Un día cualquiera no sabes qué hora es...
Veinticinco años, un cuartazo de siglo, se cumplen el miércoles del concierto homenaje a Canito, fecha «oficial» del comienzo de la movida madrileña. Hemos conovocado a varios de sus protagonistas. Son todos los que están, pero no todos los que son. O fueron Depende de cómo se mire. Veinticinco años no es nada. O es un cuarto de siglo. Resumiendo, 9 de febrero de 1980, dos décadas y media transcurridas desde que la Escuela de Caminos, en la Complutense, fuera el improvisado garito que acogiese el legendario concierto de homenaje a Canito, el batería de Tos (Los Secretos) desaparecido la Nochevieja anterior en un accidente en la carretera de La Coruña. «En realidad -contaba Álvaro Urquijo a Salvador en su libro «Los hijos del rock» (SGAE)- fue un concierto para amiguetes y por amiguetes. Si no llegan a venir los de «Popgrama», que pusieron focos para poder filmarlo, no habría habido casi luces. Sólo tres o cuatro». También estaba Onda 2, que junto a Radio 3 dio voz al movimiento, porque aquel concierto de coleguitas acabó por convertirse en una fecha que bien puede tomarse como el punto de partida «oficial» de la movida madrileña. Aunque las cosas habían empezado a moverse bastante tiempo atrás. Tan atrás como recuerda Fernando Márquez «El Zurdo» (Kaka de Luxe, Paraíso, La Mode) en el citado libro: «La movida se inicia -explica este músico de antigua militancia falangista (auténtica), autor quizá de la canción más bella del movimiento: «Para ti»- la mañana que Olvido y yo conocemos en el Rastro a Nacho Canut y a Carlos Berlanga. De no haber existido ese encuentro ni nacido Kaka de Luxe habría existido pop-rock, pero en una línea más clásica. Realmente, Kaka es a España lo que los Sex Pistols al Reino Unido». ¿Movida promovida? Opiniones y teorías hay, como casi siempre, para todos los gustos. Que si fue un invento del Gobierno, que si lo fue del Ayuntamiento de Tierno Galván («a colocarse y al loro», ya saben), que poco más o menos lo habría inducido («movida promovida por el Ayuntamiento», cantaron Los Refrescos tiempo después en «Aquí no hay playa»), que si la trascendencia social vino de la mano de pintores, fotógrafos, estilistas, peluqueros y maquilladores, de cineastas como Almodóvar, que si hubo ejecutivos y ejecutivas más o menos agresivos y avispados de algunas discográficas, que si fue una casualidad, que si fue gracias a la que era entonces reciente muerte del general, que si los hijos y nietos de los que habían hecho la guerra estaban ya cansados de transcendencias y de alpargatas, que si por fin se podía viajar por un precio más o menos módico a Londres, que si sus integrantes eran niños bien que habían ido a colegios de pago y sabían inglés y podían escuchar a sus anchas a la new wave británica, que si la Villa y Corte era liberal (y hasta libertina) muy lejana del antiguo poblachón manchego, que si el Rastro, que si los babosos, que si las Hornadas Irritantes, que si Pepi, que si Luci, que si Bom. En cualquier caso quedan, desde luego, unos cuantos cuadros y fotografías maravillosos, un Oscar en la salita de estar de Pedro Almodóvar, y muchas, muchísimas canciones: tristes, divertidas, absurdas, infantiles, imbéciles, emocionantes, melancólicas, ácidas,irrepetibles. Y quedan los nombres de los grupos, tan tristes, divertidos, absurdos, infantiles, imbéciles, emocionantes, melancólicos, ácidos, seguramente irrepetibles, como las canciones: Alaska y los Pegamoides, Paraíso, Esplendor Geométrico, Tótem, Parálisis Permanente, Los Bólidos, Radio Futura, Los Trastos, Nacha Pop, Los Secretos, El Aviador Dro y sus Obreros Especializados, Mario Tenia y los Soliltarios, Polanski y el Ardor, Ejecutivos Agresivos, Zombies, Los Modelos, Gabinete Caligari, Estación Victoria, Derribos Arias, Los Elegantes, Fahrenheit 451, Rubi y los Casinos, Ella y los Neumáticos, Mamá, Johnny Comomollo y los Gangsteres del Ritmo... Hasta ahí la teoría, las teorías. Pero la