Del tratrá al tracatrá: críticos de tres generaciones reseñan 'Motomami', de Rosalía
Con motivo del lanzamiento del disco más esperado del año en la industria musical española, en ABC hemos planteado un análisis con especialistas de diferentes edades
Rosalía: «Todos somos potencialmente cancelables»
Varios autores
Por David Morán .
« Chica, ¿qué dices? », se oye de pronto. Escobillas de jazz, guiño a Daddy Yankee y las cosas claras desde el principio. Porque, ¿qué dice Rosalía? Y, más importante aún, ¿a quién se lo dice? Veamos. « ... Fuck el estilo / Tela y tijera', y ya / cógela y córtala, y ya», canta en ‘Saoko’; «No basé mi carrera en tener hits / Tengo hits porque yo senté las base», dice en ‘Bizcochito’, «Sólo si hay riesgo si hay algo que perder» , reflexiona en ‘Sakura’. También está aquello de «saoco, papi, saoco-co» y «pa' ti naki, chicken teriyaki», gritos de guerra de esta Rosalía 3.0 que, traducidos a siglo XX, vendrían a ser algo así como ‘awopbopaloobop alopbamboom’. Y luego, claro, la declaración de intenciones de ‘G3 N15’, tierna balada dedicada a su sobrino que, pese a algún que otro verso chirriante («estoy en un sitio que no te llevaría / aquí nadie está en paz entre estrellas y jeringuillas», canta), esconde la frase que mejor resume el tercer trabajo de la Sant Esteve Sesrovires. A saber: «Esto no es ‘El Mal Querer’, es el mal desear» .
Porque, en efecto, ‘Motomami’ no es ‘El Mal Querer’. Una obviedad que se podía intuir siguiendo el rastro de singles y colaboraciones que, del reguetón puro al dembow y de la rumba catalana al pop aflamencado, ha dejado la catalana durante estos tres años, pero que, visto lo visto, era necesario repetir y dejar grabado en piedra. Bien pensado, tiene toda la lógica del mundo: mientras que ‘El Mal Querer’ fue un disco académico, un proyecto de final de carrera mucho más complejo y desafiante de lo que la gente parece recordar, ‘Motomami’ es el perfecto reflejo de una artista que ha pasado en tiempo récord del jaleo de palmas y samples del Taller de Músics a codearse con J Balvin, Billie Eilish, Tokischa, Travis Scott, Bad Bunny y The Weekend. «Frank me dice que abra el mundo como una nuez» , que canta en ‘Saoko’ mientras menta a Frank Ocean como quien cita al vecino del quinto.
Así, si ‘El Mal Querer’ era una catedral, ‘Motomami’ es un templo pagano en el que la diosa a adorar ni siquiera es Rosalía, sino la propia música ; una febril centrifugadora de ritmos latinos y tropicales, graves industriales, flamenco autotuneado y arrolladores cruces de dembow y k-pop; de hiperbaladas a medias con James Blake y ganchos vocales saturados de marcas, slang centenial y barra libre de referencias al sexo, la fama, la familia, la soledad y el lujo. Un disco que se conjuga en primera persona y en el que todo (sí, TODO: desde los samples de Burial a los ecos de Willie Colón, los boleros cubistas y el flamenco con placas de titanio; desde la copla con vistas al siglo XXI a la bachata y los bajos gordos como patas de elefante de ‘CUUUUuuuuuute’; desde Pharrell Williams y Chiqui de la Línea a Noah Goldstein a Q-Tip) acaba encajando hasta dar forma a una desbordante y audaz celebración del cambio, la transformación y la identidad propia. Sin atajos. Dinamitando fórmulas. Haciendo pasar por comerciales producciones tan complejas y osadas que podrían haber salido del laboratorio de Arca o de la fábrica de despiece de Matmos. Música popular de vanguardia comprimida en un atrevido y disfrutón cubo de rubik sonor o que viene a demostrar que si con ‘El Mal Querer’ puso patas arriba el flamenco, ahora su campo de juego es el planeta entero . Ahí está, a sus pies, abierto como una nuez.
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Por Jesús Lillo .
