Quincy Jones, el mago que hizo volar a Frank Sinatra y Michael Jackson

Se publica por primera vez en España «Q», libro de memorias del laureado productor de «Thriller»

Quincy Jones y Michael Jackson, en la ceremonia de los Grammy de 1984 AP

Sólo por haber manejado los botones de «Thriller» (1982) mientras Michael Jackson cantaba «Billie Jean» a través de unos tubos de cartón de metro y medio de largo, el nombre de Quincy Delight Jones Jr. (Chicago, 1933) ya debería quedar ... grabado en granito y adamantium en el olimpo de la música popular del siglo XX. Pero eso, claro, implicaría reducirlo a la mínima expresión y resaltar únicamente la condición de productor de un hombre que lleva casi ocho décadas ejerciendo de manera simultánea como cazatalentos, productor de cine y televisión, ejecutivo musical, arreglista, músico y, en fin, mago del pop y artesano del jazz. Un currículum desbordante y saturado de premios (es,además del artista más nominado a los Grammy, uno de los pocos que puede presumir de haber dejado huella también en los Oscar, los Tony y los Emmy) del que da buena cuenta ahora «Q», autobiografía de este Rey Midas del pop del siglo XX que Libros del Kultrum publica por primera vez en España casi dos décadas después de su aparición.

Un retraso incomprensible que si bien no afecta a la épica del relato, construido en buena parte sobre los cimientos de una infancia que hubiese hecho las delicias de Charles Dickens, sí que impide confrontar a Jones a algunas de sus polémicas más recientes. Ni rastro, pues, de sus sonadas declaraciones acusando a Michael Jackson de haber robado «un montón de cosas» o a los Beatles de ser unos pésimos músicos, ni tampoco de ese carrusel de juicios en el que se enredó por derechos de autor de canciones de Jackson supuestamente impagados. Todo eso, quién sabe, quede quizá para el segundo volumen de unas memorias que ofrecen un retrato preciso y monumental de un músico que, del be bop al hip hop, plantó bandera en el jazz, se infiltró en la industria audiovisual trabajando a destajo para el cine y la televisión, revolucionó el pop de los ochenta junto a Michael Jackson con la trilogía «Off The Wall» (1979), «Thriller» (1982) y «Bad» (1987) y, llegados los noventa, se encomendó al hip hop de la mano de «Vibe», revista especializada que él mismo fundó en 1993.

Junto a Frank Sinatra y Count Basie grabando «Fly Me To The Moon» en 1964 ABC

Entre tanto, Quincy Delight Jones Jr. aún tuvo tiempo de burlar a la muerte hasta en cuatro ocasiones, reclutó a casi todas las estrellas del pop de los ochenta para que cantaran al unísono en «We Are The World» y, ya puestos, apuró noches sin fin junto a Frank Sinatra y Ray Charles, dos de sus más célebres compañeros de correrías. El segundo, explica, le enseñó a leer braille y le introdujo en las drogas duras, aunque a Jones le bastó con caerse por las escaleras después de un chute para alejarse definitivamente de la heroína.

Música contra el miedo

De talento precoz e infancia generosa en penurias (su padre fabricaba muebles para la mafia y su madre se pasó media vida entrando y saliendo de instituciones mentales), Quincy Jones creció en casa de su abuela comiendo carne de rata y tiritando de frío. La música, una vez más, fue su tabla de salvación: descubrir el piano ya le removió por dentro, pero fue el sonido de la trompeta lo que le atravesó como un cable de alta tensión. «Por primera vez en mi vida no sentí soledad ni dolor ni miedo, sino más bien alborozo, alivio e incluso iluminación», recuerda tras descubrirse en un escenario con 11 años. Tampoco hacía tanto que había visto su primer cadáver y había asumido que no tenía más futuro que el de gángster, por lo aquello fue toda una revelación. En Seattle, ciudad a la que fue a parar con 14 años, se empapó de todos los sonidos que recorrían Jackson Street, ya fuera blues, be bop, R&B o dixieland. Un año antes, aún en Chicago, ya le había presentado su primer arreglo a Clark Terry, trompetista de Count Basie. «Cuando hacía música terminaban las pesadillas», asegura ahora.

«Michael era el artista más grande del planeta. Juntos hicimos historia»,

Quincy Jones

Productor de «Thriller»

A partir de ahí, Jones estuvo siempre en el lugar adecuado en el momento oportuno. A saber: acompañando con su trompeta a Billie Holiday y a Lionel Hampton; dirigiendo la orquesta de Frank Sinatra en «It Might As Well Be Swing'» y en la sublime «Fly Me To The Moon», trabajando en el estudio con Dinah Washington y Sarah Vaughan; en el plató en el que Steven Spielberg grababa «ET»; abroncando a Truman Capote por sugerir que la música de «A Sangre Fría» no la podía componer un afroamericano; en la cama con Juliette Gréco; en Tahití con Marlon Brando; en Cannes con Picasso… Sólo un día faltó a su cita con el destino: el 9 de agosto de 1968, cuando Jay Sebring le invitó a una fiesta en casa de Sharon Tate pero él, que había quedado en acudir a la mansión de Cielo Drive acompañado de Steve McQueen, se olvidó y se metió en la cama como si nada. Solo cuando Bill Cosby le llamó a la mañana siguiente para explicarle lo que había ocurrido supo lo cerca que había estado de ser otra víctima más de la Familia Manson.

Días de gloria

A sus 87 años, con cinco esposas, siete hijos y una considerable fortuna, Jones tiene edad para haber enterrado a buena parte de sus amigos –a Sinatra, por ejemplo, lo acompañó en su lecho de muerte «mientras el Alzheimer hacía de las suyas»–, pero fue la muerte de su hermano Lloyd,en 1998, la que dejó una herida difícil de cicatrizar. «El desconsuelo me dejó paralizado. Parecía todo irreal», recuerda.

Ray Charles le enseñó braille y le introdujo en las drogas ABC

Años más tarde, otra muerte, la de Michael Jackson, le haría perder el equilibrio de nuevo. «Me hinqué de rodillas al enterarme», recordaba poco después del deceso del Rey del Pop. «Michael era el artista más grande del planeta. Juntos hicimos historia», escribe al evocar los días de gloria de «Thriller», lejos aún de las sobredosis de propofol y las acusaciones de plagio.

Como buen director de orquesta, Jones maneja en «Q» la batuta pero deja que los solistas también se luzcan. Así, además de narrar en primera persona y con asombroso pulso narrativo episodios cruciales de su vida, el estadounidense cede el testigo a familiares y amigos como Ray Charles, el trompetista Clark Terry o el rapero Melle Mel, quienes completan el relato a fuerza de añadir matices. El resultado es un retrato coral y poliédrico que descubre, capa a capa, al arreglista, productor, ejecutivo discográfico, director de orquesta, compositor todoterreno... Y, ante todos ellos, presidiendo la mesa y la estancia, el devoto del jazz que tuvo que renunciar a la trompeta antes de los cincuenta por culpa de un aneurisma. «La música me llenaba, me hacía fuerte popular, independiente e interesante. Los hombres que la tocaban eran altivos, divertidos, tenían muchas tablas y estilo», relata para tratar de resumir un flechazo que dura ya unas cuantas décadas.

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