Un Cervantes para Serrat
El periodista y escritor Juan Ramón Iborra, amigo del noi de Poble Sec desde hace cincuenta años, da razones para honrarle con el insigne premio de literatura en esta entrevista con motivo de su ensayo 'A propósito de Joan Manuel Serrat’
Joan Manuel Serrat: «No soy un perro verde. Me llevo bien con mi soledad»

Cuando Joan Manuel Serrat llevaba ya unos meses embarcado en sus conciertos de despedida, el periodista, escritor y fotógrafo Juan Ramón Iborra (Granada, 1954) se propuso acompañarle desde la distancia trazando un relato sobre «la gira de jubilación de un artista admirado y un ... amigo querido». Pero como suele ocurrir con los libros, «a partir del tercer capítulo cobró vida propia y se convirtió en otra cosa», porque, casi sin darse cuenta, sus cincuenta años de amistad agarraron el timón de la escritura transformándola en 'A propósito de Joan Manuel Serrat' (ed. Cúpula), un ensayo en el que Iborra ha plasmado su justificada necesidad de «incorporar al autor como personaje» para acercarnos desde su verdad a la vida y obra de una simpar estrella de la canción.
¿Cómo es escribir un libro sobre un artista sabiendo a ciencia cierta que lo va a leer?
(Risas) He tratado de huir de la hagiografía, me he rebelado contra ella. En cualquier caso, si Serrat no hubiera anunciado su despedida no habría escrito este libro, porque su adiós tiene una enorme trascendencia colectiva a nivel cultural y emocional, pero en mi caso también personal. Yo estoy en el farolillo de cola de su generación, porque tengo ocho o nueve años menos, pero después de leer el ensayo, cualquiera puede llegar a la conclusión de que hay una forma de pensar y una sensibilidad poética que nos une mucho. Serrat no es que lo vaya a leer, es que ya lo ha ido leyendo según se ha ido construyendo, y además, estoy muy satisfecho de que la foto de la portada del libro sea mía y la haya elegido él.
Le conoció en una plaza de toros.
En la de Valencia, en 1973, gracias a que mi padre era amigo de la infancia de quien fue su representante, Lasso de la Vega. Estábamos allí de viaje con mi hermana y coincidió que Serrat actuaba allí esa noche, me lo presentaron y hubo muy buena sintonía. Luego nos volvimos a ver al poco tiempo porque él bajó a actuar a Granada, y a partir de ahí mantuvimos una relación que ya dura medio siglo.
¿Aquel día en Valencia ya vio en él esa mezcla «entre perrillo abandonado y pillastre» con que le define en el libro?
(Risas) Bueno, en realidad se tarda bastante en conocer los interiores de Serrat a fondo. Pero lo de que está entre el perrillo abandonado y el pillastre lo ves en cuanto le miras a la cara de cerca.
El perrillo abandonado en la mirada y el pillastre en la sonrisa.
Exacto, ahí está ese contraste entre lo cariñoso y lo malévolo (risas). Decía un ensayista portugués que a los autores se les conoce por sus textos, y en mi caso descubrí su personalidad, su pensamiento y su forma de ver la vida convirtiéndome en su amigo, pero también leyendo sus canciones. Y no es fácil dar con personas que a sus años sigan siendo tan fieles a lo que siempre han sentido, pensado y escrito acerca de la vida. Para desarrollar esa coherencia vital fue fundamental la educación de sus padres.
Que su madre sobreviviera al infierno de Belchite, ¿influyó mucho en sus altas capacidades para la empatía, para la solidaridad?
Sin duda, y también el fusilamiento de tantos miembros de su familia. Él me contaba que cuando veía a su madre llorando en casa, casi siempre era porque recordaba el cumpleaños de alguno de ellos. De todos modos, siempre se habla de su madre como referente moral pero su padre tuvo un papel igual de importante en ese aprendizaje ético, porque también sufrió lo suyo, con años de cárcel después de la Guerra Civil. Además, él fue quien le regaló su primera guitarra cuando en casa no había un duro y se las veían y deseaban para llegar a fin de mes. A la madre le agobiaba más que dejara la universidad y se lo jugara todo a la música, en un tiempo en el que dar ese paso era como caminar por el borde de un precipicio. Su padre era el que decía: «Venga mujer, dejemos que el chaval haga lo que quiera».
Además de cultural, se puede consensuar que Serrat es también un referente ético. Condición de la que no gozan otros grandes cantantes como Julio Iglesias o Raphael. El único equiparable quizá podría ser Víctor Manuel, pero Serrat lo es para un espectro político más transversal.
Menos para ese nacionalismo catalán que lo considera un traidor. Cuando curiosamente, a él le ha gustado muchísimo cantar en catalán desde el principio de su carrera.
También demostró ser un referente moral cuando en plena ebullición independentista dio aquella contestación tan elegante a un espectador de un concierto en Barcelona que le gritó: «¡Canta en catalán!».