Complemento perfecto y suplemento semestral de ‘El madrileño’, con el que juega a mirarse por encima del hombro y a tocarse por debajo de la ropa, ‘Motomami’ aprovecha, como el álbum de C. Tangana –habas partidas, desapego y asimetría– el agotamiento y la reiteración del pop anglosajón para taladrar con punta de diamante un patrimonio cultural, dizque latino, ancha es la Castilla de ultramar, al que le queda mucha tierra por conquistar y mucho ‘fracking’ con el que hacer su propia transición energética. Del apropiacionismo al expolio, que diría López Obrador sin enterarse de nada, que en este caso es quién roba a quién, o quién sale ganando . Incluso Julio Iglesias, después del ‘Black is Black’ de Los Bravos, tuvo que cantar en inglés y readaptarse para hacer unas Américas norteñas que hoy parecen aburrirse de su soniquete WASP.
Si Tangana españolea y profundiza, Rosalía se globaliza y expande en un trabajo cuya semántica urbana surge paradójicamente de un mundo, pandémico, en el que las ciudades estaban cerradas, chapadas a la antigua. La cantante catalana sublima con su lírica unos géneros callejeros en los que la vulgaridad, esencial y canina, perruna y desvergonzada, da paso a unas figuras poéticas que dignifican lo que ha venido siendo la banda sonora del apareamiento bananero. Hay mucho sexo en ‘Motomami’, pero no explícito; hay calentura en Rosalía, pero aún más compostura . Y hay electrónica –seca, sin humedades– frente a la exuberancia formal de un estilo cuyos artificios instrumentales contribuyen a tapar las carencias vocales de sus intérpretes. Rosalía no tiene que esconder nada. Canta como Dios, que dice su abuela que es lo primero.
De un álbum que en buena parte gira alrededor del consumo , carne masculina o artículos de lujo, cabe destacar el asequible precio al que se despacha, más o menos lo mismo que cuesta uno de los singles, vuelta y vuelta, que edita en su propio sello el grupo granadino y anticapitalista conocido como Los Planetas, a quienes se les cae la baba observando cómo las turbas de Nueva York queman y arrasan las mismas tiendas en las que compra Rosalía, sin tarjeta.
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Por María Alcaraz .
Una motomami comienza esta crítica confesándose fascinada por la performance de Rosalía estos últimos dos meses. Una motomami no va a abusar de la fórmula motomami para escribir este texto porque no es plan, pero el término, la idea, el sentimiento, es tan versátil y potente que ganas no faltan.
Y, ¿qué es una motomami? Chica, yo qué sé. ¿Y qué es exactamente 'MOTOMAMI' (Columbia Records, 2022)? Pues tampoco está claro. Lo único que me atrevo a afirmar con un mínimo de verdad es que Rosalía, en su tercer álbum de estudio, ha hecho lo que le ha dado la gana. La catalana ha convertido el lanzamiento del elepé todo un evento, que ha trascendido lo musical. Solo le hicieron falta 15 minutos en TikTok («Te quiero ride/ como a mi bike») para que todo internet se pusiera a hablar de ella . Y después esos singles, 'SAOKO' y 'CHICKEN TERIYAKI', altamente pegadizos, eclípticos y, sobre todo, dos de las canciones del disco más alejadas a la forma y fondo de sus álbumes anteriores.
Una motomami se sorprende al ver la incredulidad ante el viraje hacia lo urbano de Rosalía. Como si no tuviera colaboraciones con J Balvin, Bad Bunny o Tokischa. Y es que la motomami original ha tocado prácticamente todo en su disco. Se marca unas bulerías, un par de canciones desgarradoras de esas suyas para acallar haters ('COMO UN G'), un rollo espídico como 'BIZCOCHITO', un reggaeton sampleando a Daddy Yankee y Wisin, y también el culmen de toda esa performance que envuelve el disco, 'Abcdefg', que no hay por donde cogerla, pero también dan ganas de escuchar tres veces seguidas .
Así, una motomami termina esta crítica sin tener claro si le gusta o no 'MOTOMAMI', porque hay partes que resultan hilarantes (y no queda claro si ese era el objetivo), partes que pondría en bucle y partes que saltaría sin mucho problema.
El término 'motomami' carece de significancia total, pero también puede adquirir cualquier significación; queda a gusto de consumidor. En este caso, la narrativa se come a la música, y creo que era el objetivo de la catalana . Lo que se hace patente tras la publicación es que Rosalía es una estrella: hace un 'Saturday Night Live', derrocha carisma con Jimmy Fallon y vuelve a 'El Hormiguero' a meterse a todo el mundo en el bolsillo. Hace un disco aleatorio, esperadísimo, lejano a lo que la encumbró, y está en boca de todos. Una motomami hace lo que quiere, y triunfa haciéndolo.
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