como pensando: «¿Qué pinta un niño aquí?». Fue una noche muy bonita, porque de ahí se fueron a La Mazaroca, otro de esos puntos de encuentros al que, incluso, Dani de Morón le ha dedicado uno de sus temas.
—Esos puntos de encuentro más espontáneos están desapareciendo…
—Sí, han cambiado mucho las cosas, no solo aquí, también en Madrid, donde también han desaparecido espacios en los que se encontraban aficionados y artistas por la noche y compartían sus enseñanzas, como ese que yo viví de niño en Arahal y que ya ha cerrado. Recuerdo que Gamboa me dijo ahí en uno de esos encuentros, cuando yo ni siquiera sabía que me podía dedicar a esto, que cuanto más grande es el artista, mejor te va a tratar. En ese momento no lo entendí, pero ahora que me junto con grandes figuras del flamenco, como Tomatito, sé de qué hablaba... empiezo a entender eso que me dijo.
—¿Nunca deja de estudiar? ¿Esta mañana ha practicado?
—Sí, he estado unas horas hasta que ha sonado el teléfono, aunque antes he tenido que salir a Correos para enviar unos discos.
—¿Los envía usted mismo?
—También se venden en las tiendas, claro, pero yo sigo enviando los pedidos que me llegan a mi página web. Cuando llamo por teléfono a los seguidores porque se les había olvidado poner algún dato, se sorprenden de que sea yo quien se pone en contacto con ellos, pero es bonito. A mi me gusta cuidar todos los detalles y escribirles una nota con cariño. Después te vienen a saludar al concierto y creas un vínculo muy importante con el aficionado.
—¿Cuántos discos ha enviado esta mañana?
—Cinco. Y desde que salió a la venta hace una semana y media, unos 160. Me encanta y, además, me llegan pedidos de muchos sitios. En este tiempo he enviado discos a América, el Reino Unido, Suiza, Italia… La verdad es que estoy contento con la respuesta de la gente, sobre todo del extranjero.
—¿Cuál es su 'Callejón del arte'?
—El título surgió después de una actuación con Antonio Canales aquí en Arahal. Fuimos a cenar al bar El Churrasquito, que está situado en el pasaje de Diego del Gastor. A la entrada hay una foto de él y otra mía al lado de cada una de las puertas. Cuando Antonio entró en el bar dijo justo esa expresión, que a mi me gustó mucho: «Esto es un callejón del arte». Y se me quedó esa expresión, que además encierra muchas cosas que tienen que ver con este disco.
—¿Cuál es su relación con Canales, más allá de esa actuación?
—Lo conocí en Morón de la Frontera, cuando tenía 14 años. Yo estaba tocando en la academia de Rafael de Utrera. Un viernes que yo llegué del colegio a casa, me dijeron que había estado llamando el mismo Rafael. Me preguntó que qué iba a hacer por la tarde y me pidió que fuera a tocarle a Canales, que había ido a impartir un curso a los alumnos.
—¿Pero usted en esa época sabía acompañar a bailaores, siendo un niño?
—Efectivamente, yo era un niño y no tenía nociones de tocar para baile, solo la intuición. Sin embargo, a él le gustó tanto como toqué todo ese fin de semana que duró el curso, que me dijo que una de sus ilusiones antes de irse de este mundo, era bailar conmigo tocando la guitarra encima de un escenario. Un año después, se cumplió y estuvimos trabajando un tiempo juntos. Estoy muy agradecido a lo que hizo por mí, la verdad.
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