Crítica de los discos de la semana: Laibach, Quevedo, Måneskin y James Yorkston, Nina Persson And The Second Hand Orchestra
Nuestros especialistas musicales hacen un repaso de las novedades discográficas más interesantes de las últimas semanas
Seguimos una semana más atendiendo a los algorítmicos lanzamientos de la industria discográfica, que tras un arranque cauteloso al comienzo de año, como suele ser habitual, ya ha empezado a lanzar algunas bombas con mayor o menor interés para nuestros críticos. Hoy vamos con dos: ... Måneskin y Quevedo. Y reseñamos el último experimento de Laibach y la preciosidad de obra publicada por James Yorkston, Nina Persson And The Second Hand Orchestra.
Por Jesús Lillo
Laibach - 'Love Is Still Alive'
Casi veinte años antes de que Clint Eastwood dirigiera una película homónima, en 'Vaqueros del espacio' Sabino Méndez le hizo cantar a Loquillo una historia de ciencia-ficción y surf en la que entre otros artefactos aparecen la Soyuz III, los Devo e incluso una maqueta-discoteca de la Estación Espacial Internacional, que por entonces no pasaba de ser un proyecto cuya fraternidad tecnológica anunciaba el fin o el intermedio de la Guerra Fría. Ahora son Laibach los que se embarcan en un vuelo tripulado por el Sistema Solar. Lo hacen a partir de una sencilla balada vaquera que va cambiando de forma, velocidad, instrumentación e incluso intención hasta casi desintegrarse. Valga esta odisea espacial como ejercicio de estilo, de lo más entretenido.
Industrial
Laibach - 'Love Is Still Alive'
- Discográfica Mute
Entre la sátira y la vanguardia, el chascarrillo y la experimentación, Laibach orbita alrededor de una melodía que a través de sus sucesivos arreglos y desarreglos va pasando de pantalla, según se aleja de una Tierra en descomposición. La banda eslovena, con más de cuatro décadas dedicadas a la provocación y la farsa, utilizan la nomenclatura de las drogas, de las hormonas, de los estados de ánimo y de nuestros astros más cercanos -no pasan de Saturno- para titular y situar en su croquis las piezas que componer una de sus obras, sobra añadir que conceptual, mejor acababa, incluso teniendo en cuenta que se trata de un simple EP, parte de la banda sonora de una película desastrosa, también suya.
Los autores de 'Volk' se tornan audiovisuales con la misma técnica que, guardando las distancias, siderales, utiliza Justin Hurwitz en los movimientos sonoros de 'Babylon', película que no hemos visto por su exagerada duración, tres horas y pico, más o menos la misma que ha necesitado Kali Malone para imitar en 'Does Spring Hide Its Joy' al John Cale del siglo pasado -aquella era otra carrera espacial- mientras el veterano músico galés, libre e ingobernable, se marca en 'Mercy' una asombrosa, por accesible y hermosa, colección de canciones. El caso es que Laibach hace exactamente lo mismo que Hurwitz en 'Babylon': repetir la misma canción con distinto ritmo, estilo e inspiración. A Hurwitz le ha quedado muy bien la pizpireta 'Señor Avocado', enésima relectura de la melodía que hilvana su banda sonora, pero hay que reconocer que en el género de astracanada Laibach no tienen competencia. Que para más inri 'Love Is Still Alive' les haya quedado elegante es una proeza.
