España en Eurovisión, una historia de perdedores
Javier Adrados y Patricia Godes publican el libro 'Yo tampoco gané en Eurovisión', un homenaje a los que no triunfaron en el festival'
Nacho Serrano
Tampoco es que sea excesivamente preocupante haber ganado Eurovisión sólo un par de veces, y no lo decimos porque pueda considerarse un certamen de menguante valor artístico. Hay otros países europeos 'de peso' que también han cantado victoria únicamente en dos ocasiones, como ... Alemania, Italia (¡Italia!), Austria o Suiza, y nuestro vecino Portugal nunca lo había hecho hasta el reciente advenimiento del milagro Sobral. Pero el hecho es que de los 56 representantes que hemos llevado a las 58 ediciones (Raphael y Serafín Zubiri repitieron) en las que hemos participado (no lo hicimos en los seis primeros años), han perdido todos menos dos. Y dicho así, suena muy feo teniendo en cuenta el inmenso potencial musical de España.
El libro 'Yo tampoco gané en Eurovisión' (ed. Cúpula), de Javier Adrados y Patricia Godes, rinde homenaje a todos esos artistas españoles que a pesar de darlo todo sobre el escenario, no pudieron dar la alegría que querían a su país. Hábilmente dividido en apartados de lo más divertidos, casi apuntando al estilo fanzinero, el tomo ofrece una abundantísima cantidad de información troceada con astucia para que la larguísima historia del concurso no se nos atragante. Además de contextualizar social y políticamente el relato de cada una de sus ediciones, cuenta sorprendentes curiosidades y entresijos de las actuaciones de nuestros embajadores pop , entrevistando además a todos ellos o rescatando viejas declaraciones de los que ya no están entre nosotros (o no quisieron participar, como Julio Iglesias).
Una de las partes más interesantes del libro es la dedicada a 'los que perdieron injustamente', al requerir un trabajo de crítica musical que identifica grandes damnificados de la cuenta mediterránea. De Domenico Modugno a Raphael, de Nana Mouskouri a Iva Zanicchi, de Remedios Amaya a Franco Battiato, de Dulce Pontes a Karina, el repaso de resultados poco explicables es de lo más instructivo y ameno. El libro también tiene un punto fuerte en el análisis estético de nuestras candidaturas y de otras especialmente llamativas, por suerte o por desgracia cada vez más abundantes en el concurso. Pero es precisamente en este tema donde se le encuentra un punto flaco al volumen: tiene muy pocas fotografías. Seguramente haya sido por una insalvable cuestión de derechos, pero siendo Eurovisión un evento tan visual, es una pequeña decepción que impide reseñar la obra con 'twelve points'.
Ya puestos a sacar pegas a 'Yo tampoco gané Eurovisión', hay que decir que a pesar de que el apartado de entrevistas gana en interés al contar no sólo con cantantes sino también con expertos en el tema, algunas de ellas tienen cierto aroma a cuestionario tipo o les falta mordiente: ¿cómo no preguntar a Manel por su mítico gallo? ¿o a la directora de contratación artística de TVE por la reciente oleada de pésimos resultados?
Con todo, el libro será una gozada para los amantes de Eurovisión, y también de la música en general. Es una fuente de datos entretenidísima (hay incluso un EuroTrivial en las últimas páginas), y además tiene un detalle muy eurovisivo, al arrancar la narración con un homenaje a Sharon Cohen, más conocida como Dana International, la primera cantante transexual que se presentó. Parte de la buena chicha de sus páginas, además, refleja el contexto de las dos veces que sí ganamos. « El triunfo de Massiel, tras la negativa de Joan Manuel Serrat a cantar en castellano, estuvo muy politizado », recuerdan los autores. «Federico Gallo, que retransmitía el evento, no pudo evitar que su voz se quebrase cuando el jurado alemán entregó sus seis votos a Massiel. El régimen franquista concedió a la cantante el máximo galardón permitido a las mujeres, el Lazo de Isabel la Católica, que la madrileña se negó a recoger del general Franco y le fue enviado por mensajero a su piso de soltera». Más adelante, Adrados y Godés ahondan en esta polémica preguntándose qué hubiera pasado si Serrat hubiera cantado en catalán «al menos una estrofa, que es lo único que pedía», aseguran. «¿Hubiera ganado o no? ¿Se hubiera disparado el mismo orgullo patrio? ¿Y si hubiera sido más sutil y, en vez de plantarse y montar el escándalo, hubiera cantado esa última estrofa en catalán? ¿Hubiera causado algo más que extrañeza? ¿Qué hubiera dicho Federico Gallo?».
Lo más hilarante de esta controversia made in Spain, la más enconada que ha habido hasta la llegada de Chiquilicuatre, es que pudo tener un origen más espúreo que identitario. Según cuenta el libro, en el mundillo eurovisivo siempre corrió el rumor de que el manager de Serrat por entonces, Lasso de la Vega (antiguo apoderado taurino y también representante de El Dúo Dinámico), intentó un tira y afloja monetario entre las dos discográficas del cantante (Novola, que editaba sus canciones en castellano, y EDIGSA, que lanzaba las grabaciones en catalán) para sacar la máxima pasta posible del asunto. «Pero la jugada le salió mal porque TVE dijo ¡basta!».
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