Aphex Twin en el Sónar: la madre de todas las 'raves'
El británico estrenó las noches del festival barcelonés con un multitudinario y retorcido chaparrón de electrónica tóxica
Sónar 2023: cumpleaños total y euforia experimental a toda máquina
Barcelona
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Iniciar sesiónNo llegó en tanque, ligera decepción para quienes esperaban ver en todo su esplendor la faceta más extrema y extremada de Richard D. James, pero bastante comprensible si tenemos en cuenta como están las cosas de aparcar y repostar por estos lares. Nada grave. ... De hecho, si Aphex Twin se ha convertido en el rey de la electrónica moderna, un Dios salvaje del techno despedazado y retorcido, no es por lo friki, sino por lo genial. Y lo visionario. Por, en fin, exhibiciones como la de este viernes en el Sónar. A saber: electrónica a machetazos, bombos como recién salidos de una forja y burbujeo de techno ácido explotando en la pista.
¿Bailar? Imposible. Sitio equivocado y fractura de cadera asegurada. Porque, nunca mejor dicho, a Aphex Twin es imposible seguirle el ritmo. Se intenta, sí, pero en cuanto empieza a retorcer secuenciadores y a la pisar a fondo el acelerador, queda claro que la única opción es dejarse atropellar. Brutalismo en el Sónar. Una auténtica salvajada para estrenar las noches del festival barcelonés. La madre de todas las 'raves'.
Encerrado en una suerte de jaula triangular y con un gigantesco cubo que hacía las veces de pantalla tridimensional sobre sus cabezas, el británico de origen irlandés le tomó rápido la medida al recinto, ese pabellón con pinta de silo postapocalíptico y, faltaría más, entró a matar.
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Borrachera de láseres, gente por todos lados desde primera hora y fiesta grande cuando las pantallas mostraban el perverso y mefistotélico rostro de la carátula de 'Richard D. James album', el mismo que, ay, las redes confundieron con el de Pablo Iglesias cuando Rosalía subió una foto con una falda estampada con la cara del productor irlandés.
Picadora y desguace
En la pista, el público intentaba echarle el lazo a algún ritmo para empezar a cabalgar pero, en el escenario, Aphex Twin prefería jugar a retorcer, doblegar, ensamblar y triturar amasijos de electrónica aplastante y amenazadora Techno oscuro, breakbeat enrabietado, ambient afilado y glitch ensordecedor. Tóxico y venenoso pero para bien, si es que eso es posible. El siglo XX y parte del XXI, recién salidos del desguace. Furia electrónica, visuales alucinógenos y una sacudida tras otra, sin respiro. Fiesta rara, pero fiesta, al fin y al cabo.
No mentían los organizadores del festival cuando decían que, para celebrar su 30 aniversario, habían diseñado un cartel plenamente electrónico. Como muestra, el apabullante directo del autor de 'druQs', guinda a una jornada generosa en experiencias extremas y radicalidad servida desde los márgenes de casi todo. Mucho estómago y toneladas de ibuprofeno había que tener para aguantar más de quince minutos la cascada de ruido digital, proyecciones centelleantes y espasmos sintéticos del japonés Ryoji Ikeda.
Un monumento a la migraña con el que el Sónar recuperó una de las cosas que aún le faltaron a la edición del año pasado: los entrañables terroristas sonoros venidos de Oriente. Ikeda fue el primero, pero andaba por ahí también Daito Manabe, algo más comedido, desplegando un apocalipsis sonoro de baja intensidad mientras las pantallas generaban deliciosas imágenes microcelulares y paisajes geométricos. Mucho menos sutil, que ya es lo suyo, fue lo del francés Amor Satyr: cultura de club, apisonadora rave y, con perdón, 'welcome to the jungle'. Como un after de Ibiza. Sólo que a las siete y media de la tarde en el SonarPark.
En un festival que quiere ser cruce de caminos entre ciencia y creación, la apuesta ganadora era ayer Max Cooper, biólogo y genetista metido a músico que abarrotó el SonarHall y no tardó en aparcar la ciencia para entregarse a la barbarie sónica. El volumen era tal que hasta las empastes brincaban y las lentillas amenazaban con salir disparadas. Minimalismo abrasivo, techno épico y, una vez más, unos visuales exquisitos. «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», podía leerse en la pantalla. Sus límites, en ese caso, no eran otros que la mesa de mezclas y los medidores de decibelios.
Con Fever Ray, otro de los platos fuertes de la noche, el SonarPub se quedó pequeño. Normal: desde que abandonó The Knife, la sueca ha dado forma a una de las propuestas más interesantes y enigmáticas del pop contemporáneo. Electrónica mutante con un pie en los ochenta y el otro en un futuro aún por imaginar. Lástima que, una vez más, a los fotógrafos de prensa se les vetase el acceso: lo de Karin Dreijer, con sus traje como de Bowie época 'Young Americans', era digno de ver y retratar. Al final, lo que empezó como funeral gótico y sintético acabó mutando en juerga electropop. Porque al Sónar, al fin y al cabo, a lo que se viene es a bailar. O, según el día y la añada, a dejarse arrollar por Aphex Twin.
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