Por Javier Villuendas
Quevedo - 'Donde quiero estar'
El reguetonero canario ha publicado su industrialmente esperado disco debut, el otro estreno a este nivel en la 'fan zone' nacional sería el de Chanel, que tras quedar tercera en Eurovisión debe estar preparando el 'Chinese Democracy' del perreo o algo así, pero aún lejos del cantante de la bomba nuclear de las cifras, o sea 'Quédate', que viene con este 'Donde quiero estar', un disco conceptual sobre la elección como santuario vital de sus Islas Canarias en lugar de Madrid, Miami o Nueva York pero que también va mucho de ligar y no ligar, como siempre. Quevedo ha publicado un disco largo, con ritmo autómata, bases poco memorables y donde no destaca por lo imaginativo de sus 'barras' y, lo más preocupante para el 'business', el quizá menor pegamento de los estribillos aunque dudamos pues tiene varios momentos tiktokeabilísimos. El algoritmo ya nos dirá si nos gusta mucho o muchísimo, no agobiarse.
Reggaeton
Quevedo - 'Donde quiero estar'
- Discográfica Taste The Floor Records
Sería por Bizarrap, por la propia magia de la canción, por sus hipnóticos mofletes o por un mix de todo ello pero 'Quédate' fue la séptima canción más escuchada en el mundo el año pasado y eso no lo olió ni la egregia Rosalía. Hablamos de un hit planetario a lo 'Macarena', que ejerce de impulso y trastorno para un chaval de 21 años con la cabeza, parece, bien amueblada que se desenvuelve natural entre lo ñoño y lo desinhibido (no desentonaría en 'El Hormiguero' como sí Yung Beef u otros pata negras de la escena urbana), y que, por supuesto, aborda su lugar en el mundo después del maremágnun existencial tras su sesión con el productor argentino (su vida ha dado un vuelco copernicano en seis meses) y cuyo lugar de análisis discográfico está casi más en lo mercantil que en lo artístico, como el propio Bizarrap. ¿Qué teclas han pulsado para tocar así a los niños?
Sin riesgo y sorpresa musical, ahí Rosalía está en otra liga, tampoco vemos en esta retahíla de reguetones la chispa de los maestros del género, como Daddy Yankee, pero sí a un tipo creíble y jovencísimo con aspecto de exfutbolista melancólico y con una serenidad especial en un mundo de gritos desencajados en Twitch. Y con un extraño aplomo a artesano veterano de expeler melodías pegadizas para la verbena, o sea 'Playa del Inglés', 'Punto G', 'Muñeca' o 'Wanda'. Aunque distinguimos tres: 'Sin señal' (con Ovy The Drums, sobre la confusión que podría tener su mejor videoclip en las escenas de discoteca de la película 'Pacifiction', de Albert Serra), la balada 'Me falta algo' (amor desesperado con teclados y vientos de la Orquesta Nacional de España, más que nada por salirse de su propio molde reguetonero) y el cierre con la homónima 'Donde quiero estar', canción descarnada con las líneas más intensas. Ahí dice: «Tú títere de las multinacionales, yo de mi mente». Haciéndole caso, es hasta peor. Pero no peor que el resto de Góngoras en la fiesta pocha del algoritmo.
Por David Morán
Måneskin - 'Rush!'
El rock, ya se sabe, es básicamente saqueo y reciclaje. Fotocopias de una fotocopia, pillaje indiscriminado y, ya que estamos, toneladas de cuero, despampanantes conjuntos ‘total black’ de Gucci y litros de perfilador de ojos. ¿Måneskin? Maroon 5 con esteroides y recién salidos del gimnasio. The Darkness sin las risas pero con mejores publicistas. "Honestly I don't give a fuck / I'm addicted to rock 'N' roll, ¡yeah!”, brama Damiano David, cantante de la banda italiana, en 'Kool Kids'. Y sigue: “We're not punk, we're not pop / We're just music freaks”. Vale, ninguno de estos versos pasará a la historia, pero si algo consiguen es resumir a la perfección el espíritu de un disco que, tanto monta, convierte a los italianos en la banda más ‘cool’ del planeta y, al mismo tiempo, en la versión eurovisiva, estilizada y pintona de Spinal Tap. Así que volumen al 11 y dentro risas.
