Mishima le canta a «L'amor feliç» en su nuevo disco
La banda catalana reivindica artesanía y ambición en su sexto trabajo de estudio
DAVID MORÁN
Explica David Carabén, cantante y compositor de Mishima, que lo de la banda que comparte con Xavi Caparrós, Marc Lloret, Alfons Serra y Dani Vega, es más «artesanal que artístico». Así ha sido desde que se estrenaron en inglés hace más de una ... década con «Lipstick Traces» y así es ahora que, convertidos en uno de los nuevos faros del pop en catalán, siguen cantándole al amor y al desamor desde casi todas las perspectivas posibles. «Casi todas las canciones populares hablan de amor. De hecho, es su medio natural, ya que los diarios no hablan de sentimientos», explica el cantante.
«¿No dicen que solo hacemos canciones de amor? ¡Pues toma dos tazas!», bromea Carabén sobre el disco
Y puesto que los diarios no hablan de sentimientos, el quinteto catalán se han embarcado en una nueva epopeya sonora rumbo a «L'amor feliç», un nuevo trabajo de artesanía sonora y sentimental con el que, además de reforzarse tras la marcha de Oscar D'Aniello y Dani Acedo —ambos en Delafé y las Flores Azules—, exploran los límites del amor en una docena de canciones que son otras tantas exhibiciones de valentía. «A cada nuevo paso que das te sueltas un poco más, ya que ves que los riesgos que corres la gente los recibe como hallazgos» , explica Carabén.
«L'amor feliç», relata el cantante, viene a ser la prolongación de aquella versión del «Il n'y a pas d'amour heureux» de George Brassens que adaptaron en la gira de presentación de «Ordre i aventura» y que ahora cristaliza en un álbum, el sexto de la banda catalana, que se interroga sobre conceptos como felicidad, desgracia, romanticismo y pasión. «¿No dicen que solo hacemos canciones de amor? ¡Pues toma dos tazas!», bromea un Carabén para quien es prácticamente imposible entender el pop sin amor y viceversa.
El precio de la ambición
«Siempre hemos querido decir la verdad y crear belleza, y esto a veces se ha entendido como que somos unos pedantes»
El amor, queda claro, capitaliza buena parte del discurso de Mishima, pero lo hace esquivando cualquier atisbo de cursilería y reforzando piezas que, como «L'última ressaca» o «La vella ferida», cruzan guitarras a lo Wilco y Television y ahondan en un pop con unas estructuras cada vez más retorcidas.
Un paso más en una carrera tranquila pero imparable que, como señala Carabén, siempre ha estado marcada por la ambición. «Siempre hemos querido decir la verdad y crear belleza, y esto a veces se ha entendido como que somos pretenciosos o pedantes —explica—. Si dices que quieres capturar la vida en una canción seguramente la gente te dirá que eres un capullo, pero es curioso que se perdone más fácilmente a alguien que quiera conseguir descaradamente el éxito comercial que no la ambición artística».
Casi todo esto viene a cuento de «Rilke», canción con la que la banda, como ya hiciera con un texto de Joan Maragall, adapta al alemán Rainar Maria Rilke entre más de un arqueo de cejas. «Puedo entender que la gente se sorprende por cosas como ésta, porque son escritores clásicos que forman parte del canon, pero no creo que haya cosas intocables», sentencia.
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