Julio Iglesias el Conquistador: así fue la primera gran gesta del pop español en Estados Unidos
El músico y sociólogo Hans Laguna explora en 'Hey! Julio Iglesias y la conquista de América' la sonada operación que llevó al cantante a la cima del pop global en los años ochenta
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Iniciar sesiónJulio de 1984. Explanada del Capitolio, Washington D. C. Mick Love, cantante de los Beach Boys, grita '¡Huliou!' y la multitud, eufórica, responde '¡¡¡IGLESIES!!!'. '¡Huliou! ' por aquí, '¡Iglesies!' por allá. Medio millón de personas de nada rugen mientras 'Huliou', ... nuestro Julio, cazadora blanco nuclear y polo de colores chillones, canta 'Surfer Girl' mientras le hace algo parecido a una llave de judo a Latoya Jackson. Sonrisa de galán canalla, micrófono balanceándose a la altura del pecho como si se le hubiese dormido la mano y Brian Wilson (sí, Brian Wilson) haciéndole coros cuando ataca 'The Air That I Breathe'.
Con Julio Iglesias y los Beach Boys en Los Ángeles, 1984., ensayando su participación en 'The air that I breath' pic.twitter.com/9stoYHnIEM
— Ramón Arcusa (@ramonarcusa) July 29, 2016
Unos meses atrás era simplemente Julio Iglesias, astro latino y baladista romántico que se había propuesto triunfar en todos los rincones del planeta, pero en 1984, con los millones fluyendo y América a sus pies, ya era otra cosa. Es 'Huliou'. Huliou el Conquistador. La mayor superestrella del pop latino. El primer artista no anglosajón que llegó, vio y venció. «Yo no conquisto nada. La conquista fue hace 500 años. Yo canto, soy un cantante», relativizó el propio artista en una entrevista televisiva con Phil Donahue.
Y, sin embargo, sí que conquistó. Vaya si lo hizo. Se metió a todo un país en el bolsillo, vendió más discos que nadie (aún hoy es el artista vivo que más copias ha despachado en todo el mundo) e intimó con estrellas como Frank Sinatra, Diana Ross o los Beach Boys. «¿Qué demonios hace Julio ahí?», se preguntó el músico y sociólogo Hans Laguna (1979) después de tropezarse en Youtube con un vídeo de Iglesias cantando a dúo con Willie Nelson, estrella del country, en el Farm Aid de 1986. La respuesta, cinco años después de aquel avistamiento, es 'Hey! Julio Iglesias y la conquista de América' (Contra), formidable cruce de crónica y biografía, de anecdotario y retrato minucioso, que, sin perder de vista la dimensión sociológica y folclórica del personaje, recupera al Julio Iglesias artista que a mediados de los ochenta llegó a rivalizar con Michael Jackson y Bruce Springsteen en cuanto a ventas y popularidad. «Para mí Julio Iglesias eran las canciones que escuchaba en casa de mi abuela, las parodias de Alfonso Arús y la prensa del corazón. No lo concebía como músico o artista», reconoce Laguna.
Todo empezó a cambiar, añade, cuando Nacho Vegas, a quien actualmente acompaña de gira, lo llamó para grabar una versión de 'Manuela' en un programa de TVE. «Es entonces cuando empiezo a ver que tiene buenas canciones», apunta. Luego llegaría el vídeo con Willie Nelson, la autobiografía 'Julio Iglesias: entre el cielo y el infierno', y la necesidad de comprender cómo se las ingenió el Sinatra español para enamorar a todo un país. ¿Una pista? «No es andrógino como Michael Jackson, pero tampoco es agresivamente masculino como Tom Jones. Es en cambio un hombre elegante, bien vestido y sofisticado, pero con una sonrisa varonil y zalamera, con unos dientes tan deslumbrantes que, por razones de seguridad, tienen que ser mirados a través de cristales ahumados, como un eclipse solar», celebraba la revista 'Time' en 1983, semanas antes de que Julio Iglesias se convirtiese oficialmente en el 'America's next lover'.
El más fogoso amante de Estados Unidos, retratado en pleno salto del tigre.
Operación 'Weah!'
