Claudio Abbado es Lucerna

La ciencia de la dirección de orquesta es una alquimia cuya fórmula queda en manos de muy pocos y Abbado es uno de ellos

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

¿Por qué Claudio Abbado, con gestos aparentemente inocuos, consigue resultados sorprendentes? ¿De dónde emana la fuerza de un director de tan frágil apariencia? ¿Cómo es posible que la orquesta del Festival de Lucerna produzca una sonoridad tan distinta, refinada y embaucadora? Las preguntas son ... a cientos porque la ciencia de la dirección de orquesta es una alquimia cuya fórmula queda en manos de muy pocos. Abbado es uno de ellos, no hay duda; alguien entre los directores capaz de fabricar lo más difícil: el sonido como dimensión trascendente y no como mera necesidad ante de la interpretación.

Hoy por hoy, Abbado es Lucerna. Esta es su casa y aquí tiene a la orquesta del festival, un grupo de artistas de élite que tocan en ella por devoción hacia el maestro. Se entiende entonces la comunicación entre los músicos, la manera en la que todos se implican en un mismo fin. Una de las actuaciones de este año incluía la sinfonía Haffner de Mozart y la quinta de Bruckner de acuerdo a un ciclo que camina como lo hiciera anterioremente el de las sinfonías de Mahler. Actualmente, Abbado dedica mucho de su tiempo a la denominada música antigua. Se nota porque su Mozart está informado, construido con solvencia histórica, si bien, lo importante, es que a partir de estos preceptos logra un entramado exquisito, donde nada es accesorio o decorativo. La extremada pulcritud de la Orquesta de Lucerna es fundamental, por la exactitud, la agilidad y el detalle en el acabado.

Otro tanto podría decirse de Bruckner aunque en este caso la descripción se amplifica: desde el inaudible pianísimo de los «pizzicati» iniciales con contrabajos y violonchelos, hasta los acordes más robustos en donde la columna sonora se ordena a partir de una proporción en la que prima la claridad y la simpatía entre los instrumentos. Es en esta capacidad para poner de manifiesto los puntos de acuerdo donde se encuentra uno de los sellos distintivos de Abbado. Es ahí donde logra lo más sorprendente: amalgamas nunca escuchadas, colores de una dulzura inaudita que vuelca en una sucesión de ritmos en los que la precisión de la medida jamás fuerza el acento. Bajo la apariencia de sencillez, claridad y limpieza, Bruckner se ofreció en una interpretación difícil, desposeida de cualquier atisbo de espesura y visceralidad, de grandilocuencia o devoción. Una versión capaz de demostrar la naturaleza sutil y minuciosa de lo formidable.

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