«La traviata» vuela rasante en el Teatro Real
A cada uno de los solistas que ayer pisaron el escenario del coliseo les costó dar sentido a la obra, aprovechar la carga emocional que transitaba sin pudor frente a las medidas sanitarias
Alberto González Lapuente
En tiempos de pandemia , de tragedias globales y lacerantes dramas individuales, cualquiera podría esperar que «La traviata» se conciliara con el aforo a medio completar por razones sanitarias, con las alfombras desinfectantes, el gel antiséptico y la mascarilla. Pero a Nicola ... Luisotti , director principal invitado del Teatro Real , y, sobre todo, a cada uno de los solistas que ayer pisaron el escenario del coliseo les costó dar sentido a la obra, aprovechar la carga emocional que transitaba sin pudor frente a las medidas sanitarias .
El azar había venido a colaborar con el Real colocando al título y sus circunstancias como argumento contemporáneamente coherente, tras el largo periodo de confinamiento . Aunque «La traviata» no sea la primera hazaña del teatro en tiempos del Covid-19 . La propia institución recuerda la difusión virtual por las redes sociales y My Opera Player, y su «granito de arena» contribuyendo con equipos de protección.
Pero en estas semanas también ha trabajado hasta conseguir poner de uñas a los abonados con su política de medias palabras, devoluciones confusas y ofertas incoherentes. Y, al margen de presentar una nueva e importante próxima temporada queda la participación en algún evento relevante como la OperaVision Summer Gala a la que contribuyó online con un recital visualmente pueril y artísticamente incomprensible, muy a la cola de los otros demás teatros de ópera europeos participantes.
Ahora podría recuperarse con «La traviata» , si bien, el director Leo Castaldi convierta el intento en un mero gesto sobre un escenario dividido en cuadrículas limitadas en rojo para cada miembro del coro y los solistas. La distancia de seguridad, lejos de añadir desasosiego, implica un dramatismo de baja intensidad , mientras que la rutina de los movimientos y el escaso poder de convicción convierten el resultado en una solución meramente eficaz. El propio Verdi reclamaba una actitud convincente que asoma a duras penas y, para afirmarlo, añadió a la partitura indicaciones precisas que Luisotti gestionó ayer mediante un trabajo más dirigido a la degustación de lo sutil que al mensaje de la conmoción. Mimó al reparto, quizá sin compartir la muchas soluciones personales, particularmente en la primera parte, todavía excesivamente torpe, vocalmente deslucida y musicalmente arbitraria.
Marina Rebeka con potencia, autoridad y falta de calado se adaptó mejor a lo dramático que a la vocalidad flexible y coqueta del comienzo, que abordó con un punto de destemplanza. El caso del tenor Michael Fabiano es inmediato porque su propuesta fue muy limitada musicalmente, forzada e insustancial en el carácter. Lo que en el barítono Artur Rucinski se materializó en una vocalidad general aceptable con exceso de recreación en el detalle. Faltó muñeca y encanto en un espectáculo que sobre el papel prometía complicidad: al fin y al cabo, lo que sucede en «La traviata» concierne por analogía. Pero la realidad artística sucumbió a la propia tensión del momento resultando todo demasiado obvio. Escasamente inquietante.
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