Lo primero, relata Laguna, fue su fichaje por la todopoderosa CBS a finales de los setenta. A esas alturas, Julio Iglesias ya vendía discos a paletadas, pero le faltaba plantar bandera en el mercado angloamericano. Para conseguirlo, el cantante contrató en 1981 a la empresa de relaciones públicas (R&C), que por el módico precio de dos millones de dólares transformó al Julito 'bon vivant' en una celebridad olímpica y lo rodeó de gente como Kirk Douglas, Charlton Heston, Ursula Andress o Priscilla Presley. Lo siguiente sería contratar a la agencia William Morris para gestionar directos y apariciones televisivas y abrirle las puertas de, por ejemplo, el 'Tonight Show', donde Johnny Carson lo introdujo, literalmente, en la casa de millones de estadounidenses. «¿La tecla adecuada? Hay muchas. Es la coincidencia del talento, el (mucho) trabajo y las estrategias mediáticas de márketing propias de cualquier artista de este nivel», detalla Laguna.
Casualidad o no, la conquista de América que Julio Iglesias emprendió décadas atrás es el molde que parece estar siguiendo al dedillo Rosalía, a quien, por aquello de cerrar el círculo, 'The New York Times' presentó como «la mayor exportación del pop español desde Julio Iglesias». «No es que ahora Rosalía copie a Julio Iglesias, es que utiliza los mismos recursos de relaciones públicas», matiza Laguna. Y donde no llegaban las relaciones públicas, lo hacía el ingenio: ahí estaba, por ejemplo, Fernán Martínez, jefe de prensa del artista, para arreglar un roto o pagar una gigantesca valla de publicidad en la que podía leerse 'La leyenda continúa' justo delante de la casa del redactor jefe de espectáculos de 'Los Angeles Times', uno de los pocos diarios que no se había rendido a los encantos del español. A los pocos días, escribe Laguna, 'Los Angeles Times' empezó por fin a tomarse en serio a Julio.
La chispa de la vida
La guinda para Iglesias llegaría con su fichaje por Coca-Cola por unos 8,5 millones de dólares, respuesta directa al contrato que Pepsi firmó con Michael Jackson ese mismo año por 5 millones de dólares. Duelo de marcas y lluvia de millones para inaugurar 1984, año clave en toda esta historia: fue entonces cuando se publicó '1100 Bel Air Place', su primer álbum en inglés, y se orquestó una gira americana con hitos como esas diez noches seguidas en Los Ángeles que dejaron casi dos millones de dólares en taquilla. Ni siquiera Bruce Springsteen, que acababa de lanzar 'Born In The U.S.A', era capaz de seguirle el ritmo a Julio.
El cantante, cómo no, estaba eufórico: '1100 Bel Air Place' vendió cuatro millones de copias en Estados Unidos y otras cuatro en el resto del mundo, despachó las 42.000 entradas de siete conciertos en el Radio Music Hall neoyorquino en quince horas, sus honorarios ascendían a 50.000 dólares por noche… «Lo mío ha sido un paseo por la vida lleno de gloria. Bueno, de gloria no, no quiero ser tan inmodesto, pero lleno de éxitos, de aplausos, de 'querimientos', de que te diga 'te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero'. Tantas cosas bonitas que me han pasado no pueden estar asociadas a ningún sufrimiento», resumió el propio Julio al cabo de los años.
Con todo, sí que se puede decir que sufrió: la sobredosis de éxito de aquellos alocados años ochenta, recuerda Laguna, lo dejó tocado y hundido. «Llevaba toda la vida preparándose para conquistar Estados Unidos, así que cuando lo consigue le entra un buen bajón. Es cuando se retira a la Bahamas y tiene una crisis de identidad bastante bestia», explica. Son los días de «tuve que elegir entre el psiquiatra y las Bahamas», cuando su carrera empieza a perder brillo y el personaje que tan minuciosamente había construido desde los días de 'La vida sigue igual' comienza a devorarlo.
Emerge de nuevo una de las constantes que recorre las 400 páginas de 'Hey!': la inseguridad patológica de un artista que, pese a proyectar una imagen de control absoluto y firmeza a prueba de bombas, era muchas, demasiadas veces, un mar de dudas y un manojo de nervios. «Bajo su apariencia de eterno seductor y amante de la farándula, a Julito en verdad 'no le gustaba alternar ni era amigo de contar con una intensa vida social'», escribe Laguna citando a Alfredo Fraile , histórico mánager del cantante. «El desgaste que le supuso ejercer su papel como 'socialité' y como personaje mediático se añadió al cansancio que Julio acumulaba por su actividad como cantante», concluye el autor de un libro que, desde un concienzudo análisis de la voz de Iglesias a derivadas dermatológicas, capilares y, claro, sexuales, no deja ni un solo fleco por peinar. Y todo para recordar que el mismo artista que hoy es carne de meme y paradigma de la España kitsch fue en su día «una estrella de máximo nivel a escala mundial».
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