Rock
Måneskin
- Discográfica: Sony
Con abrumadora mayoría de canciones en inglés y salpicado de guiños autorreferenciales (“Cocaine is on the table / Don't care we're rebels, rebels", cantan, guiño-guiño-codazo, en ‘Feel’), ‘Rush!’ es un empacho de hard rock, glam, pop acorazado y musculoso funk rock. Todo al mismo tiempo en todas partes y el perfecto ejemplo de lo que ocurre cuando dejas tus canciones en manos de alguien como Max Martin. Los mismos trucos, los mismos ganchos. Coros inflamados y expansivos. Guitarras en modo ciclón. Riffs trazados como con tiralíneas. El espectro desvaído de Red Hot Chili Peppers y la guitarra de Tom Morello para que en las reseñas aparezca el nombre de Rage Against The Machine. Pop de radiofórmula vestido de rock duro y, glups, tremenda indigestión de Bush, Creed, Goo Goo Dolls y demás intensitos de los noventa. A veces semejante exceso resulta divertido e incluso sugerente (‘Gasoline’ y ‘La Fine’ son la mar de entretenidas; ‘Mark Chapman’ no desentonaría en el repertorio de los Killers), pero cualquiera que recuerde el ‘Fire’ de Electric Six sabrá cómo suelen acabar estas cosas. ¿No? Pues ahí tienen la respuesta.
Por Fernando Pérez
James Yorkston, Nina Persson And The Second Hand Orchestra - 'The Great White Sea Eagle'
Hay música que activa y motiva, canciones tristes que te hunden en la miseria o desencadenan un inesperado efecto catártico, melodías adhesivas que taladran el cerebro, sintonías para olvidar en el ascensor, juegos ambientales que derrotan a la gravedad, idas de olla pretenciosas en el filo de la tortura... pero no es tan fácil encontrar discos que se conviertan en una caricia cálida, continuada y reconfortante, en auténticas réplicas sonoras de ese paraíso interior al que llamamos ‘sentirse en casa’. Como un ‘If you’re feeling sinister’ con raíces o un ‘Moondance’ sin atisbo de misticismo, ‘They Great White Sea Eagle’ es una de esas contadas colecciones de canciones que te arropan, te alientan y te susurran al oído que todo va a salir bien y, más o menos, obran el milagro de que parezca posible.
Folk pop
James Yorkston, Nina Persson And The Second Hand Orchestra
- Discográfica Domino-Music As Usual
Corredor de fondo del folk etéreo y con aristas, el escocés James Yorkston prolonga el buen estado de forma mostrado en su anterior trabajo, ‘The Wide, Wide River’, apoyándose de nuevo en la destreza instrumental de la Second Hand Orchestra (una selección de jugones suecos a los que se les nota que están disfrutando, sin ataduras de la pizarra, de cada segundo del partido) y añadiendo a la pócima el ingrediente mágico de la voz de Nina Persson. La dulzura de la cantante de los recordados The Cardigans se apodera de las canciones y eleva a otro nivel emocional un disco marcado por la grave enfermedad de uno de los hijos de Yorkston, y en el que no faltan las referencias al dolor, la pesadumbre y la fatiga por una vida que, ya se sabe, siempre es una muerte que viene. Pero finalmente se impone por goleada la esperanza, el inesperado milagro de encontrar pequeñas certidumbres entre las esquirlas del derrumbe cotidiano.
El novedoso protagonismo del piano da una nueva dimensión a unas canciones que parecen ganar volumen, tomar cuerpo, para resultar aún más acogedoras. Y por más que Yorkston sumerja la ortodoxia folk en estructuras mucho menos simples de lo que se intuye en una primera escucha, en ningún momento cae en la tentación del alambicamiento ni se deja arrastar por la sombra de la afectación. Nada, ni un conato de amaneramiento se aprecia en este completo, fascinante y conmovedor ejercicio de precisión que fluye con total naturalidad, un rincón cálido y reparador listo para atrincherarnos en lo más crudo del crudo invierno.
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