Es que es buena persona, es la mejor definición que se puede dar de Serrat. Tiene un talento enorme, pero fundamentalmente, es muy buena gente. Trata muy bien a los suyos, y le gusta disfrutar de las cosas que se ha ganado al margen de su condición de estrella. Tiene un reducido grupo de amigos ajenos al mundo del espectáculo sin el que no puede vivir.
En el libro cuenta que Serrat siempre ha pensado que hubiera sido una buena jugada política para el franquismo dejarle cantar en catalán el 'La, la, la' en Eurovision. ¿No hacerlo fue una muestra de autoridad? ¿O de debilidad?
Por lo que sé, él no llegó a calibrar la capacidad de atajar el problema como lo atajó el régimen, yendo con la sota de bastos. Lo que quería era que al menos le dejasen negociar cantar algún fraseo en catalán, pero no pensó que el tardofranquismo se cerraría en banda de esa manera tan agresiva. Muchos años después, en una entrevista con Julia Otero, dijo que lo que tenía que haber hecho era decir que no desde el principio.
El aluvión de críticas furibundas que le cayó por eso, también desde este diario, ¿es de las cosas que más le han dolido a nivel mediático?
Sufrió mucho por ello, desde luego. Pero quizá le dolió más la incomprensión con que se recibieron sus declaraciones en México sobre los fusilamientos de septiembre de 1975. En cuestiones de otro tipo, relacionadas con la prensa cardíaca, no sé si hubo algo que le hiriese más…
En un capítulo habla brevemente de su romance con Pepa Flores, Marisol. ¿Eso llegó a publicarse en los medios de la época?
Era algo que se conocía, y al final salió en la prensa rosa, sí. Fueron pareja durante una temporada corta, pero muy intensa. Siempre habla de ella con mucho cariño, y ahí quedó 'Tu nombre me sabe a hierba', que primero la cantó él, y luego la cantó ella. También recibió algún palo por esto: en aquella época, en el ambiente de izquierdas se oía aquello de «qué hace este chico talentoso y progresista con la chica del régimen».

Dos meses después de hablar públicamente contra los fusilamientos en México, muere Franco. ¿Le dolió tener que vivirlo en el exilio provocado por la reacción del régimen ante aquellas declaraciones?
Más que estar dolido, estaba preocupado por la incertidumbre ante la evolución de los acontecimientos, y por cómo podían afectar aquellas declaraciones a sus padres, que obviamente seguían en España y eran vulnerables a sufrir ataques desde diferentes ámbitos. Fueron días de mucha zozobra para él porque su exilio no se solventaba con la muerte de Franco, ya que seguía en vigor la orden contra él del Tribunal de Orden Público. Y bueno, no pudo celebrar la muerte del dictador en Barcelona, pero lo hizo en un país que amaba, y rodeado de amigos.
En los ochenta, con la Movida, y en los noventa, con el 'indie', los cantautores empezaron a verse como algo rancio. Pero a él eso no le afectó ni de refilón.
Es cierto. Muchos cantautores desaparecieron o empezaron a actuar en pequeñas salas de fiestas, pero él se mantuvo porque su cancionero ya estaba en el ADN de dos generaciones, y también porque en 1969 había descubierto Latinoamérica y Latinoamérica a él. Esa relación, con el triángulo de Argentina, Chile y México, fue fortísima y le ayudó a mantener su estatus. Allí es casi un padre espiritual. Uno de los momentos en los que lo ha pasado peor en esta última gira, ha sido cuando se ha despedido de esos países. Con eso sé que ha sufrido mucho.
En el ensayo afirma que esa la gran preocupación de Serrat, despedirse de los afectos. Más que la propia muerte.
Así es. Dejar de sentir el calor, el cariño del público, es algo que sé que le va a afectar. De todos modos, aunque ya no pise escenarios, estoy convencido de que tenemos Serrat de estudio para rato.
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¿Escuchaba sus discos mientras escribía este libro?
No, ni una sola canción. Puede llamar la atención, pero es que para escribir este libro sentí necesario basarme en su cancionero trabajando exclusivamente con el Serrat leído y no el escuchado. No hace falta ensalzar sus clásicos porque sería una boutade, pero no se ha reconocido tanto su última época, que es de una riqueza literaria abrumadora. Sus últimos seis o siete trabajos, desde mi punto de vista, tienen una altura poética importantísima no tan valorada como la de otros más conocidos. En ese sentido su carrera es completísima, y su obra difícilmente tiene parangón en la música española popular. Siempre he creído que el Nobel para Bob Dylan llegó muy tarde, y desde que Serrat anunció su retirada, no me quito de cabeza la idea de que merecería que se le otorgara un Premio Cervantes. No sé si a alguien le parecerá una locura, pero creo que es una obligación defender esa reivindicación y luchar por ella.
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