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Jimmie Rodgers: más de country que las amapolas

Una tuberculosis acabó con la vida del «músico con el que todo empezó» a los 36 años

Jimmie Rodgers: más de country que las amapolas ABC

MANUEL DE LA FUENTE

Nuestra gramola de la historia (hoy, de nuevo, como la semana pasada, casi prehistoria) vuelve a los pioneros y no sale del estado de Mississippi , verdadero granero del imaginario popular norteamericano. Territorio mítico de los Sartoris faulknerianos , de las correrías de Huckleberry Finn y Tow Sawyer , cuna de Elvis Presley y tantos cantores como el que hoy, depués de trepar por el árbol de la canción, viene a visitarnos. Vivió poco, apenas 36 años y las pasó bastante canutas. La tuberculosis se lo llevó en 1933, después de pasar penurias económicas, un divorcio, prematuras muertes de hijos, alguna temporada entre rejas y muchos años de durísimo trabajo en el ferrocarril que le valdrían el sobrenombre de El Guardafrenos Cantor. En su placa conmemorativa en el Salón de la Fama del Country, donde ingresó póstumamente, se puede leer: «Jimmie Rodgers, el hombre con el que todo empezó».

Y vaya que si empezó. Jimmie mezcló en blues del Delta (su curro en el ferrocarril le permitía escuchar a docenas de negratas y vaqueros cantores) con la música tradicional de los Apalaches (cuyo origen ancestral era la música irlandesa, británica y centroeuropea) y la música «palurda», el hillbilly y con todos los estilos que se le ponía a tiro, incluida la música que se oía en tugurios, garitos, lupanares, casinos... y fue, junto a la Familia Carter, el tipo que dio una vuelta de tuerca a la música popular y puso las primeras piedras del sólido edificio del country, de cuyas entrañas mezcladas con el blues nació el Rock And Roll.

Travesuras

Jimmie fue un chaval travieso, huérfano de madre desde los siete años, amigo de meterse en problemas, aunque no solían ser graves. Después de darse cuenta de su propio talento tras ganar un concurso con apenas doce años se fue con la múisica a otra parte, abandonó a su padre y se dispuso a emprender una carrera como artista, al lado de compañías de cómicos ambulantes y en los famosos medicine shows, esos espectáculos en los que un lenguaraz prometía todo tipo de remedios para todo tipo de enfermedades a los más incautos del condado. Lo intentó varias veces, pero su padre siempre acababa dando con él y lo devolvía al redil familiar y al ferrocarril . Se casó a los veinte años, se divorció, volvió a casarse, lo despidieron por sus flirteos musicales, y mientras trabajaba en las cosas más pintorescas, en cuanto podía le echaba mano a la guitarra para cultivar su estilo, escribiendo sus propias canciones (uña y carne de la gente para la que cantaba, la gente sencilla y trabajadora de la América profundísima) y perfeccionando su técnica del yodel , esos gorgoritos de la música country que tienen su origen en la tradición tirolesa. A los 27 años le diagnosticaron una tuberculosis, pero lejos de dejar la música le dijo a su santa esposa, Carrie: «Moriré con las botas puestas». Como Errol Flyn, como el general Custer. Nuca más podría trabajar en el ferrocarril. Así que a cantar.

Primero al frente de los Ramblers hasta que le llegó su oportunidad y no la desaprovechó. Agosto de 1927. Jimmie acude a una cita la ciudad de Bristol en Tennessee, donde se ha enterado de que un cazatalentos de RCA busca nuevos artistas. Allí coincide con la Familia Carter que ha llegado a la cita a bordo de su destartalado Ford T con el patriarca Alvin P. Carter al volante. Ese 2 de agosto quedaron pues registradas y grabadas las primeras canciones consideradas como música country.

A partir de entonces, Jimmie tuvo mucho éxito. Fue el primer artista en vender un millón de copias, incluso hizo una película, «El guardafrenos cantor» , y era venerado por el pueblo como un artista pop de nuestros días. Sin embargo, la tisis le iba minando y la Gran Depresión supuso que las ventas de discos y las actuaciones disminuyeran. Los Rodgers no tenían una maldito centavo. Y en un último esfuerzo, que a la postre sería póstumo, se fue a grabar a Nueva York para dejarle unos dólares a su gente. Durante las sesiones estaba acompañado continuamente por una enfermera, y en el estudio se instaló una cama para que pudiera descansar. Murió el 26 de mayo de 1933. Cincuenta años después, en 1986, sería admitido en el Salón de la Fama del Rock and Roll como una especia de «padre fundador».

En un tren, cómo iba a ser si no, su cadáver fue trasladado a su lejano y sureño pueblo natal, Meridian. Miles de personas asistieron a sus funerales. Durante el trayecto, el ferrocarril hizo sonar constantemente su silbato. Fue la última tonada del Guardafrenos Cantor.

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