movida estuvo repleta de práctica, de casi todas las prácticas imaginables. La movida se escribió (y se cantó) con los brazos acodados sobre las barras de los bares (el Penta, el Rock-Ola, la Morasol, el teatro Martín, la Vía Láctea, el Jardín, el Marquee...), bien bañada con cerveza, con bourbon, con la absenta infernal de Rimbaud, servida a la castiza y casi por la cara en los puestos callejeros de Malasaña, con muchos y variados hongos, setas más o menos venenosas, caballos llamados muerte, mucha química (demasiada) y sobresaliente física, aunque de ésta nunca se puede decir que es suficiente, amigos, o que lo fuera. Abierto 24 horas Entre 1978 y 1986 los días tenían bastante más de 24 horas y terminaban (o empezaban) al solecito en La Bobia, en el Rastro. Había poetas que llevaban una cuchara en el ala del sombrero, y poetas que regalaban sus endecasílabos posmodernos por los garitos, quizá mientras el pincha le daba al «Obediencia, obediencia y nada más» de los Caligari. Como cualquier movimiento que se precie (y movimiento hubo, vaya que si hubo), al margen de lo que dicte la vanguardia y la oficialidad, lo importante era y es la tropa. Y vaya tropa. Una tropa que atravesaba el barrio chino madrileño (calles de la Ballesta, de Valverde, del Barco, del Tesoro) y acababa desembocando en la Plaza del Dos de Mayo y aledaños. Las corbatitas de cuero mod se cruzaban con las crestas punkies, otros preferían el patillaje, otros la greña, otros el tupé. Litros de alcohol corrían por nuestro cuerpo, mujer, y no tengo problemas de amor, que cantara el Rey del Pollo Frito. Más o menos, uno sabía dónde emepezaba la noche, pero nunca se podía adivinar dónde concluiría ni con quién. Podías salir con chica y volver sin ella. O viceversa. Podías encontrarte extraños en tu casa (y hasta en tu cama) o verte obligado a salir por piernas porque todavían quedaban novios tradicionales, digamos que chapados a la antigua. Para muchos, la tan traída y llevada movida fue un hecho particular, pero que sólo cobraba plenitud en la calle, en compañía de otros, de muchos otros, cuantos más mejor. Sí es cierto, en algunas buhardillas unos cuantos avispados (y algún que otro artista) elaboraron provechosos (y con sustancia) proyectos profesionales, se hicieron reyes del diseño y, a pesar del paso del tiempo, quisieron hacer creer que seguían enamorados de la moda juvenil. Porque la movida fue también rebeldía, hubo unos cuantos rebeldes sin ninguna causa o con todas, una rebelión vital, sentimental y sexual, no política, porque en aquellas noches del Madrid ochentero, cuando el veneno del sida era aún un gran desconocido, aquello de sexo, drogas y rock and roll fue más que un lema, fue un tatuaje que quedó marcado en muchos antebrazos, en algunos incluso de por vida. La edad de la inocencia Hubo mucha inocencia, claro, demasiada, una inocencia que muchos perdieron en esos días y sobre todo en esas noches. Hubo tacones de aguja (hipodérmica), demasiadas penúltimas, demasiadas flores de pasión, muchas cortadas de cuajo por la podrida guadaña de la Parca, una invitada a la que en aquel tiempo nadie esperaba, por supuesto. Días de vino y rosas (cuatro rosas en tu honor), de perlas ensangrentadas, de calles del ritmo, de chicas de ayer y de anteayer, de negritos que pasaban hambre y frío, de estatuas que invitaban a una copa en el Jardín Botánico, por ti y para ti que tienes quince años cumplidos, para ti que quieres conocer el paraíso, y por supuesto un vidrio mojado en el que escribí tu nombre sin darme cuenta. Famosos y populares, anónimos y desconocidos participaron en este viaje sin retorno que hoy, veinticinco años después se antoja como una orgía de color, de technicolor, sensualidad, de vida a quemarropa, de mucho sexo y algún seso, una vida en la frontera, una vida en el límite del bien, en el límite del mal. La verdad es que sí, que fue bonito. Fue bonito mientras duró.
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