La noche mágica de Green Day
El grupo californiano se entregó ayer al cien por cien en el Palacio de Deportes dando un concierto hecho a la medida de los fans, que pudieron cantar e incluso tocar la guitarra con sus héroes del nuevo punk
Ayer fue un gran día para los fans de Green Day. Hasta les habrá costado dormir después de la impresionante dosis de adrenalina que les inyectó en vena el trío punk más célebre de Berkeley, un grupo que sabe derrochar entusiasmo por los cuatro costados ... para volver loca a su audiencia, y que anoche en el Palacio de Deportes cumplió los sueños de más de uno.
Un Billie Joe Armstrong (voz y guitarra) pletórico se encargó personalmente de que de allí nadie saliese decepcionado. Brincó como un loco, subió fans al escenario para cantar con él, regaló camisetas a diestro y siniestro y refrescó con una ametralladora de agua a las sacrificadas primeras filas, para que aguantasen en pie las frenéticas dos horas y media de concierto que tenían por delante.
La puntualidad de estos punkies fue milimétrica: exactamente a las ocho y media los gritos llenaron el pabellón ante la salida a escena de Billie Joe, Mike Dirnt (bajo) y Tré Cool (batería) —apoyados por teclados y un guitarrista adicional—, que alargaron hasta el infinito el comienzo de «21st Century Breakdown», como forzando la explosión de júbilo hasta sus límites. Joe gritó: «Hello, crazy people from Madrid!», y pulsó el botón de ignición.
Cierto es que de punk hay poco en un show lleno de fuegos artificiales y confetti, pero ante tanto delirio colectivo los calificativos sobran. Green day arrasan. Es lo que hay. Enlazan «Know your enemy» y la imagen de las gradas hace imposible poner pegas. Todos en pie, aplaudiendo, moviendo los brazos y coreando los estribillos como un solo organismo.
Momento de gloria
Los compañeros de Armstrong se quedan con el 1 por ciento del protagonismo, buena decisión porque él sabe de qué va esto como nadie. Se le puede reprochar el recurrir demasiado a esos «¡ee-ooo!» que buscan el eco del público —lo hizo por lo menos veinte veces—, pero cuando se le ve compartiendo escenario con sus fans la sonrisa le sale a uno sin darse cuenta. Algunos cantaron fatal y los echó de allí como pudo, pero hubo un chaval que vivió su momento de gloria, tocando la guitarra —si es que tenía volumen— muy decentemente antes de que sonase la icónica «Basket Case».
Fue un día verde apoteósico, en el que sonó toda la discografía del trío, e incluso fantásticas versiones del «Shout!» de los Isley Brothers, y unos compases del «Iron Man» de Black Sabbath, que dejó una anécdota a priori sorprendente: todo el mundo siguió coreándola cuando pararon los instrumentos. Para que digan que estos críos no saben de música.
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